domingo, 30 de septiembre de 2018

Capítulo 376 "Inhóspito"

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Una vez un tipo me dijo que “lo nuestro nunca funcionaría”, callate, me lo dijo porque lo desautorizaba todo el tiempo, no lo dejaba hablar, le discutía cada cosa que decía, el Loco también me lo hizo notar, pero este lo logra, Antonio, santo de mi devoción, tiene un aura que me deja seca, voz suave y nada pretenciosa, segura de que será escuchada, mirada profunda y añeja, no tiene que hacer esfuerzo alguno, me hace callar y lo escucho, se lo merece, mi silencio, me arrastra a la reflexión, me hace dudar, por eso estoy acá, haciéndole caso, aguantándome el dolor, el pánico que me agarra por la mañana ante la idea de no verla nunca más, de dejarlos atrás para siempre, como si se hubieran muerto; a eso le sigue el qué voy a hacer de mi vida, y eso me deja frente al deber de tomar una decisión, las piernas que se me ponen tensas, la angustia que me oprime el pecho, no tengo a quien acudir, mi mare está vieja y en cualquier momento me deja en banda, sí, a los cuarenta y tres ya cumplidos todavía siento que la necesito, horrores, me vienen las ideas de muerte, la pregunta de quien la va a enterrar si yo no estoy y qué si le agarra alguna afección larga y agónica. Entonces me veo llevándola por los desamparados pasillos del hospital público, ese lugar en el que te das cuenta que la vida no vale nada porque nadie te pone atención, nadie te ayuda, cada quien necesita salvarse y tiene su propia afección, y los médicos no dan abasto, no tienen mayor interés en ayudarte, ni a vos ni a nadie porque están hartos, no tienen vocación, eso era en otra época, la apatía gobierna esos inhóspitos lugares, porque se muere gente todos los días...

Sola empujando la silla de ruedas, mi madre cadavérica, la mandíbula cayendo sobre su pecho, casi ya sin vida en el cuerpo, y ahí me largo a llorar, tapada hasta la nariz, en la cama del enorme apartamento Sardina, ni el sol que entra por la ventana me consuela, ni saber que a un kilómetro lo tengo al Muso de Brazatortas, que puedo ir, eso me dijo anteayer, que podía ir, y si no estaba muy cansado con suerte me daba bola otro rato. Tampoco eso me consuela porque cuando es tiempo de idea de muerte también entra Antonio en la volada, que cuanto le queda a él, y qué voy a hacer sin él cuando se muera, y después lo mato también al Otro, y así sigo y no termino más. Lo único que me calma es la idea de volver corriendo a Ella, a mi Gitana, pensar en que me arropa me ahuyenta los pensamientos negativos, la imagen de su sonrisa, el sonido de sus palabras cálidas, comprensivas, la ternura de su abrazo fuerte, eso me frena la cabeza, me hace sentir que todo va a estar bien, por algo Él corre a Ella en los momentos fieros, porque la Gitana es sosiego. Pero Antonio aconseja lo contrario, que me aguante, que él sabe lo que me dice, que si vuelvo ahora será por miedo, por desesperación, por desahucio, y sé que Antonio me da en el clavo. (Sigue)

Continuará...



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