lunes, 15 de octubre de 2018

Capítulo 381 "Chorizo existencial"

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Así que Patricia me salvaba las papas, por ahora, o quizá me ayudaba a demostrarme que lo inexorable sólo existe si uno le da ese status. Si yo decido volverme a Buenos Aires e internarme con mi madre en su casa y atenderla de acá hasta que su inconsciente se la quiera llevar, dejando mi vida por completo de lado, sí es inexorable. Si yo decido orquestar la situación de manera que me permita quedarme en Tierra de Musos, seguir viviendo/escribiendo mi vida, manejar el asunto a la distancia, tomarme las cosas con serenidad, si la culpa me lo permite, entonces no lo es. Luego hay una tercera posibilidad, sólo le cabe a los fuertes, a los instintivos, a los seres libres e independientes por completo, esta es la de no hacerse cargo de ese otro ser, naturalmente, porque así es la vida. Cada uno es artífice de su propio destino. ¡Ay! ¡Qué inhumana! ¡Ay!

Según el griego Papagiorgiou el hombre sería un entreparéntesis abierto en medio de la nada, o un chorizo existencial encajado a manera de sandwich entre dos rebanadas de vacío absoluto. ¿Me comprendés? Viéndolo así, absolutamente todos los melodramas, las escenas a llanto pelado, los temores pesadillescos panicosos, todo eso no debería existir, ¡si no somos más que un chorizo!, encima neurótico, lo que es peor.

Eran las once de la mañana. Llegué a la finca de Antonio con el helado casi sin tocar, viendo cómo se me derretía en la mano, a ver qué tenía que decir él sobre el asunto, Gala le ganó al cáncer, según él ya no le queda mucho, lo viene diciendo hace casi diez años... Como suele pasar me perdí por las callecitas de Alhaurin, acá sí que no hay wifi en ningún lado así que el gps no existe, salvo en el departamento, que sé donde queda, sé llegar al apartamento y al bar de Costales, eso es todo por ahora. La Baltasara sólo tiene internet en la oficina, en donde trabajan Luis y el otro secretario. Pasé por debajo del enorme arco en dónde Begoña se había sacado aquella foto cuando vinimos juntas. Llegué por el caminito de tierra hasta la puerta enorme, dudé un segundo antes de tocar, por esto de que siempre me siento una molesta, que la gente me atiende por obligación. ¡Justo Antonio! ¡Hacer algo por obligación! Toqué mientras tomaba el helado de fruta que chorreaba ahora hasta mi muñeca. Espié por la cerradura gigante y vi a Amalia caminando a lo lejos. Pensé en quién se iba a hacer cargo de mi cuando yo fuera vieja. La muerte, me respondí, ella se hará cargo de mi, como debe ser, porque no tengo hijos, no habrá ser en la tierra que sienta la obligación de socorrerme, así que moriré sola, si tengo suerte de un síncope, si no la tengo… vaya a saber. (Sigue)

Continuará...


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