domingo, 14 de octubre de 2018

Capítulo 380 "El triple pack"

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Patricia en cambio es una samaritana, cuida a mi mare porque puede, quiere y debe, el triple pack que te garantiza el paraíso, la vida eterna, el no sufrimiento. Lo bueno es que no me juzga, creo, al menos no me dice que me vuelva. Quizá por lo bajo piensa: mejor, que no se vuelva, una mala más en el planeta, más lugar para mi en el paraíso. Yo me voy a ir al infierno, seguro. Mi madre le tenía un poco de miedo a Patricia. Una vez hizo un escándalo, tiró los cubiertos contra la pared, fue el día que mi mamá se cayó en la calle, madre estaba acostada, se sentía mal, con su muñeca quebrada, su cabeza golpeada, no tenía hambre ni voluntad para nada, y Patricia se acordó de la suya, que quedó postrada en la cama y no quiso comer más y al final se murió, entonces se brotó y revoleó los tenedores contra la pared. Me llamaron por teléfono a los gritos, a los llantos, que no podía hacerlo, me dijo, que no estaba preparada para eso, que me buscara a otra persona porque si mi mamá no se levantaba se iba a morir como le pasó a la suya. Fue el último día que trabajó en casa, hace ya un año y medio de eso, cuando todo este sinfín empezó; marzo de 2017. Hasta ese día mi madre se manejaba sola, iba de acá para allá, y de pronto, un día, se volvió oficialmente vieja; sanseacabó.

Así que tampoco sé cuanto va a durar este asunto de que sea ella quien haga las cosas de mi mamá y me notifique a distancia. Supongo que hasta el próximo brote. Tuvo que ir a sacar turno para el doctor a las seis de la mañana, le dieron para el seis de noviembre. Eso me da una fobia tremenda, pensar que voy a tener que hacerlo yo, posiblemente pronto, encargarme de toda esa porquería de hospitales que detesto con el alma, casi que prefiero morir a ir al hospital. ¿No es ya esto de quedarme acá una necedad absoluta? ¿Un querer negar la realidad a toda costa? ¿Un intento de resistirme a lo inexorable? Lo paradójico, quizá porque aún estoy lejos, es que cuando la muerte se apersona en persona, se te planta delante como posibilidad, cuando te dice el doctor en la cara con voz de velorio: a tu madre creo que no le queda mucho, no sucede lo que pensé que sucedía, lo que imaginé de chica, de adolescente, de adulta, o al menos no del todo. Tal vez cambie cuando tengamos el veredicto final, si es bien fulero, pero por ahora no estoy todo el tiempo llorando, arrastrándome por los pisos, muriéndome de la pena. Las dos primeras noches dormí mal, no dejaba de pensar en eso, en que transitaba al fin la peor de mis pesadillas. Se muere mi madre, me decía una y otra vez, observando cada emoción en mi, experimentando cuánto había de verdadero en todo lo que había imaginado.

Y mire usted, dependiendo de lo que recordaba, dependiendo de lo que pensaba, asomaban el llanto o el alivio. Sí, el alivio. La pesadilla está acá, pero tarde o temprano, se acaba.

Quizá se muere mi madre, volví a pensar hoy por la mañana, antes de salir para lo de Antonio, pero la muerte de la madre no es eso que todos me quieren imponer que es, una cosa triste, inconsolable, un agujero en el alma que no se llena nunca más. No. Me vestí y salí a caminar por Alhaurin, la plaza estaba llena de gente, pedían "un precio justo" no sé para qué, noté que incluso pude sonreír a alguien, saludé a los mozos del bar Sardina, me compré un helado que fui tomándome por la calle Ronda. Mi madre se muere, sí, y yo estoy acá lejos, tomando un helado, como usted festeja los goles del Atleti mientras en Nigeria o en no sé dónde mueren mujeres y niños y hombres inocentes; así es la muerte, así es la vida, qué le vamos a hacer... (Sigue)

Continuará...



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