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sábado, 11 de junio de 2022

CAPÍTULO 557 "DESAMPARADO PARADERO"

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Antes de que el tipo se retirara del todo expulsé lo que tenía atrancado en la garganta. Siempre preferí enfrentar el miedo a quedarme dando vueltas alrededor de él, no por valiente, no, de ninguna manera, más que nada porque no soporto la incertidumbre, y soy catastrófica, todo saldrá del peor modo, y terminará aún peor. Entonces, aunque quite mérito confesarlo, aunque no pueda alardear de estoica, avanzo hacia el objetivo, hacia la causa del temor sólo para aliviar la ansiedad, y que sea lo que dios quiera. Así, termine como termine la cosa, en algún momento puedo dormir tranquila. Pasó lo peor, salió de la más horrorosa de las maneras, que bien, buenas noches.

Expulsé la pregunta que me descascaraba el cerebelo, con la angustia cegándome la razón, le consulté al muchacho del mostrador acerca del hisopado. Le expliqué en pocas palabras que para volver al lugar en donde vivía mi madre me pedían uno negativo, al hogar, aclaré, ella vive en un hogar y el gobierno lo exige. Sin detenerse y sin mirarme indicó que se lo comentara luego al doctor. Bien apático el chico, ignorando el tono panicoso con el que le hablé, desconociendo la existencia de algo llamado empatía y si hay algo que escasea en estos tiempos de batata es la vocación, el entusiasmo, la pasión, si se quiere, por lo que se hace, por lo que se elige hacer en la vida, con la vida, con la vida de uno... Como si alguien nos obligara a hacer lo que no queremos, a estudiar años largos, a dar exámenes dificilísimos para luego, al recibirnos, hacer el trabajo como el culo, sin ganas, y odiar a todo el mundo porque me equivoqué al elegir. O quizá al nacer, vaya una a saber. Yo no tengo la culpa de que te paguen mal, pelotudo.

Había que esperar a dios, al médico que quien sabe cuántas horas demoraba en dejarse ver. La Vieja seguía dormida, o dormitada, con sus dos manos haciendo de almohada, los ojos cerrados y la panza llena. El suero seguía goteando a buen ritmo. Y quizá el muchacho pensara lo mismo de mi: qué poca empatía esta boluda, se cree que es la única que necesita un médico, en esta época de tanta muerte y microorganismo volando por los aires. Me mira con cara de culo y yo acá soy un pinche, no hay nada que pueda hacer para agilizar este sistema de mierda, el presupuesto en salud que cada vez en menor, los insumos que no nos alcanzan... Nada puedo hacer para que los médicos en lugar de estar pelotudeando en la sala del café hagan lo que tienen que hacer… Por lo que les pagan… Ni la vocación logra mantenerse en pie.

Fui y vine unas quinientas veces al gabinete de al lado y ahí me tiraba, en la cama blanca y vacía, para recuperar la presión arterial, el ánima, la paciencia. Llegó un momento en el que dejó de importarme si se quitaba el suero, si caía, si se arrancaba una oreja, porque no podía más. Las enfermeras que debieran ayudar sentenciaban que si yo era la familiar tenía que vigilar a cada segundo que no le pasara nada. ¿Y si la hacían quedar y me echaban? ¿Cómo iba a ser la cuestión? Al rato una amiga con la que hube de hablar unos pocos mensajes me explicó que a su madre, en una situación similar, la habían atado a la cama. Temblé. Supliqué que no la hicieran quedar. Que el hisopo se lo hicieran pronto y pudiera volver sana y salva a su hogar dulce hogar. Y yo al mío, que moríamos las dos juntitas. Volví a sentarme junto a ella, con una angustia atroz, porque sentía que su bienestar, más bien su supervivencia dependía en este momento de mi carácter, de mi capacidad para imponerme ante los médicos, etc. A lo lejos pude escuchar voces, dos, una masculina y otra femenina, acercándose hacia nuestro paradero desamparado e impoluto.
Continuará... (Si no morimos de viruela de mono o de hepatitis infantil o de caída de la bolsa estrepitosa o d



sábado, 26 de febrero de 2022

CAPÍTULO 556 "DEMASIADO PRONTO PARA LÁGRIMAS"

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La Vieja terminó de comer y estiró el brazo para que le recibiera la bandejita vacía. Con suerte ahora haría la siesta y por un rato no iba a tener que vigilar que no se quitara el suero. O los aros. O intentara bajarse de la camilla con baranda enclenque que nos había tocado. Dicho y hecho. Se recostó de nuevo mirando para la pared, sus dos manitos de almohada y menos mal que le había llevado la campera porque si bien el clima estaba lindo ahí metidas y quietas se sentía un poco el frío que todavía no se quería retirar. No sólo a los humanos nos cuesta esto de despedirnos de la vida, a las estaciones climáticas también se les da por los brotes del ego inflado, aunque ellas en relalidad se retiran al otro lado del globo pero nosotros… Vaya una a saber.

Busqué en donde tirar los restos de la vianda hospitalaria y volví al gabinete; descansaba plácidamente. Podía aprovechar para ir a ver si ya estaba la puta orina. ¿O era demasiado pronto? Demasiado pronto para lágrimas. Lo que quería era irme de ahí y no hay nostalgia peor que añorar lo que sabemos que nunca jamás sucederá: irnos cuando queremos de un hospital en plena pandemia. Volví a chequear que estuviera dormida y salí de ahí a por un poco de aire. Caminé por el corredor de la guardia sin el barbijo puesto, me sentí la llanera solitaria hasta que una enfermera me pidió que me lo pusiera. Me hice la que no me había dado cuenta para no generar encontronazos. Llevé de acompañante a mi teléfono que a veces para algo servía, para saber la hora, para corroborar cuan lento pasa el tiempo cuando queremos que pase rápido. Le escribí a mi tía que no sabía para cuánto más teníamos pero que la Vieja mal no estaba, que se quedara tranquila, a ver si todavía teníamos que correr por dos, una con los desmayos y la otra con el pico de presión por los desmayos de la una. 

La preocupación me carcomía, si lograr que los ineptos del Tornú le hicieran un análisis de orina y uno de sangre bien hechos había costado un triunfo… ¿Un hisopado? Me dejé caer en una parecita del enorme jardínSaqué una galletita que había quedado y di cuenta de ella. Eran las dos de la tarde pasadas. ¿Sería que nos iban a dejar ir? ¿Y si nos dejaban ir a donde la llevaba? Tenía terror de que no, de que nos hicieran quedar para controlarla, y peor, tenía pavura de que me pidieran que me fuera, que la iban a cuidar ellos, si esto sucedía al rato me llamarían, que se había caído y quebrado, pero la otra posibilidad, toda la noche mirando sentada en un banquito que no se quitara el suero, ¿iba yo a aguantar eso y al otro día y al otro sin dormir? ¿Y si se quedaba un mes y medio? 

Hice un poco más de tiempo y enfilé para el laboratorio mientras pensaba en cómo resolver lo del hisopo. ¿Un laboratorio privado? ¡Pero esa prueba tarda mas de dos días! Había pasado ya casi una hora, posiblemente estuviera la orina, y si estaba lo que quedaba por delante era que el médico viera los resultados y ahí preguntaría lo del asunto peor. Me dieron el resultado y ansiosa regresé a la guardia. Ella seguía reposando. Cada tanto amagaba moverse. La tapé bien con el gabán que se le había deslizado para un costado. Controlé que la guía del suero no estuviera tirante y rogué que por un buen rato no le dieran ganas de ir al baño porque era un baile algo complicado esto de que se recostara panza arriba e hiciera fuerza para levantar sus caderas para que yo entonces en el segundo exacto zac, deslizara la chata por debajo para que así pudiera desagotar los asuntos. Era esto más bien una ilusión ilusa porque si le estaban metiendo agua por la vena en menos de lo que cantara un gallo empezaría la danza. Me sentí una hija primeriza. Una idiota. Una inservible. Paciencia. Avisé al chico que ya tenía los resultados. Me pidió la hojita y la metió en una carpeta con el nombre de ella. ¿Y ahora? Ahora hay que esperar al doctor, sentenció, e hizo mutis por el foro. Le iba a preguntar del hisopo pero no me quedó energía.

Continuará…








domingo, 19 de diciembre de 2021

CAPÍTULO 555 "LA PRUEBA QUE NADA PRUEBA"

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En eso me llega un mensaje de whatsapp del hogar, que cómo andaba la cosa, preguntaban, posiblemente por el altercado que había tenido lugar con los remedios. Y vaya a saber una quién había dado mal el dato, ¿el hogar? ¿La médica de la ambulancia? ¿O la del hospital? En verdad era tal el estrés, la presión, el caos bajo el cual nos tenían viviendo hacía meses los infelices del gobierno que un error así, fatal por cierto, podía haberlo cometido cualquiera y era más que comprensible, tanto asistentes como médicos y enfermeras estaban al límite de sus resistencias y corduras, gracias sobre todo a los medios de comunicación y su torturante taladrarnos todo el día con lo mismo: virus mortal, muertos muertos y más muertos. Agregaban en el mensaje que no me olvidara de la PCR para poder volver a ingresar a la residencia. 

Se me paró un segundo el corazón. ¿Un hisopado? Había olvidado este detalle no nimio, la imbecilidad de la prueba diagnóstica para poder regresar, que estaba probado que no probaba nada pero lo mismo la exigen los gobernantes, posiblemente entongados con los laboratorios que, acabo de darme cuenta al subir la foto, le hicieron un LAMP y no una PCR, estafadores. Me quedé unos largos segundos releyendo el mensaje con estupor. Imaginé el incierto destino de nuestras dos almitas inocentes porque ¿cuánto podía llegar a tardar una PCR en ese lugar en ese momento? No me iban a dejar ingresar sin la prueba y la prueba no iba muy pronto. ¿Llevarla a casa? ¿Y si no era yo capaz de atenderla como necesitaba? ¿Y si se ahogaba con la comida? ¿Y si se caía de la cama? Yo no tenía en casa una ortopédica y ella tenía como deporte preferido levantarse de noche y caer. ¿Y si se quebraba la cadera? En el hogar estaba la nochera que pasaba la noche en vilo vigilandola porque ya la conocía. Sentí pánico. Desamparo. Miré a mi madre, con el suerito enchufado en su muñeca pálida, ignorante del mundo que la rodeaba, del drama, de la tragedia, de los sinsabores. 

La verdad era que estar un poco mal del coco, un poco inconsciente en estos tiempos de imbecilidad supina era casi una bendición, sentí algo de envidia en lo más profundo de mi consciencia abrumada, porque en ese momento toda la responsabilidad caía sobre mis hombros. Yo tenía que decidir qué hacer con ella a cada momento. Yo había tenido que decidir, cuando comenzó el baile, si dejarla en la residencia o llevarla a casa. Hora y media con el psicólogo sólo para hablar de eso, no sabía qué hacer. Si la llevaba a casa ¿cómo hacía para ir a trabajar? Yo nunca paré porque soy esencial. ¿Qué hacía si no me dejaba dormir y al otro día tenía que atenderla y trabajar? ¿Cuántos días podría aguantar ese ritmo yo sola? ¿Una persona que la cuidara? Ya había tenido el gusto con la que me terminó haciendo juicio por la nada, además mi madre con su carácter se hacía odiar al rato de conocerse y las muchachas si no se iban le tomaban bronca etc. En el hogar había gente idónea que la sabía cuidar, se turnaban para aguantarla, cualquier emergencia enseguida se daban cuenta y la hacían ver por el médico. Así fue que con una culpa enorme decidí que era mejor por las dos que se quedara allí y hasta el momento no había pasado nada malo salvo los miedos que nos hacían agarrar cada vez que llegaba un mail con la noticia de que alguna empleada había dado falso positivo para a los dos días dar negativo para luego volver a dar falso positivo para a los dos días dar negativo de nuevo para luego volver a dar falso positivo para a los do 

Continuará...


domingo, 12 de diciembre de 2021

CAPÍTULO 554 "EL PAPA A LA VERDAD"

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En el laboratorio al fin me dieron el análisis de la orina, el resultado. Volando caminé para la guardia porque ya estaba más que podrida y me quería ir a mi casa. Lo peor que una puede hacer en situaciones como estas, caer presa de la ansiedad, querer que las cosas sean como se quiere pero se sabe casi seguro que serán todo lo contrario. Exigir a la burocracia estatal que haga las cosas con coherencia es harina en saco roto, y exigir lo mismo a muchos médicos y enfermeras es algo parecido. 

Toqué el timbre y me abrieron rápido. Le di al idiota del mostrador el análisis para que ¿se lo diera al médico? ¿Y el resultado de la tomografía?, pregunté. ¿Ya lo tienen? Tardó unos segundos en reaccionar, como si el sonido viajara por un mar de fango, por arenas pantanosas. Luego, molesto, sin mirarme, me mostró una carpeta. Acá esta todo lo de su mamá, en cuanto los médicos pasen lo van a ver. ¿Y a dónde están ahora?, pregunté, ilusa,  creyendo que con esa pregunta empujaba un poco los acontecimientos, apresuraba el regreso de los doctores dioses. Están haciendo la ronda, respondió el muchacho, sin saberse parte del engranaje del aparato idiota, del aparato odioso y deplorable llamado, como antes dije, burocracia, para el cual sólo son útiles los personajes como él, que no piensan, que no ponen nada de sí, sólo siguen órdenes y la ley del mínimo esfuerzo, como en la banalidad del mal.

Volví al gabinete en donde estaba la ahora protagonista de la saga, la Vieja. En realidad protagonista era ya hacía varios años pero de un tiempo a esta parte se había vuelto la protagonista principal sin pelos en la lengua. Estaba reposando, tranquila, el barbijo por debajo de la nariz. Ya tanto usar la porquería esa se le estaba aplastando el extremo de la misma, su cara tomaba otra forma, la forma pandémica. Las caras toman otra dimensión con la porquería puesta, y las orejas, las narices van mutando sus contornos, un horror, y qué locura, a cinco meses de haber empezado el cataclismo sin retorno por momentos no lo podía creer, personas que caminaban con eso en la cara ya como algo normal y necesario, ignorando que si el virus mentado fuera o fuese realmente algo letal y peligroso esa porquería no les serviría posiblemente para mucho. Pero nadie se informa, nadie lee, nadie sabe acerca de las fuentes fiables de las que informarse. Al igual que los médicos del hospital, la gente le cree al médico de la tele porque desconocen las bambalinas, desconocen que ese médico trabaja para alguien que le exige que hable de tal o cual cosa y, por supuesto, que meta miedo, alarma, escándalo, porque si no lo hace baja el rating y al carajo el médico, el programa y el productor del programa, la Pampa, la China, el ombú. ¡Qué fácil había sido cambiarnos el paradigma, la manera de vivir! 

La mentira no puede satisfacer nuestros deseos, creo que le leí alguna vez a René Girard. JA, diríale si viviera al muy estúpido pero el guacho se murió hace tiempo. La mentira nos llevó a desear el encierro, a detestar al que no acata las órdenes incoherentes de los gobiernos, de los ignorantes de la OMS. La mentira está todo el tiempo delante de mis ojos pero los demás parecen no verla, salvo unos pocos, salvo algunos médicos particulares, pero eso queda para el próximo apartado, que espero no sea tan apartado como este, el más apartado desde que empecé con este blog, casi dos meses o más entre la última capítula y esta, y es que los tiempo pandémicos me retrajeron la pluma. (Pausa larga). De la mentira se vive, Girard. Los católicos prefieren el Papa a la verdad. ¿Y la gente? ¿Qué prefiere la gente? Es más simplona ella, necesita solamente que le vendan algo que más o menos les cierre, sentirse seguros. Y ya. (CAPÍTULO SIGUIENTE)

Continuará...

sábado, 9 de octubre de 2021

CAPÍTULO 553 "Piecitas y solas"

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Con el sabor a sánguche de salame en la boca pensé en la incertidumbre. En cuán poca tolerancia tenemos para soportarla. Necesitamos saber qué sucederá YA MISMO aunque el sucederá sea el año que viene, o en una década, o ya de viejos. O nunca. Eso. En general el sucederá nunca acontece sino las consecuencias del miedo a ello, a que suceda. Acabamos muriendo de consecuencia, no de sucederá. Porca miseria. Es el factor que ha hecho estragos en este año de pandemia, aunque sea imposible de probar, o muy difícil, es el factor que ha hecho la pandemia. Pude verlo de primera mano en el hogar, las asistentes enloqueciendo de miedo, cometiendo errores por el agotamiento, las abuelas no entendiendo qué pasaba, porqué no podían ver más a sus seres queridos, porqué las encerraban en piecitas solas o, a veces, acompañadas. Porqué no tenían más talleres y todos andaban vestidos de astronauta. ¿Aún le quedan dudas de que los miles de ancianos han muerto de protocolo y no de coronavirus? ¡Protocolo, señora! De las normas que obligaron a todos a vivir de una manera inhumana por un virus que ni para los viejo fue amenaza (pude verlo con mis ojos propios, apenas alguna línea de fiebre, algo de tos, Y SIN VACUNA).

Pude verlo también cuando la tele anunciaba el desabastecimiento. La gente yendo desesperada a desabastecer al que venía detrás, porque llevaban en lugar de una polenta diez, en lugar de dos fideos cuarenta. Ellos hacían realidad los deseos de la tele, que vive de cultivar el miedo. El círculo vicioso que pocos ven. Pude verlo en las guardias colapsadas, personas aterradas de tener el virus mortal porque les dolía la panza, o le faltaba el aire, o la cabeza se les partía, síntomas todos de stress, porque no sabían qué iba a pasar, si se iban a morir, de qué iban a vivir, cómo iban a pagar sus cuentas, cómo iban a mantener la empresa y a sus empleados si no los dejaban trabajar. Las guardias colapsadas después de que la tele se encargara de decir que no iba a haber camas para todos. La gente sin aire después de que la tele vaticinara que no iba a haber oxígeno para todos. Círculos viciosos que pocos ven. El stress, cuando los cambios externos son tan violentos como los que vivimos durante el 2020, cuando se extienden a tan largo plazo, mata. El stress aniquila las defensas. Hay libros y más libros sobre ese tema. 

La vieja terminó la comida y cerró los ojos. No me sentía bien, de nuevo, por lo que fui a tirarme al gabinete lindero cuya cama estaba vacía. Por momentos sentía el pánico invadiéndome, el enfermo deseo de desaparecer del lugar sin decir más, que les garuara finito. Si me desmayo qué hacen estos idiotas, pensé. O si me descompongo acá mismo, si me caigo redonda y me tienen que asistir a mí, ¿quién vigila que ella no se quite el suero, que no se caiga de la cama, que no intente bajarse para ir al baño y termine en el piso? Claro. Por eso enfermamos. La enfermedad es lo único que podía justificar que yo no asistiera a mi madre. La enfermedad, la insania mental, las adicciones. Cóctel de justificaciones, antídotos inconscientes varios contra la responsabilidad, que nuestra cultura cultiva apañando al que enferma, y cada vez peor.

Recuperé la sangre en la sesera y volví, pronta, a ver cómo andaba la cosa. Dormitaba, tranquila. Y no hay bien que por mal no venga. Descubrí en ese momento que responsabilizarse de lo que toca hace bien. La frase de almanaque se hacía carne, sucedía en la vida real. La experimentaba en el cuerpo. Me senté a su lado a cuidarla, a hacerme responsable de lo que me correspondía. Me sentí mejor que en el otro lugar, escapando, tratando de evitar lo inevitable, tratando de cerrar los ojos a lo que la vida me ponía delante en ese momento. No se puede. O no podía. Yo. Porque aún descolgando el teléfono sabemos que si algo tiene que pasar, pasará, y eso no nos deja dormir lo mismo. Estando a su lado caerse no podía y esto me tranquilizaba. ¿Será la causa por la cual tenemos en general vidas de mierda? ¿Porque andamos escapando de lo que nos toca? Pretendemos vidas sin cambios, vidas mansas, apacibles, y la vida es todo menos eso. Miré la hora. Ya era posible que estuvieran los resultados del laboratorio, la sangre y la orina. Fijé la baranda de su cama lo mejor que se pudo y enfilé esta vez no en busca de Jesús Quintero sino en busca de lo otro: el fin de la incertidumbre, creyendo, ilusa de mí, que esto significaba irnos del hospital

(Capítulo siguiente)

Continuará...









domingo, 5 de septiembre de 2021

CAPÍTULO 552 "DOGMÁTICA DEL ESPANTO"

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Pagué apurada y agarré la bolsita blanca. Hacía calor pero no iba a perder el tiempo en sacarme la campera, temía que la vieja se cayera al piso o se arrancara el suero o estirara la pata o lo peor, que algún idiota de la salud, que no son todos así, lo acepto, con mucho alivio lo acepto, pero en este hospital me habían dado ya varias señales de que posiblemente estuvieran llenos de medallas y homenajes a la inoperancia, temía que confundieran a la paciente y la llevaran a operar de algo, o que le dieran una medicación que no fuera, a pesar de que les había indicado el error, vio que el humano es especialista en tropezar en continuado con la misma piedra y repetir en consecuencia los mismos errores y la consecuencia igual de nefasta, cuando no mortal. ¿Cuánto hubiera vivido mi madre si no me hubiesen permitido acompañarla en la ambulancia tomando la medicación que no tomaba? Anotaron una para la epilepsia que ignoraba yo de donde habían sacado el dato. ¿Cuánto hubiera sobrevivido mi madre tomando la que no tomaba y no tomando la que sí? El destino no siempre es un jodido (o sí, depende el cristal con que se mire) y lo acepto con alegría porque me hace cambiar de idea, dejar de ser tan pesimista, dogmática del espanto y la catástrofe.

Llegué a la guardia y la puerta estaba cerrada. Di toda la vuelta al pabellón como había aprendido en el Subizarreta. En aquel hospital dando la vuelta había una que siempre quedaba entreabierta porque los camilleros entraban y salían. Recordé. Terminamos allá cuando su última caída, en la que palmó implantes y muñeca. Mes y medio enyesada y bisagra de la vida, de ser independiente a no serlo nunca más, ni ella ni yo, hasta que la muerte nos separara, la de ella o la mía, una de tres. 

Di la vuelta pero no había tal otra entrada así que volví a punto cero y golpeé. Decía golpee y aguarde pero sabemos cuanto pueden llegar a durar esos “aguarde” en lugares como estos. Desesperé. Golpeé más fuerte y con mayor insistencia. La bolsita se zarandeaba en mi muñeca. Me abrió el boludo del mostrador, el que se había olvidad de mandarme a hacer la orina, con cara de culo me abrió, me elevé un poco y le pedí disculpas, que temía que mi madre se hubiera caído a lo que negó cualquier tipo de posibilidad de que eso pudiera pasar. JA. Pensé, pero no dije nada. Una porque caminaba directo al gabinete de ella y otra porque la inteligencia me recomendaba que no hiciera malas migas con quien iba a tener que convivir quien sabía cuantas horas más y de quien iba a necesitar favores, sí, favores, porque algunos de estos especímenes creen que el trabajo que les toca, asistir, es hacer un favor. ¡Te pagan poco? No es mi culpa, tarambana.

No. No se había caído. Respiré. Sí se había dado vuelta de nuevo, su cara hacia la pared, dormitaba con la cabeza apoyada sobre ambas manos. Cuanta pena me dio mi madre en ese estado: vieja, dependiente, estropeada. En el hogar la pasa mejor que vos, me dije para descomprimirme la angustia, la impotencia de no poder cambiar las leyes naturales, su vida, sus genes, algo para que no estuviera tan deteriorada. ¿Estaba exagerando? Mi madre todavía caminaba, con andador, pero caminaba. Más que de incontinencia y de malhumor de otra cosa no padecía. Pero se la veía estropeada en esa camilla, con la guía puesta y la cara pálida. Y es cierto que en el hogar realmente estaba bien, hasta que invadieron los estatales con sus protocolos idiotas y criminales el hogar era una fiesta. Había llegado a ir todos los días, con la guitarra y todo. La excusa era acompañarla en su adaptación pero la verdad es que me sentía como en casa. Incluso dejé mi instrumento ahí porque la llevaba y la traía para cantar con las viejas todos los días. Viejas que cantaban, hijos que iban y venían, charla de acá, charla de allá, mate compartido, facturas, bingo, talleres de esto y aquello… La compañía que no tenía en casa la encontraba ahí, junto a mi madre, en su nuevo hogar. Qué paradoja, ¿no? El geriátrico al que todos atribuyen el nombre de depósito de viejos nos había resucitado a las dos.

Le acomodé la guía del suero para que no estuviera tirante, controlé que saliera más o menos constante el líquido y me senté a dar cuenta de la comida, iba a dejarla descansar y cuando espabilara... Pero no. Comida y mi madre durmiendo son dos universos incompatibles. Levantó la cabeza, le costaba despegar los ojos, la ayudé a incorporarse. Sentada en la camilla, con las piernas colgando, le fui pasando galletitas y le preparé el tecito del que tomó poco y nada. ¿Cuándo nos vamos?, preguntó ansiosa. Relaté que había que esperar el resultado de la orina y luego a que un médico viera eso y lo de la sangre y lo de la tomografía. Podía llegar a demorar todo esto unos veinte años pero como el destino venía siendo algo menos que jodido sonreí, aunque puede ser que tarden algo menos, le dije. Se rio y volvió a acostarse, esta vez dando la espalda a la pared. 

La enfermera irrumpió con una bandejita, traía más comida para ella porque le habían sacado sangre. Alegó eso y se fue. ¿Querés? Antes de que acabara de preguntarle ya estaba incorporándose de nuevo. Me alivié. ¿Sería que se sentía algo mejor entonces? Me intrigaba, por no decir que me preocupaban sus dos desmayos de la mañana. Le tapé la espalda con su gabán y la ayudé a comer primero a ella, después me comí medio a la fuerza el sánguche que había comprado. Me habían despertado a las ocho y media de la mañana, que no estaba bien etc, a tres días de haber vuelto de mis Madriles queridos, de estar con mis bálsamos eruditos,  mis Antonios, mis Jesúses, Rocío, la Gitana... Todavía tenía el estómago cerrado, el cerebro descerebrado, la adaptación a la realidad completamente nula. CAPÍTULO SIGUIENTE

Continuará…




sábado, 7 de agosto de 2021

CAPÍTULO 551 "La procura del salame"

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Vos tenes que  procurar que los otros, que son el infierno, según Sartre, vos tenes que procurar que los otros crean que sos medio salame, algo tarado, tenes que procurar que crean que te va mal en la vida, que nada te sale, que siempre la erras, o al menos que la erras la mayoría de la veces, que aunque te lo propones no logras llegar a la meta, aunque esto último… Esto último da un poco que pensar porque las redes abundan de fotos de Fulano con el premio en la mano, o de Fulano con la revista en la mano en la que ha sido galardonado, o de Fulano logrando cierto objetivo que se había propuesto, un título, un trabajo, una cena con velitas, un corte de pelo, estrambótico o no, y esos posteos exitosos cosechan muchos megusta y felicitaciones, felicitaciones con florcitas y corazoncitos incluidos, no cualquier cosa. Lo que no sabemos es si son sinceras sendas manifestaciones. Dada mi experiencia con humanos podríamos arriesgar que no, que en su mayoría son felicitaciones de cocodrilo, felicitaciones que preceden al siguiente pensamiento, cuasi literal: este mediocre de mierda se ganó el premio, esta alfeñica de porquería tuvo un chico y tiene un marido y yo, que soy tan afable, que voy a hacerme el tratamiento de la papada semanalmente y tengo mi propio departamento... ¡Estoy sola y angustiada!

En definitiva, como ya lo vaticinó Roberto Arlt, el antihéroe seduce, genera empatía, gana amigos, no amigos de verdad, amigos condescendientes, amigos que en el fondo le tendrán al fracasado un poco de lástima, pero sea como fuere lo querrán. al fin y al cabo, porque está por debajo, porque nunca la pega o porque pobre… todo siempre le cuesta tanto... Y acá cabe aclarar que, es sabido, si las cosas cuestan es porque se es buena persona, así lo ha sentenciado el saber frondoso popular en estos tiempos en los que las víctimas son subidas al pedestal por el solo hecho de ser víctimas. Ahora, ¿la victimitud es algo que se gana con esfuerzo? ¿Por merito propio? Yenesepá. ¿Y a los que no la padecen...? Hay que tratarlos como el culo, con resentimiento, porque, justamente, no la padecen. A la vida no la padecen. ¡Entonces que se las arreglen solos, soberbios reventados! Soberbios que, sobra la aclaración, no le hacen mal a nadie salvo a los que sí, salvo a los que pretenden ser sus salvadores, a los que viven de demostrarle al mundo que ayudan víctimas y por eso son dignos y morales. ¿O no ves que estoy publicando una foto de Ludmila que necesita plata para la operación a corazón abierto? YO SOY EL BIEN. (Que lo parió…). 

La cuestión es que si la vas de perdedor no les vas a oler a presumido, a nariz parada, a soberbia, son los únicos aromas que perciben esos seres, los resentidos. Te tendrán rencor porque más o menos te las arreglas y entonces no los necesitas, y porque no supieron hacer de su vida algo que les guste, algo que les valga la pena, o no pudieron. Sea como fuere y para redondear, si no mencionas tus logros es menos probable que te tengan bronca por debajo de la alfombra.

El doctor que chismeaba muy entusiasmado el discursete sobre los antihéroes se dio por aludido y me miró, se ve que se sintió observado, o escuchado. Hay miradas que matan y otras, como la mía, que levantan la perdiz. Bajé automáticamente la cabeza porque estaba la mar de interesante lo que decía pero no retomó la conversación. Quedaron un momento en silencio, luego la médica con la que compartía la mesita se levantó con su teléfono en la mano y salió del pequeño barcito. El médico volvió a mirarme, algo avergonzado y perseguido. Miró la hora. También agarró su teléfono y se sumergió en él. Pedí un triple de jamón y queso al final, y una coca, y galletitas para ella y un té. Eran las 13:20 de la tarde. Todavía ignoraba lo que me deparaba el depravado destino. Capítulo siguiente

Continuará...



jueves, 1 de julio de 2021

CAPÍTULO 550 "EL VÉRTIGO VACÍO"

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Y mientras me dirigía hacia el laboratorio nuevamente, ahora con el tarrito de la orina, suplicándole al destino que tratara de no empeorar las cosas, que no estuviera escrito que a la vieja se le diera por quitar la baranda y caer al suelo para así quebrarse la cadera o desencarjarse la mandíbula, mientras esquivaba gatos de hospital, algunos muy magullados, otros menos, sentí el terror que hacía tiempo no sentía, ese vértigo de quedarme sin relato, sin algo que decir, en el vacío, catatónica de pluma, como la primera vez que me llegué a la colina de Sevilla y tras ver a Quintero y a Gala... el desahucio, la sensación de la nada por culpa de la meta cumplida… Recuerdo haberle comentado al loco en nuestro primer encuentro, frente a frente, se suponía vos eras una meta imposible, que me tendría escribiendo para siempre. Pero no, al parecer y para jodernos bien la vida si uno se propone algo, en general, lo consigue. 

¿Y ahora qué?, recuerdo que pensé con la maleta en la mano, llegando a la puerta de mi magro hostal. ¿Y ahora qué? El climax acababa de suceder. El aquelarre de absortitud por haber logrado ver a los dos musos, juntos, aquél día que la tele dijo se alineaban los planetas. Descubrir que se llevan medio como el culo, que Quintero no soporta a Antonio porque se pone a hablar y no para más y a ver que le quite el protagonismo el poeta de Brazatortas. Quizá a alguien más le hubiera decepcionado pero a mi me encantó. Se aman, se pelean, se vuelven a amar. Será la última vez que se hayan visto en vida. Antonio ya no sale de la fundación desde antes del lío este y Jesús está parecido, en su rinconcito de Huelva. Como si se hubieran juntado para mi, me dice el ego al oído.

Por lo pronto sin relato no iba a quedarme gracias a la ineptitud del sistema sanitario argentino, que son los argentino, valga la redundancia. De vuelta esperando en el laboratorio. Dejé el tarrito lleno de líquido amarillo a la chica astronauta, me atendió nuevamente por la ventanita de la puerta. Me quedé parada un momento mirando los enormes jardines, la poca gente que iba y venía en el supuesto “hospital colapsado”, decía la tele. ¡Colapsada están las terapias, negacionista!, chillaría algún hinchapelotas de los que cree a rajatabla lo que le dice la boba caja. Y la verdad es que no podría responderle porque la terapia de este lugar no tenía idea de en donde quedaba y para ponerme a investigar necesitaba antes comer algo. Tenía hambre. Caminé por el senderito que me devolvía a la guardia y a lo lejos vi el bolichito en donde los médicos iban a almorzar, en donde alguna que otra vez habíamos comido con ella tras una caída en la calle, tras una bajada de presión, ya no recuerdo. Se me ocurrió llegarme hasta ahí, comprarle algo para que picara y un sanguchito para mi; teníamos al menos una hora más por delante hasta que estuviera el resultado del análisis y de paso paraba la oreja, a ver si escuchaba algo interesante de boca de algún doctor sobre las bambalinas de la pandemia en el Tornú. CAPITULO SIGUIENTE

Continuará...




domingo, 16 de mayo de 2021

Capítulo 549 "Los verdes campos del Tornú"

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Era el mediodía, ya hacían tres horas que estábamos ahí. Y cuando las papas queman las soluciones afloran, uno las hace aflorar, lo que parece imposible, lo hacemos, en honor a la frase, como no sabía que era imposible lo hizo. Por eso hay que alcanzar el punto de Kafka, en donde no hay retorno, porque si hay retorno uno en general se vuelve a la zona conocida, a donde se siente seguro, si no hay retorno no queda otra que avanzar, mirar adelante, alguna puerta siempre hay y recién entonces la vemos. La abrimos. La cruzamos. Yo acá había sido enviada de una patada en el culo al punto sin retorno, y pensaba que sí era imposible, pero no, afloró la chata, que cuando estuvo quebrada de brazo en el 2016 y se mareaba se la ponía y hacía sin levantarse de la cama. Salí presurosa y sintiéndome un poco más superviviente, más fuerte, más independiente, porque se me había ocurrido flor de solución para el entuerto de marras. Caminé hasta el bañito que estaba a pocos metros de nuestro gabinete y ahí, que ya las había visto en una de mis incursiones, las chatas de plástico esperando a por mi. Sentí el alma henchida, aproveché que nadie veía y me quité el mierda barbijo, respire un poco; o el baño estaba limpio o tenía la covi, una de tres, porque no olía nada de nada. Joé.

Agarré una, la que me pareció más acorde a su anatomía y la enjuagué en el pequeño lavatorio, como pude, era bastante chiquito pero peor era nada. Crucé rauda y veloz hasta el gabinete y le informé de la empresa venidera, teníamos que juntar el pis para el análisis y ella iba a tener que cooperar. Sin problema bajamos los pantalones y le saqué el pañal, por suerte no lo había usado todavía, otro de mis temores era que no tenía repuesto y si se inundaba qué hacía. Presente, Marina, el presente, no es momento de pensar en catástrofes futuras que quizá no pasen, que por ahora ya tenes el cupo lleno. Levantó el culo muy atléticamente, a pesar de estar encerrada hacía meses la tipa no había perdido su estado, me dio alegría, me derribó un montó de mitos e imaginaciones: que el encierro la dejaría sin memoria alguna, que la iba a dejar lisiada, etc. Pues no, por ahora nada de eso había pasado salvo que estaba sí un poco más desconectada, por momentos. Puse primero la chata, bien atrás para no mojar nada que quien sabe cuánto íbamos a tener que estar en esa camilla magra. Luego destapé el tarrito y lo dejé cerca, presta a ponerlo debajo en cuanto saliera el chorrito. Salió. Junté sin problemas hasta que me pareció suficiente y con una enorme felicidad le puse la tapita y lo dejé a un lado. 

Trencito Almodovardelrieño
Ella terminó el mandado, llevé la chata al baño, la enjuagué nuevamente y la dejé en su lugar. Mientras hacía esto me di cuenta de que casi no usaba el barbijo, no me daba cuenta, y nadie me decía mucho, cuando me decían me lo colocaba tras pedir disculpas; no era de renegada, era de agotada. Mientras hacía esto recordé mis recientes y aventureras épocas, en las que para conseguir acción para el relato, para detonar los sucederes me cruzaba el Atlántico, le tocaba el timbre al periodista de los silencios, me tomaba el tren a las siete de la mañana para llegarme hasta un pueblito recóndito en el medio de los verdes campos andaluces… No supe si reír o llorar, por un lado ahora me iba a salir más barato, por un lado ya no necesitaba hacer tanta parafernalia para conseguir acción (gracias pandemia), pero por el otro… Me sentí vieja, aburguesada y miserable. Me acordé de Rocío, de su piso, de Begonia, de la noche en Ubrique con él que nunca llegué a relatar. La miré. Claramente iba a tener que hacerme relato de otra manera porque había ahora otra prioridad, una atadura que nunca antes había tenido. Lo mismo habrá sentido ella cuando nací, se lo iba a preguntar pero como casi que intuía la respuesta callé. Le pedí que tratara de no sacarse el suero, la ayudé a vestir y la tapé con su gabán, hacía un poco de frío, agarré la orina con la orden y enfilé de nuevo para el laboratorio, atravesando los verdes campos del Tornú. CAPÍTULO SIGUIENTE

Continuará...



domingo, 2 de mayo de 2021

CAPÍTULO 548 "VOCACIÓN DE PERROS"

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Eran las diez y cincuenta de la mañana. Camino al laboratorio con el tubito de sangre en la mano y el corazón en la boca, tenía miedo de volver y encontrarla seca en el piso, que a ver si alguien se iba a ocupar de que no sacara la baranda. El Tornú es un hospital divino, puro parque, si una se olvida que es un hospital es como estar de picnic. El sol que había era maravilloso. Nos sobraba la pandemia nomás (y la estupidez humana). Toqué el timbre de la puertita que decía eso, toque timbre y espere. Estaba yo sola. Al rato salió una chica con cofia y barbijo, me recibió la sangre y que volviera en una hora y media. Tenía hambre. Nervios. Los mensajes de mis clientes ansiosos por ser respondidos respingaban en mi teléfono celular. La era de la ansiedad. De la no incertidumbre en absoluto. De la no tolerancia al espere, porque es sabido que si no obtenemos la respuesta, sea cual sea, algo terrible ocurrirá, no sabemos qué, pero algo terrible y por eso la imperiosa necesidad del ??? al final de la consulta harto importante: tenes shampoo para pulgas pero perro con rulos??? Y yo pienso, si supiera, si supiera que no hay dónde llegar seguramente andaría con menos apremio.

Volví presurosa, acá si había un a donde llegar, era al cubículo en donde había quedado la Vieja con su suero incrustado y la baranda enclenque que podía sacar en un abrir y cerrar de ojos, que si encima se caía… La había sacado. Pero no se había movido de la camilla. Dada vuelta de espaldas a la baranda y de cara a la pared, con la manguerita del suero tirante que no supe cómo no se le había salido, reposaba. Respiré. Me senté un momento a su lado, en una silla que supe traerme de por ahí, cual delincuente, que en el hospital público se piensan que los acompañantes somos Highlander, que no nos cansamos, que no nos estresamos, que no nos da sueño ni ataque de pánico y gracias que nos admiten, eso dice la mirada que nos echan desde las alturas de su pseudopoder.

Me quité el barbijo, no podía respirar, me estaba bajando la presión, la espalda me dolía y los oídos empezaron a zumbarme. Salí del lugar y busqué otro gabinete, había varios vacíos, me metí en uno, cerré la puerta y me tiré en la camilla, boca arriba. Me sentí mejor. La guardia era una catacumba, no se escuchaba nada. Poco a poco la sangre volvía a la cabeza, los zumbidos menguaban, no soy ducha para estos asuntos, advertí, como si no lo supiera. Así me quedé un rato, cuando sentí que ya no me mareaba al pararme volví a su lado. ¿Y el análisis de orina?, me di cuenta, ya sentada, que sólo había llevado el tubito de sangre, y la orina, de tener que llevarla yo, era al mismo lugar, ¿o no? Le pregunté a mi madre si no le había comentado que tenían que hacerle orina, por si estaba desvariando. No, respondió. Volvió a ponerse boca arriba que casi se arrancó el suero, no podía moverme un minuto de su lado. ¿Puede venir un momento?

Adiós, gordo querido...
Me asomé. El creo que enfermero repitió lo mismo pero mirándome. ¿Yo? ¿Que yo vaya? Si, si, vos, tenes razón, hay que hacerle orina a tu mamá, tomá, estiró la mano con la receta desde su mostrador extraño. Me encajó el muy hijo de puta el tarrito y yo ya sé que les pagan poco y trabajan en condiciones desgastantes y que el Estado desmantela el sistema año a año pero si no tiene vocación ¿por qué no se dedica a pasear perros? ¿A algo que no demande a gritos la vocación? Ya había pasado casi la hora y media de la sangre, ahora íbamos a tener que esperar quién sabe cuánto por el resultado de la orina, dios mío. Miré el tarrito. ¿Cómo iba a hacer para que la vieja pillara en ese diminuto receptáculo? Entré. La miré. Intentaba arrancarse los aritos de las orejas, me apuré a quitárselos y casi me sulfuro con ella, claramente la vieja no estaba bien. Eran las 12 del mediodía. CAPITULO SIGUIENTE

Continuará...

domingo, 21 de febrero de 2021

CAPÍTULO 547 "CIRCO VID"

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Casi todo el mundo piensa que sabe qué es una emoción hasta que intenta definirla. En ese momento prácticamente nadie afirma poder entenderla. Parada al lado de la camilla esperábamos las dos que alguien nos diera bola. La guardia, a diferencia de lo que decían los medios de comunicación, prácticamente vacía. Veníamos a por un nuevo parche. Y así hasta la finitud. Si yo tuviera la certeza de que cuando ya no queda mucho por hacer no se la pasa uno mal… pero no la tengo, no sé si ella sufre o no sufre este artificial y al ñudo estiramiento de la vida. Sino ensañamiento. Si hubiera decidido no operarse del cáncer hace dos años posiblemente ya no estaría conmigo. ¿Y?, pensé y me espanté. ¿Cómo y? ¡¿Cómo Y??! ¡Es la muerte de la madre, Marina! El evento bisagra en la vida de todo el mundo. Si no se hubiera operado no estaríamos las dos esperando. Ni la una. No estaría un lunes por la mañana, recién arribada de los madriles, en la guardia el Tornú, esperando. ¿Cómo YY, nena?

¿Y?, preguntó la Vieja desde las catacumbas, algo disgustada, al menos asomaba una expresión, un sentimiento, un algo de su desvencijado cuerpo. El camillero, como si la hubiera escuchado, se acercó y la llevó hasta uno de los compartimentos, si es que se llaman así, y rápidamente la pasó a la otra camilla, a la que no tiene rueditas y sí una baranda que no se preocupó en trabar. Ni nos miró al salir. La sensación de que iba a ser un largo día. Tuve la intención de aprovecharlo didácticamente, para ejercitar los límites de la tolerancia que tan acotados tengo. La tolerancia con la demagogia, con la ineptitud, con lo no pragmático, con la falta de luces y destreza y--

Una chica de delantal blanco me llamó. Jovencita. Desde detrás del mostrador me mostraba una planilla al tiempo que me preguntaba si yo era la hija. Sí, respondí. Para mi sorpresa era amable y miraba a los ojos, escuchaba atenta. Me preguntó qué le había pasado, repetí lo que me habían dicho en la residencia, los dos desmayos. ¿No es que tuvo convulsiones la abuela? Eso me dijo la médica de la ambulancia, afirmó con el ceño fruncido. Quedé perpleja. ¿Convulsiones? Nadie me había hablado de convulsiones. Miré a mi alrededor. Cuánto desamparo. El mismo desamparo que habrá sentido ella cuando me llevaba de madrugada al Pirovano, otorrinolaringología, porque mis dolencias auditivas eran crónicas. Nos pasábamos miles de horas ahí, un horror y al pedo porque ahora tengo otoesclerosis y me estoy quedando medio sorda.

¿Convulsiones?, repetí. Miré la medicación que habían anotado en la planilla. No era la que tomaba mi mamá, me la sé de memoria. ¿No toma ella esto para las convulsiones? ¡No!, respondí, ya algo alterada aunque mis alteres suelen ser de medio pelo, significa esto que pasan desapercibidos. Hasta que estallo. Decidí llamar al hogar para ver qué había pasado y me mandaron por whatsapp foto del papel con la medicación que le habían dado a la doctora de la ambulancia, que ya se había ido porque es un servicio privado. Era correcta. El quilombo lo habían hecho en el hospital pero no dije nada porque a ver si les caíamos mal de entrada, luego nos iban a dejar para último orejón del tarro y yo me quería ir YA.

Cerré el pico que no se notó porque tenía puesto el mierda barbijo. Al menos en ese contexto era algo coherente llevarlo. Le indiqué la medicación correcta y tomó nota la pelotuda. Ya no me parecía amable y mis intenciones de estiramiento de límites habían sido olvidados. También habían anotado mal la edad y el nombre, no es Evangelina, es Edelmira. Corrigió. Respiré hondo. Sólo ver unos minutos las bambalinas de la salud me bastaban para confirmarme que el virus mortal no lo era tanto, estaríamos todos muertos. Le sacaron sangre, cosa que siempre cuesta porque tiene las venas para adentro, así que me rajaron del cubículo y tardaron un rato. Y si no pueden qué. Pero pudieron. Me dieron el tubito con un papel pegado para que llevara al laboratorio que quedaba saliendo para la derecha, luego siguiendo el camino hacia el pabellón amarillo y pasando a la izquierda la puertita. 

¿Por qué nos cuesta tanto a los humanos atravesar estos momentos? ¿Por qué uno prefiere estar en casa leyendo a llevar el tubito de sangre al laboratorio? Si las dos situaciones aportan novedades al espectro, ¿no? ¿O no? Ya sentía el cuello duro de la tensión. Tomé el tubito por donde menos impresión me daba y salí para donde me había indicado la doctora pelotuda, temiendo, como no, que sacara la baranda y se cayera, que se arrancara el suero que acababan de ponerle, ya que le había pedido encarecidamente que no lo hiciera. Ya eran las diez y cincuenta de la mañana.

Continuará...

domingo, 14 de febrero de 2021

CAPÍTULO 546 "CONDIMENTO PERNICIOSO"

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Hay que moverse del eje para producir conocimiento, al conocimiento hay que provocarlo, pensé, en otro intento de contener la angustia. Quienes dedican la vida a aprender y luego lo comparten, esos son los que menos peor se la pasan, ese es el camino, la verdad y la vida, no dijo Cristo porque no le convenía, que la gente piense, que conozca, se quedaba sin fieles el hombre, que era bueno pero no buenudo. Porque quienes conocen saben y si saben el ego huye y si el ego huye no hay resentimiento y si no hay resentimiento llega la paz (todos de pie). Y si esta receta fuera aplicable a la vida me llenaría yo de plata y de fama pero como no lo es me salvo de ambos condimentos perniciosos. En realidad el perniciosos es uno, ni me lo diga, como con la droga o las pestes, la enfermedad no existe, existen los enfemos, ¿no? ¿O no?

Mi madre nunca tuvo paz, cuando se viene de fábrica con problemas de estima no hay con qué, ella es el ejemplo viviente, no hubo psiquiatra en esta tierra que dé en el clavo, ni terapia, ni psicoanálisis; ni amor ni odio; ni hijo ni esposo, nada supo resolverle el asunto. La tortura de necesitar demostraciones de estima a tiempo completo, un calvario, porque si no te demuestran es que no te están apreciando y entonces arde Troya, se desmayaba en cualquier parte, un pseudodesmayo, no sabemos si consciente o no, pero quedaba espatarrada en el piso y todo el mundo mirando, en el acto del colegio, en la casa de mi abuela; o decía barbaridades de pronto, barbaridades jodidas en medio de la reunión si no era ella a la que ponían atención. O quizá se aburría, no era necesidad de estimación sino que le parecía idiota lo que conversaban, vaya una a saber. Es un calvario aunque se sobrevive, es también ella el ejemplo viviente de eso. 

Rápidamente llegamos al hospital Tornú, el tipo casi se equivoca y entra a Lanari que está pegado, la médica se dio cuenta y le indicó bien. La ambulancia se bamboleó en la rampa y mi mamá abrió los ojos, le costaba despegarlos, acá la palma, pensé, se la veía muy débil, pálida, casi no podía abrir los ojos, sin sus dientes. Se había desmayado por la noche y esa misma mañana, como un desmayo cortito, pérdida de conocimiento, me había explicado Sabina cuando me llamó por teléfono. ¿Podía alguien morirse de desmayito? La ambulancia estacionó frente a la guardia y la médica se bajó con una planilla en la mano. Llegamos, ma. Abrió más los ojos y estiró un poco, lo que pudo, el cogote. Le habían puesto un cuello ortopédico, no sé para qué carajo porque no se había golpeado ni nada, pura parafernalia, como todas las medidas sanitarias últimamente hablando. La asistente había llegado a atajarla en el aire, como el chiquito Romero en los penales contra Holanda.

Abrieron las puertas, me puse de pie de un salto, amagué a ayudar pero el camillero, canchero por naturaleza, en un canto de gallo la tenía abajo con camilla y todo. Enfilaron por la rampa hacia la guardia. El piso del hospital es un espanto así que el cuerpo se le desparramaba para un lado y para el otro. Ella, inmutable. Yo los seguí a pocos pasos, con la garganta hecha un nudo. Desde aquél cáncer del 18 que no volvíamos, acá la traje un domingo cuando comenzó con las pérdidas. No, por un desmayito la gente no se muere pero el desmayito puede ser producto de algo peor, mucho peor. Un ACV, por ejemplo, y ahí si que hay gente que no cuenta el cuento. Abrieron la puerta de la guardia y entramos. Todos embarbijados. No quise ni pensar en cómo íbamos a hacer para volver a la residencia, ¿sería que me dejaban volver con ella o habría que dejarla internada hasta que le hicieran el famoso hisopado? ¿O tendría que llevármela a casa? En ese caso tenía que pedir una cama de prestado, ¿y a quién? Hay que moverse del eje para producir conocimiento, al conocimiento hay que provocarlo... ((Sigue)

Continuará...

domingo, 31 de enero de 2021

Capìtulo 545 "Indigno y estrafalario"

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Una última pregunta y voy, grité para que la tipa de la ambulancia, que me miraba expectante desde la puerta de la residencia, me escuchara. Le consulté a Sabina acerca de la medicación, no se la había dado a la doctora salvo escrita en un papelito, si la dejaban internada iba a tener que regresar yo a buscarla. ¿Y porqué no me la da por las dudas?, pensé, pero no dije nada, porque suelo tener miedo de caerles mal y que luego se la agarren con la vieja. Mi mare toma medicación por la mañana, por la tarde y por la noche. Toma para despertase, para no deprimirse. Toma para no excitarse demasiado y otra para dormir. Una para la memoria. Otra para olvidar. Una para la locura y, posiblemente, alguna debe haber para la cordura, que tanto cuesta soportar en este mundo depravado, inconsciente, indigno y estrafalario. 

Alguna vez pensé que ése podía ser su problema, ella es lúcida, demasiado, tanto que se aburre rápidamente, sobre todo de la gente que sabe ser vulgar, hablar fruslerías a tiempo completo y a los gritos, tras cartón. Se aburre y se ofusca, la vulgaridad la ofusca, ver que el otro no sabe hacer eso que ella haría de taquito; observar que eso que para ella es tan evidente el otro no es capaz de verlo, de comprenderlo, ni de verse no comprendiendo. Burros que se creen sabios, espetó una vez mientras escuchaba la conversación de la mesa de al lado, en el cafecito a dónde solíamos ir antes de que nos encerrasen al ñudo, no recuerdo de qué hablaba el señor, con su medialuna en la mano, sí recuerdo el énfasis con el que decía las boludeces el burro/genio, se encargaba de enterar al bar entero de las vulgaridades que tenía para conversar y frente a su excesiva (y corrosiva) autoperfección, la de mi madre, nada tiene que hacer la pobre, la vulgaridad, salvo sentir vergüenza si es que para algo la cabeza le da, claro.

Tomé coraje y enfilé para la ambulancia. Subí. La miré. Ahí estaba con sus ojos cerrados. Me invadió la angustia. No quería llorar pero no pude evitarlo. No a los gritos, no, lloré en silencio de lágrimas, mirando para la ventanilla por si se le ocurría abrir los ojos, que no me viera. Imagino que lo que más debe dificultar la partida de este mundo son los hijos, dejarlos solos, indefensos, verlos sufrir porque nos vamos para toda la vida, una despedida para siempre, aunque queramos creer que no es así, que nos volveremos a ver en el más allá, consuelo de los más débiles, de los que no pueden soportar la idea de la finitud, de la nada venimos, somos nada, y a eso regresamos. La ambulancia arrancó, por suerte sin sirena porque al parecer no era tan urgente. Supe contener mi angustia forzándome a pensar cosas arbitrarias, ayuda si uno logra enfocarse, cualquier cosa, la pata muslo, los antibióticos de más que les encajan a los bichos que luego nos comemos y así es como las bacterias se vuelven multirresistentes. Pude dejar de llorar gracias a ellas, las bacterias. Mi mamá habló, que tenía miedo, dijo, entonces me tocoó tranquilizarla, que no era nada, que iban a hacerle unos estudios y volvíamos. Eso había dicho la doctora, había que hacerle varias cosas y para hacer más rápido la llevaban y le hacía ahí. Tomé su mano y me la apretó fuerte. 

domingo, 10 de enero de 2021

Capítulo 544 "Lo que fuera"

 CAPITULO ANTERIOR

Sí, confirme con un gesto, soy la hija. En ese momento abrieron las puertas de lo que alguna vez fue el garaje de la casa, que ahora es la residencia, y la pude ver en la camilla, hecha un estropajo pálido, sin sus dientes, con el vestido rosa y blanco, tan lindo que le quedaba cuando estaba mejor, y un saquito de lana que había ligado en la residencia que se rige por el sistema comunista, para todos todo, salvo lo que no, claro. Vaya a saber de quién había sido anteriormente. Era un saquito de lana bordó y blanco, liviano pero abrigaba, justo para la ocasión. ¿Habría sido de alguna que ya no está? Me imaginé ese momento. Cuando la que ya no estuviera fuese ella, su ropa en una bolsa. Quizá nunca la fuera a buscar. La llamada fatal. ¿Sería que se lo decían a una por teléfono o me dirían que ella no se encontraba bien, si podía ir, y entonces ya llegada al hogar me darían la trágica noticia? En el caso de que espichara en la residencia, claro, que es lo que espero porque en el hospital inhóspito de afectos, sola como una ostra, repleto de icebergs con delantales blancos que alegan que son rancios porque se protegen, porque no deben involucrarse ya que no aguantarían esa vida, esa carrera cruenta que eligieron de curar gente y volverse icebergs para luego tratarla como el culo (a la gente). 

Posiblemente no voy a matarla el día que muera pero al llegar al hogar veré las caras fúnebres y lo sabré, en un segundo: mi mare es pasado ahora mismo. Al segundo siguiente trataré de recordar la última vez que la vi, la última vez que le hablé. No sería sorpresa porque siempre la mato antes de tiempo. O sí será porque hasta ahora nunca acerté, nunca se ha muerto todavía. La maté en 2015 cuando tomó mal la medicación y parecía una zombi. Lo hice en 2016 cuando se cayó en la calle y se quebró la mandíbula. En 2018 cuando le diagnosticaron el cáncer. En 2020 cuando se agarró la covid y la tuvieron aislada tres semanas porque el ministerio y Pami no se decidían sobre quién tenía que darle el alta. Ahí pensé: pero ahora sí que no sale, no la mató el virus, la va a matar el protocolo. Y tampoco se murió mi mare de eso, todavía. Posiblemente no podré reaccionar cuando me lo digan lo que dará lugar a que piensen que no me conmueve. Por suerte estarán las chicas, las asistentes que son mi familia para ayudarme con las burocracias de la muerte. Hasta del fin de nuestros días hemos hecho un engorro macabro. 

La bajaron por la rampa, bastante empinada por cierto, y para mi sorpresa no me invadió la angustia sino la sensación de que estaba llegando al límite de mis fuerzas, de mi cordura, de mi resistencia, porque soy producto de estos tiempos fáciles que hacen a los hombres débiles. Podía si no llevarme una reposera, como hice cuando cuidé a mi tía Olga en el Ramos Mejía, ponerla al lado de su cama. No iba a poder dormir pero era mejor que esas banquetas horribles e incómodas que hay en los hospitales públicos. Hasta que consiguiera a alguien que se quedara al menos de noche. ¡Todavía no la subieron a la ambulancia y ya la estás internando, querida! ¡BASTA! Subí las escaleritas mientras ella era metida en la ambulancia. Me acerqué a la puerta y ahí estaba la chica nueva, Sabina, la contrataron para que la encargada, Marianela, no muera de agotamiento y de estrés post y pre traumático, que los funcionarios del Ministerio de Salud y los animales de Pami se dedican a día completo a estresar personas. Me informó que la doctora ya tenía todos los datos y que le fuera avisando sobre las novedades. Sabina no tiene cuore para trabajar en una residencia pero con la pandemia su trabajo gastronómico finiquitó y se vio obligada a buscar de “lo que fuera”. (Sigue)

Continuará...