domingo, 21 de febrero de 2021

CAPÍTULO 547 "CIRCO VID"

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Casi todo el mundo piensa que sabe qué es una emoción hasta que intenta definirla. En ese momento prácticamente nadie afirma poder entenderla. Parada al lado de la camilla esperábamos las dos que alguien nos diera bola. La guardia, a diferencia de lo que decían los medios de comunicación, prácticamente vacía. Veníamos a por un nuevo parche. Y así hasta la finitud. Si yo tuviera la certeza de que cuando ya no queda mucho por hacer no se la pasa uno mal… pero no la tengo, no sé si ella sufre o no sufre este artificial y al ñudo estiramiento de la vida. Sino ensañamiento. Si hubiera decidido no operarse del cáncer hace dos años posiblemente ya no estaría conmigo. ¿Y?, pensé y me espanté. ¿Cómo y? ¡¿Cómo Y??! ¡Es la muerte de la madre, Marina! El evento bisagra en la vida de todo el mundo. Si no se hubiera operado no estaríamos las dos esperando. Ni la una. No estaría un lunes por la mañana, recién arribada de los madriles, en la guardia el Tornú, esperando. ¿Cómo YY, nena?

¿Y?, preguntó la Vieja desde las catacumbas, algo disgustada, al menos asomaba una expresión, un sentimiento, un algo de su desvencijado cuerpo. El camillero, como si la hubiera escuchado, se acercó y la llevó hasta uno de los compartimentos, si es que se llaman así, y rápidamente la pasó a la otra camilla, a la que no tiene rueditas y sí una baranda que no se preocupó en trabar. Ni nos miró al salir. La sensación de que iba a ser un largo día. Tuve la intención de aprovecharlo didácticamente, para ejercitar los límites de la tolerancia que tan acotados tengo. La tolerancia con la demagogia, con la ineptitud, con lo no pragmático, con la falta de luces y destreza y--

Una chica de delantal blanco me llamó. Jovencita. Desde detrás del mostrador me mostraba una planilla al tiempo que me preguntaba si yo era la hija. Sí, respondí. Para mi sorpresa era amable y miraba a los ojos, escuchaba atenta. Me preguntó qué le había pasado, repetí lo que me habían dicho en la residencia, los dos desmayos. ¿No es que tuvo convulsiones la abuela? Eso me dijo la médica de la ambulancia, afirmó con el ceño fruncido. Quedé perpleja. ¿Convulsiones? Nadie me había hablado de convulsiones. Miré a mi alrededor. Cuánto desamparo. El mismo desamparo que habrá sentido ella cuando me llevaba de madrugada al Pirovano, otorrinolaringología, porque mis dolencias auditivas eran crónicas. Nos pasábamos miles de horas ahí, un horror y al pedo porque ahora tengo otoesclerosis y me estoy quedando medio sorda.

¿Convulsiones?, repetí. Miré la medicación que habían anotado en la planilla. No era la que tomaba mi mamá, me la sé de memoria. ¿No toma ella esto para las convulsiones? ¡No!, respondí, ya algo alterada aunque mis alteres suelen ser de medio pelo, significa esto que pasan desapercibidos. Hasta que estallo. Decidí llamar al hogar para ver qué había pasado y me mandaron por whatsapp foto del papel con la medicación que le habían dado a la doctora de la ambulancia, que ya se había ido porque es un servicio privado. Era correcta. El quilombo lo habían hecho en el hospital pero no dije nada porque a ver si les caíamos mal de entrada, luego nos iban a dejar para último orejón del tarro y yo me quería ir YA.

Cerré el pico que no se notó porque tenía puesto el mierda barbijo. Al menos en ese contexto era algo coherente llevarlo. Le indiqué la medicación correcta y tomó nota la pelotuda. Ya no me parecía amable y mis intenciones de estiramiento de límites habían sido olvidados. También habían anotado mal la edad y el nombre, no es Evangelina, es Edelmira. Corrigió. Respiré hondo. Sólo ver unos minutos las bambalinas de la salud me bastaban para confirmarme que el virus mortal no lo era tanto, estaríamos todos muertos. Le sacaron sangre, cosa que siempre cuesta porque tiene las venas para adentro, así que me rajaron del cubículo y tardaron un rato. Y si no pueden qué. Pero pudieron. Me dieron el tubito con un papel pegado para que llevara al laboratorio que quedaba saliendo para la derecha, luego siguiendo el camino hacia el pabellón amarillo y pasando a la izquierda la puertita. 

¿Por qué nos cuesta tanto a los humanos atravesar estos momentos? ¿Por qué uno prefiere estar en casa leyendo a llevar el tubito de sangre al laboratorio? Si las dos situaciones aportan novedades al espectro, ¿no? ¿O no? Ya sentía el cuello duro de la tensión. Tomé el tubito por donde menos impresión me daba y salí para donde me había indicado la doctora pelotuda, temiendo, como no, que sacara la baranda y se cayera, que se arrancara el suero que acababan de ponerle, ya que le había pedido encarecidamente que no lo hiciera. Ya eran las diez y cincuenta de la mañana.

Continuará...

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