domingo, 2 de mayo de 2021

CAPÍTULO 548 "VOCACIÓN DE PERROS"

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Eran las diez y cincuenta de la mañana. Camino al laboratorio con el tubito de sangre en la mano y el corazón en la boca, tenía miedo de volver y encontrarla seca en el piso, que a ver si alguien se iba a ocupar de que no sacara la baranda. El Tornú es un hospital divino, puro parque, si una se olvida que es un hospital es como estar de picnic. El sol que había era maravilloso. Nos sobraba la pandemia nomás (y la estupidez humana). Toqué el timbre de la puertita que decía eso, toque timbre y espere. Estaba yo sola. Al rato salió una chica con cofia y barbijo, me recibió la sangre y que volviera en una hora y media. Tenía hambre. Nervios. Los mensajes de mis clientes ansiosos por ser respondidos respingaban en mi teléfono celular. La era de la ansiedad. De la no incertidumbre en absoluto. De la no tolerancia al espere, porque es sabido que si no obtenemos la respuesta, sea cual sea, algo terrible ocurrirá, no sabemos qué, pero algo terrible y por eso la imperiosa necesidad del ??? al final de la consulta harto importante: tenes shampoo para pulgas pero perro con rulos??? Y yo pienso, si supiera, si supiera que no hay dónde llegar seguramente andaría con menos apremio.

Volví presurosa, acá si había un a donde llegar, era al cubículo en donde había quedado la Vieja con su suero incrustado y la baranda enclenque que podía sacar en un abrir y cerrar de ojos, que si encima se caía… La había sacado. Pero no se había movido de la camilla. Dada vuelta de espaldas a la baranda y de cara a la pared, con la manguerita del suero tirante que no supe cómo no se le había salido, reposaba. Respiré. Me senté un momento a su lado, en una silla que supe traerme de por ahí, cual delincuente, que en el hospital público se piensan que los acompañantes somos Highlander, que no nos cansamos, que no nos estresamos, que no nos da sueño ni ataque de pánico y gracias que nos admiten, eso dice la mirada que nos echan desde las alturas de su pseudopoder.

Me quité el barbijo, no podía respirar, me estaba bajando la presión, la espalda me dolía y los oídos empezaron a zumbarme. Salí del lugar y busqué otro gabinete, había varios vacíos, me metí en uno, cerré la puerta y me tiré en la camilla, boca arriba. Me sentí mejor. La guardia era una catacumba, no se escuchaba nada. Poco a poco la sangre volvía a la cabeza, los zumbidos menguaban, no soy ducha para estos asuntos, advertí, como si no lo supiera. Así me quedé un rato, cuando sentí que ya no me mareaba al pararme volví a su lado. ¿Y el análisis de orina?, me di cuenta, ya sentada, que sólo había llevado el tubito de sangre, y la orina, de tener que llevarla yo, era al mismo lugar, ¿o no? Le pregunté a mi madre si no le había comentado que tenían que hacerle orina, por si estaba desvariando. No, respondió. Volvió a ponerse boca arriba que casi se arrancó el suero, no podía moverme un minuto de su lado. ¿Puede venir un momento?

Adiós, gordo querido...
Me asomé. El creo que enfermero repitió lo mismo pero mirándome. ¿Yo? ¿Que yo vaya? Si, si, vos, tenes razón, hay que hacerle orina a tu mamá, tomá, estiró la mano con la receta desde su mostrador extraño. Me encajó el muy hijo de puta el tarrito y yo ya sé que les pagan poco y trabajan en condiciones desgastantes y que el Estado desmantela el sistema año a año pero si no tiene vocación ¿por qué no se dedica a pasear perros? ¿A algo que no demande a gritos la vocación? Ya había pasado casi la hora y media de la sangre, ahora íbamos a tener que esperar quién sabe cuánto por el resultado de la orina, dios mío. Miré el tarrito. ¿Cómo iba a hacer para que la vieja pillara en ese diminuto receptáculo? Entré. La miré. Intentaba arrancarse los aritos de las orejas, me apuré a quitárselos y casi me sulfuro con ella, claramente la vieja no estaba bien. Eran las 12 del mediodía. CAPITULO SIGUIENTE

Continuará...

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