sábado, 11 de junio de 2022

CAPÍTULO 542 "DESAMPARADO PARADERO"

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Antes de que el tipo se retirara del todo expulsé lo que tenía atrancado en la garganta. Siempre preferí enfrentar el miedo a quedarme dando vueltas alrededor de él, no por valiente, no, de ninguna manera, más que nada porque no soporto la incertidumbre, y soy catastrófica, todo saldrá del peor modo, y terminará aún peor. Entonces, aunque quite mérito confesarlo, aunque no pueda alardear de estoica, avanzo hacia el objetivo, hacia la causa del temor sólo para aliviar la ansiedad, y que sea lo que dios quiera. Así, termine como termine la cosa, en algún momento puedo dormir tranquila. Pasó lo peor, salió de la más horrorosa de las maneras, que bien, buenas noches.

Expulsé la pregunta que me descascaraba el cerebelo, con la angustia cegándome la razón, le consulté al muchacho del mostrador acerca del hisopado. Le expliqué en pocas palabras que para volver al lugar en donde vivía mi madre me pedían uno negativo, al hogar, aclaré, ella vive en un hogar y el gobierno lo exige. Sin detenerse y sin mirarme indicó que se lo comentara luego al doctor. Bien apático el chico, ignorando el tono panicoso con el que le hablé, desconociendo la existencia de algo llamado empatía y si hay algo que escasea en estos tiempos de batata es la vocación, el entusiasmo, la pasión, si se quiere, por lo que se hace, por lo que se elige hacer en la vida, con la vida, con la vida de uno... Como si alguien nos obligara a hacer lo que no queremos, a estudiar años largos, a dar exámenes dificilísimos para luego, al recibirnos, hacer el trabajo como el culo, sin ganas, y odiar a todo el mundo porque me equivoqué al elegir. O quizá al nacer, vaya una a saber.

Nuevo personajo, todavía de incógnito
Hab
ía que esperar a dios, al médico que quien sabe cuántas horas culo demoraba en dejarse ver. La Vieja seguía dormida, o dormitada, con sus dos manos haciendo de almohada, los ojos cerrados y la panza llena. El suero seguía goteando buen ritmo. Y quizá el muchacho pensara lo mismo de ella, imaginó: qué poca empatía esta boluda, se cree que es la única que necesita un médico, en esta época de tanta muerte y microorganismo volando por los aires. Me mira con cara de culo y yo acá soy un pinche, no hay nada que pueda hacer para agilizar este sistema de mierda, el presupuesto en salud que cada vez en menor. Nada puedo hacer para que los médicos en lugar de estar pelotudeando en la sala del café hagan lo que tienen que hacer… Por lo que les pagan… Ni la vocación logra mantenerse en pie.

Fui y vine unas quinientas veces al gabinete de al lado y ahí me tiraba, en la cama blanca y vacía, para recuperar la presión arterial, el ánima, la paciencia. Llegó un momento en el que dejó de importarme si se quitaba el suero, si caía, si se arrancaba una oreja, porque no podía más. Las enfermeras que debieran ayudar sentenciaban que si yo era la familiar yo tenía que vigilar a cada segundo que no le pasara nada. ¿Y si la hacían quedar y me echaban? ¿Cómo iba a ser la cuestión? Al rato una amiga con la que hube de hablar unos pocos mensajes me explicó que a su madre, en una situación similar, la habían atado a la cama. Temblé. Supliqué que no la hicieran quedar. Que el hisopo se lo hicieran pronto y pudiera volver sana y salva a su hogar dulce hogar. Y yo al mío. Volví a sentarme junto a ella, con una angustia atroz, porque sentía que su bienestar, más bien su supervivencia dependía en este momento de mi carácter, de mi capacidad para imponerme ante los médicos, etc. A lo lejos pude escuchar voces, dos, una masculina y otra femenina, acercándose hacia nuestro paradero desamparado e impoluto.

Continuará... (Si no morimos de viruela de mono o de hepatitis infantil o de caída de la bolsa estrepitosa o d


sábado, 26 de febrero de 2022

CAPÍTULO 541 "DEMASIADO PRONTO PARA LÁGRIMAS"

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La Vieja terminó de comer y estiró el brazo para que le recibiera la bandejita vacía. Con suerte ahora haría la siesta y por un rato no iba a tener que vigilaR que no se quitara el suero. O los aros. O intentara bajarse de la camilla con baranda enclenque que nos había tocado. Dicho y hecho. Se recostó de nuevo mirando para la pared, sus dos manitos de almohada y menos mal que le había llevado la campera porque si bien el clima estaba lindo ahí metidas y quietas se sentía un poco el frío que todavía no se quería retirar. No sólo a los humanos nos cuesta esto de despedirnos de la vida, a las estaciones climáticas también se les da por los brotes del ego inflado, aunque ellas en relalidad se retiran al otro lado del globo pero nosotros… vaya una a saber.

Busqué en donde tirar los restos de la vianda hospitalaria y volví al gabinete; descansaba plácidamente. Podía aprovechar para ir a ver si ya estaba la puta orina. ¿O era demasiado pronto? Demasiado pronto para lágrimas. Lo que quería era irme de ahí y no hay nostalgia peor que añorar lo que sabemos que nunca jamás sucederá: irnos cuando queremos de un hospital en plena pandemia. Volví a chequear que estuviera dormida y salí de ahí a por un poco de aire. Caminé por el corredor de la guardia sin el barbijo puesto, me sentí la llanera solitaria hasta que una enfermera me pidió que me lo pusiera. Me hice la que no me había dado cuenta para no generar encontronazos. Llevé de acompañante a mi teléfono que a veces para algo servía, para saber la hora, para corroborar cuan lento pasa el tiempo cuando queremos que pase rápido. Le escribí a mi tía que no sabía para cuánto más teníamos pero que la Vieja mal no estaba, que se quedara tranquila, a ver si todavía teníamos que correr por dos, una con los desmayos y la otra con el pico de presión por los desmayos de la una. 

La preocupación me carcomía, si lograr que los ineptos del Tornú le hicieran un análisis de orina y uno de sangre bien hechos había costado un triunfo… ¿Un hisopado? Me dejé caer en una parecita del enorme jardínSaqué una galletita que había quedado y di cuenta de ella. Eran las dos de la tarde pasadas. ¿Sería que nos iban a dejar ir? Tenía terror de que no, de que nos hicieran quedar para controlarla, y peor, tenía pavura de que me pidieran que me fuera, que la iban a cuidar ellos, si esto sucedía al rato me llamarían, que se había caído y quebrado, pero la otra posibilidad, toda la noche mirando sentada en un banquito que no se quitara el suero, ¿iba yo a aguantar eso y al otro día y al otro sin dormir? ¿Y si se quedaba un mes y medio? 

Hice un poco más de tiempo y enfilé para el laboratorio, había pasado ya casi una hora, posiblemente estuviera, y si estaba lo que quedaba por delante era que el médico viera los resultados y, con suerte, nos dejara ir. Me dieron el resultado y ansiosa regresé a la guardia. Ella seguía reposando. Cada tanto amagaba moverse. La tapé bien con el gabán que se le había deslizado para un costado. Controlé que la guía del suero no estuviera tirante y rogué que por un buen rato no le dieran ganas de ir al baño porque era un baile algo complicado esto de que se recostara panza arriba e hiciera fuerza para levantar sus caderas para que yo entonces en el segundo exacto zac, deslizara la chata por debajo para que así pudiera desagotar los asuntos. Era esto más bien una ilusión ilusa porque si le estaban metiendo agua por la vena en menos de lo que cantara un gayo empezaría la danza. Me sentí una hija primeriza. Una idiota. Una inservible. Paciencia. Avisé al chico que ya tenía los resultados. Me pidió la hojita y la metió en una carpeta con el nombre de ella. ¿Y ahora? Ahora hay que esperar al doctor, sentenció, e hizo mutis por el foro.

Continuará…








domingo, 19 de diciembre de 2021

CAPÍTULO 540 "LA PRUEBA QUE NADA PRUEBA"

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En eso me llega un mensaje de whatsapp del hogar, que cómo andaba la cosa, preguntaban, posiblemente por el altercado que había tenido lugar con los remedios. Y vaya a saber una quién había dado mal el dato, ¿el hogar? ¿La médica de la ambulancia? ¿O la del hospital? En verdad era tal el estrés, la presión, el caos bajo el cual nos tenían viviendo hacía meses que un error así, fatal por cierto, podía haberlo cometido cualquiera y era más que comprensible, tanto asistentes como médicos y enfermeras estaban al límite de sus resistencias y corduras, gracias sobre todo a los medios de comunicación y su torturante taladrarnos todo el día con lo mismo: virus mortal, muertos muertos y más muertos. Agregaban en el mensaje que no me olvidara de la PCR para poder volver a ingresar a la residencia. 

Se me paró un segundo el corazón. ¿Un hisopado? Al terror de que quizá no me dejaran acompañarla y desapareciera por las fauces del hospital para nunca más saber de ella había olvidado agregar, por suerte, si no posiblemente fuera yo mujer muerta en ese momento debido al pánico, había olvidado agregar este detalle no nimio, la imbecilidad de la prueba diagnóstica que estaba probado que no probaba nada pero lo mismo la exigen los gobernantes, posiblemente entongados con los laboratorios que, acabo de darme cuenta al subir la foto, le hicieron un LAMP y no una PCR, estafadores. Me quedé unos largos segundos releyendo el mensaje, con estupor. Imaginé el incierto destino de nuestras dos almitas inocentes. ¿Llevarla a casa? ¿Y si no era yo capaz de atenderla como necesitaba? ¿Y si se ahogaba con la comida? ¿Y si se caía de la cama? Yo no tenía en casa una ortopédica y ella tenía como deporte preferido levantarse de noche y caer. ¿Y si se quebraba la cadera? En el hogar estaba la nochera que pasaba la noche en vilo vigilandola porque ya la conocía. Sentí pánico. Desamparo. Miré a mi madre, con el suerito enchufado en su muñeca pálida, ignorante del mundo que la rodeaba, del drama, de la tragedia, de los sinsabores. 

La verdad es que estar un poco mal del coco, un poco inconsciente en estos tiempos de imbecilidad supina era casi una bendición, sentí algo de envidia en lo más profundo de mi consciencia abrumada, porque en ese momento toda la responsabilidad caía sobre mis hombros. Yo tenía que decidir qué hacer con ella a cada momento. Yo había tenido que decidir, cuando comenzó el baile, si dejarla en la residencia o llevarla a casa. Hora y media con el psicólogo sólo para hablar de eso, no sabía qué hacer. Si la llevaba a casa ¿cómo hacía para ir a trabajar? Yo nunca paré porque soy esencial. ¿Qué hacía si no me dejaba dormir y al otro día tenía que atenderla y trabajar? ¿Cuántos días podría aguantar ese ritmo yo sola? ¿Una persona que la cuidara? Ya había tenido el gusto con la que me terminó haciendo juicio, además mi madre con su carácter se hacía odiar al rato de conocerse y las muchachas si no se iban le tomaban bronca etc. En el hogar había gente idónea que la sabía cuidar, se turnaban para aguantarla, cualquier emergencia enseguida se daban cuenta y la hacían ver por el médico. Así fue que con una culpa enorme decidí que era mejor por las dos que se quedara allí y hasta el momento no había pasado nada malo salvo los miedos que nos hacían agarrar cada vez que llegaba un mail con la noticia de que alguna empleada había dado falso positivo para a los dos días dar negativo para luego volver a dar falso positivo para a los dos días dar negativo de nuevo para luego volver a dar falso positivo para a los do 

Continuará...


domingo, 12 de diciembre de 2021

CAPÍTULO 539 "EL PAPA A LA VERDAD"

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En el laboratorio al fin me dieron el análisis de la orina, el resultado. Volando caminé para la guardia porque ya estaba más que podrida y me quería ir a mi casa. Lo peor que una puede hacer en situaciones como estas, caer presa de la ansiedad, querer que las cosas sean como se quiere pero se sabe casi seguro que serán todo lo contrario. Exigir a la burocracia estatal que haga las cosas con coherencia es harina en saco roto, y exigir lo mismo a muchos médicos médicos y enfermeras es algo parecido. 

Toqué el timbre y me abrieron rápido. Le di al idiota del mostrador el análisis para que ¿se lo diera al médico? ¿Y el resultado de la tomografía?, pregunté. ¿Ya lo tienen? Tardó unos segundos en reaccionar, como si el sonido viajara por un mar de fango, por arenas pantanosas. Luego, molesto, sin mirarme, me mostró una carpeta. Acá esta todo lo de su mamá, en cuanto los médicos pasen lo van a ver. ¿Y a dónde están ahora?, pregunté, ilusa,  creyendo que con esa pregunta empujaba un poco los acontecimientos, apresuraba el regreso de los doctores dioses. Están haciendo la ronda, respondió el muchacho, sin saberse parte del engranaje del aparato idiota, del aparato odioso y deplorable llamado, como antes dije, burocracia, para el cual sólo son útiles los personajes como él, que no piensan, que no ponen nada de sí, sólo siguen órdenes y la ley del mínimo esfuerzo, como en la banalidad del mal.

Volví al gabinete en donde estaba la ahora protagonista de la saga, la Vieja. En realidad protagonista era ya hacía varios años pero de un tiempo a esta parte se había vuelto la protagonista principal sin pelos en la lengua. Estaba reposando, tranquila, el barbijo por debajo de la nariz. Ya tanto usar la porquería esa se le estaba aplastando el extremo de la misma, su cara tomaba otra forma, la forma pandémica. Las caras toman otra dimensión con la porquería puesta, y las orejas, las narices van mutando sus contornos, un horror, y qué locura, a cinco meses de haber empezado el cataclismo sin retorno por momentos no lo podía creer, personas que caminaban con eso en la cara ya como algo normal y necesario, ignorando que si el virus mentado fuera o fuese realmente algo letal y peligroso esa porquería no les serviría posiblemente para mucho. Pero nadie se informa, nadie lee, nadie sabe acerca de las fuentes fiables de las que informarse. Le creen al médico de la tele porque desconocen las bambalinas, desconocen que ese médico trabaja para alguien que le exige que hable de tal o cual cosa y, por supuesto, que meta miedo, alarma, escándalo, porque si no lo hace baja el rating y al carajo el médico, el programa y el productor del programa, la Pampa, la China, el ombú. ¡Qué fácil había sido cambiarnos el paradigma, la manera de vivir! 

La mentira no puede satisfacer nuestros deseos, creo que le leí alguna vez a René Girard. JA, diríale si viviera al muy estúpido pero el guacho se murió hace tiempo. La mentira nos llevó a desear el encierro, a detestar al que no acata las órdenes incoherentes de los gobiernos, de los psicópatas de la OMS. La mentira está todo el tiempo delante de mis ojos pero los demás parecen no verla, salvo unos pocos, salvo algunos médicos particulares, pero eso queda para el próximo apartado, que espero no sea tan apartado como este, el más apartado desde que empecé con este blog, casi dos meses o más entre la última capítula y esta, y es que los tiempo pandémicos me retrajeron la pluma. (Pausa larga). De la mentira se vive, Girard. Los católicos prefieren el Papa a la verdad. ¿Y la gente? ¿Qué prefiere la gente? Es más simplona ella, necesita solamente que le vendan algo que más o menos les cierre, sentirse seguros. Y ya. (CAPÍTULO SIGUIENTE)

Continuará...

sábado, 9 de octubre de 2021

CAPÍTULO 538 "Piecitas y solas"

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Con el sabor a sánguche de salame en la boca pensé en la incertidumbre. En cuán poca tolerancia tenemos para soportarla. Necesitamos saber qué sucederá YA MISMO aunque el sucederá sea el año que viene, o en una década, o ya de viejos. O nunca. Eso. En general el sucederá nunca acontece sino las consecuencias del miedo a ello, a que suceda. Acabamos muriendo de consecuencia, no de sucederá. Porca miseria. Es el factor que ha hecho estragos en este año de pandemia, aunque sea imposible de probar, o muy difícil, es el factor que ha hecho la pandemia. Pude verlo de primera mano en el hogar, las asistentes enloqueciendo de miedo, cometiendo errores por el agotamiento, las abuelas no entendiendo qué pasaba, porqué no podían ver más a sus seres queridos, porqué las encerraban en piecitas solas o, a veces, acompañadas. Porqué no tenían más talleres y todos andaban vestidos de astronauta. ¿Aún le quedan dudas de que los miles de ancianos han muerto de protocolo y no de coronavirus? 

Pude verlo cuando la tele anunciaba el desabastecimiento. La gente yendo desesperada a desabastecer al que venía detrás, porque llevaban en lugar de una polenta diez, en lugar de dos fideos cuarenta. Ellos hacían realidad los deseos de la tele, que vive de cultivar el miedo. El círculo vicioso que pocos ven. Pude verlo en las guardias colapsadas, personas aterradas de tener el virus mortal porque les dolía la panza, o le faltaba el aire, o la cabeza se les partía, síntomas todos de stress, porque no sabían qué iba a pasar, si se iban a morir, de qué iban a vivir, cómo iban a pagar sus cuentas, cómo iban a mantener la empresa y a sus empleados si no los dejaban trabajar. Las guardias colapsadas después de que la tele se encargara de decir que no iba a haber camas para todos. La gente sin aire después de que la tele vaticinara que no iba a haber oxígeno para todos. Círculos viciosos que pocos ven. El stress, cuando los cambios externos son tan violentos como los que vivimos durante el 2020, cuando se extienden a tan largo plazo, mata. El stress aniquila las defensas. Hay libros y más libros sobre ese tema. 

La vieja terminó la comida y cerró los ojos. No me sentía bien, de nuevo, por lo que fui a tirarme al gabinete lindero cuya cama estaba vacía. Por momentos sentía el pánico invadiéndome, el enfermo deseo de desaparecer del lugar sin decir más, que les garuara finito. Si me desmayo qué hacen estos idiotas, pensé. O si me descompongo acá mismo, si me caigo redonda y me tienen que asistir a mí, ¿quién vigila que ella no se quite el suero, que no se caiga de la cama, que no intente bajarse para ir al baño y termine en el piso? Claro. Por eso enfermamos. La enfermedad es lo único que podía justificar que yo no asistiera a mi madre. La enfermedad, la insania mental, las adicciones. Cóctel de justificaciones, antídotos varios contra la responsabilidad. 

Recuperé la sangre en la sesera y volví, pronta, a ver cómo andaba la cosa. Dormitaba, tranquila. Y no hay bien que por mal no venga. Descubrí en ese momento que responsabilizarse de lo que toca hace bien. La frase de almanaque se hacía carne, sucedía en la vida real. La experimentaba en el cuerpo. Me senté a su lado a cuidarla, a hacerme responsable de lo que me correspondía. Me sentí mejor que en el otro lugar, escapando, tratando de evitar lo inevitable, tratando de cerrar los ojos a lo que la vida me ponía delante en ese momento. No se puede. O no podía. Yo. Porque aún descolgando el teléfono sabemos que si algo tiene que pasar, pasará, y eso no nos deja dormir lo mismo. Estando a su lado caerse no podía y esto me tranquilizaba. ¿Será la causa por la cual tenemos en general vidas de mierda? ¿Porque andamos escapando de lo que nos toca? Pretendemos vidas sin cambios, vidas mansas, apacibles, y la vida es todo menos eso. Miré la hora. Ya era posible que estuvieran los resultados del laboratorio, la sangre y la orina. Fijé la baranda de su cama lo mejor que se pudo y enfilé esta vez no en busca de Jesús Quintero sino en busca de lo otro: el fin de la incertidumbre, creyendo, ilusa de mí, que esto significaba irnos del hospital. (Capítulo siguiente)

Continuará...




domingo, 5 de septiembre de 2021

CAPÍTULO 537 "DOGMÁTICA DEL ESPANTO"

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Pagué apurada y agarré la bolsita blanca. Hacía calor pero no iba a perder el tiempo en sacarme la campera, temía que la vieja se cayera al piso o se arrancara el suero o estirara la pata o lo peor, que algún idiota de la salud, que no son todos así, lo acepto, con mucho alivio lo acepto, pero en este hospital me habían dado ya varias señales de que posiblemente estuvieran llenos de medallas y homenajes a la inoperancia, temía que confundieran a la paciente y la llevaran a operar de algo, o que le dieran una medicación que no fuera, a pesar de que les había indicado el error, vio que el humano es especialista en tropezar en continuado con la misma piedra y repetir en consecuencia los mismos errores, en este caso sería por desidia e irresponsabilidad el error, no por tropiezo reiterado, pero la consecuencia igual de nefasta, cuando no mortal. ¿Cuánto hubiera vivido mi madre si no me hubiesen permitido acompañarla en la ambulancia tomando la medicación que no tomaba? Anotaron una para la epilepsia que ignoraba yo de donde habían sacado el dato. ¿Cuánto hubiera sobrevivido mi madre tomando la que no tomaba y no tomando la que sí? El destino no siempre es un jodido y lo acepto con alegría porque me hace cambiar de idea, dejar de ser tan pesimista, dogmática del espanto y la catástrofe.

Llegué a la guardia y la puerta estaba cerrada. Di toda la vuelta al pabellón como había aprendido en el Subizarreta, en ese hospital por el otro lado había una que siempre quedaba entreabierta porque los camilleros entraban y salían. Terminamos ahí cuando su última caída, en la que palmó implantes y muñeca. Mes y medio enyesada y bisagra de vida, de ser independiente a no serlo nunca más, ni ella ni yo, hasta que la muerte nos separa, la de ella o la mía, una de tres. 

Di la vuelta pero no había tal otra entrada así que volvía a punto cero y golpeé. Decía golpee y aguarde pero sabemos cuanto pueden llegar a durar esos “aguarde” en lugares como estos. Desesperé. Golpeé más fuerte y con mayor insistencia. La bolsita se zarandeaba en mi muñeca. Me abrió el boludo del mostrador, el que se había olvidad de mandarme a hacer la orina, con cara de culo me abrió, me elevé un poco y le pedí disculpas, que temía que mi madre se hubiera caído a lo que negó cualquier tipo de posibilidad de que eso pudiera pasar. JA. Pensé pero no dije nada. Una porque caminaba directo al gabinete de ella y otra porque la inteligencia me recomendaba que no hiciera malas migas con quien iba a tener que convivir quien sabía cuantas horas más y de quien iba a necesitar favores, sí, favores, porque algunos de estos especímenes creen que el trabajo que les toca, asistir, es hacer un favor.

No se había caído. Respiré. Sí se había dado vuelta de nuevo, su cara hacia la pared, dormitaba con la cabeza apoyada sobre ambas manos. Cuanta pena me dio mi madre en ese estado: vieja, dependiente, estropeada. En el hogar la pasa mejor que vos, me dije para descomprimirme la angustia, la impotencia de no poder cambiar las leyes naturales, su vida, sus genes, algo para que no estuviera tan deteriorada. ¿Estaba exagerando? Mi madre todavía caminaba, con andador, pero caminaba. Más que de incontinencia y de malhumor de otra cosa no padecía. Pero se la veía estropeada en esa camilla, con la guía puesta y la cara pálida. Y es cierto que en el hogar realmente estaba bien, hasta que invadieron los estatales con sus protocolos idiotas y criminales el hogar era una fiesta. Había llegado a ir todos los días. La excusa era acompañarla en su adaptación pero la verdad es que me sentía como en casa. Incluso dejé la guitarra ahí porque la llevaba y la traía para cantar con las viejas todos los días. Viejas que cantaban, hijos que iban y venían, charla de acá, charla de allá, mate compartido, facturas, bingo, talleres de esto y aquello… La compañía que no tenía en casa la encontraba ahí, junto a mi madre, en su nuevo hogar. Qué paradoja, ¿no? El geriátrico al que todos atribuyen el nombre de depósito de viejos nos había resucitado a las dos.

Le acomodé la guía del suero para que no estuviera tirante, controlé que saliera más o menos constante el líquido y me senté a dar cuenta de la comida, iba a dejarla descansar y cuando espabilara... Levantó la cabeza, le costaba despegar los ojos, la ayudé a incorporarse. Sentada en la camilla, con las piernas colgando, le fui pasando galletitas y le preparé el tecito del que tomó poco y nada. ¿Cuándo nos vamos?, preguntó ansiosa. Relaté que había que esperar el resultado de la orina y luego a que un médico viera eso y lo de la sangre y lo de la tomografía. Podía llegar a demorar todo esto unos veinte años pero como el destino venía siendo algo menos que jodido sonreí, aunque puede ser que tarden algo menos, le dije. Se rio y volvió a acostarse, esta vez dando la espalda a la pared. 

La enfermera irrumpió con una bandejita, traía más comida para ella porque le habían sacado sangre, alegó eso y se fue. ¿Querés? Antes de que acabara de preguntarle ya estaba incorporándose de nuevo. Me alivié. ¿Sería que se sentía algo mejor entonces? Me intrigaba, por no decir que me preocupaban sus dos desmayos de la mañana. Le tapé la espalda con su gabán y la ayudé a comer primero a ella, después me comí medio a la fuerza el sánguche que había comprado. Me habían despertado a las ocho y media de la mañana, que no estaba bien etc, a tres días de haber vuelto de mis Madriles queridos, de estar con mis bálsamos eruditos,  mis Antonios, mis Jesúses, Rocío, la Gitana... Todavía tenía el estómago cerrado, el cerebro descerebrado, la adaptación a la realidad completamente nula. CAPÍTULO SIGUIENTE

Continuará…




sábado, 7 de agosto de 2021

CAPÍTULO 536 "La procura del salame"

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Vos tenes que  procurar que los otros, que son el infierno, según Sartre, vos tenes que procurar que los otros crean que sos medio salame, algo tarado, tenes que procurar que crean que te va mal en la vida, que nada te sale, que siempre la erras, o al menos que la erras la mayoría de la veces, que aunque te lo propones no logras llegar a la meta, aunque esto último… Esto último da un poco que pensar porque las redes abundan de fotos de Fulano con el premio en la mano, o de Fulano con la revista en la mano en la que ha sido galardonado, o de Fulano logrando cierto objetivo que se había propuesto, un título, un trabajo, una cena con velitas, un corte de pelo, estrambótico o no, y esos posteos exitosos cosechan muchos megusta y felicitaciones, felicitaciones con florcitas y corazoncitos incluidos, no cualquier cosa. Lo que no sabemos es si son sinceras sendas manifestaciones. Dada mi experiencia con humanos podríamos arriesgar que no, que en su mayoría son felicitaciones de cocodrilo, felicitaciones que preceden al siguiente pensamiento, cuasi literal: este mediocre de mierda se ganó el premio, esta alfeñica de porquería tuvo un chico y tiene un marido y yo, que soy tan afable, que voy a hacerme el tratamiento de la papada semanalmente y tengo mi propio departamento... ¡Estoy sola y angustiada!

En definitiva, como ya lo vaticinó Roberto Arlt, el antihéroe seduce, genera empatía, gana amigos, no amigos de verdad, amigos condescendientes, amigos que en el fondo le tendrán al fracasado un poco de lástima, pero sea como fuere lo querrán. al fin y al cabo, porque está por debajo, porque nunca la pega o porque pobre… todo siempre le cuesta tanto... Y acá cabe aclarar que, es sabido, si las cosas cuestan es porque se es buena persona, así lo ha sentenciado el saber frondoso popular en estos tiempos en los que las víctimas son subidas al pedestal por el solo hecho de ser víctimas. Ahora, ¿la victimitud es algo que se gana con esfuerzo? ¿Por merito propio? Yenesepá. ¿Y a los que no la padecen...? Hay que tratarlos como el culo, con resentimiento, porque, justamente, no la padecen. A la vida no la padecen. ¡Entonces que se las arreglen solos, soberbios reventados! Soberbios que, sobra la aclaración, no le hacen mal a nadie salvo a los que sí, salvo a los que pretenden ser sus salvadores, a los que viven de demostrarle al mundo que ayudan víctimas y por eso son dignos y morales. ¿O no ves que estoy publicando una foto de Ludmila que necesita plata para la operación a corazón abierto? YO SOY EL BIEN. (Que lo parió…). 

La cuestión es que si la vas de perdedor no les vas a oler a presumido, a nariz parada, a soberbia, son los únicos aromas que perciben esos seres, los resentidos. Te tendrán rencor porque más o menos te las arreglas y entonces no los necesitas, y porque no supieron hacer de su vida algo que les guste, algo que les valga la pena, o no pudieron. Sea como fuere y para redondear, si no mencionas tus logros es menos probable que te tengan bronca por debajo de la alfombra.

El doctor que chismeaba muy entusiasmado el discursete sobre los antihéroes se dio por aludido y me miró, se ve que se sintió observado, o escuchado. Hay miradas que matan y otras, como la mía, que levantan la perdiz. Bajé automáticamente la cabeza porque estaba la mar de interesante lo que decía pero no retomó la conversación. Quedaron un momento en silencio, luego la médica con la que compartía la mesita se levantó con su teléfono en la mano y salió del pequeño barcito. El médico volvió a mirarme, algo avergonzado y perseguido. Miró la hora. También agarró su teléfono y se sumergió en él. Pedí un triple de jamón y queso al final, y una coca, y galletitas para ella y un té. Eran las 13:20 de la tarde. Todavía ignoraba lo que me deparaba el depravado destino. Capítulo siguiente

Continuará...