domingo, 19 de diciembre de 2021

CAPÍTULO 555 "LA PRUEBA QUE NADA PRUEBA"

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En eso me llega un mensaje de whatsapp del hogar, que cómo andaba la cosa, preguntaban, posiblemente por el altercado que había tenido lugar con los remedios. Y vaya a saber una quién había dado mal el dato, ¿el hogar? ¿La médica de la ambulancia? ¿O la del hospital? En verdad era tal el estrés, la presión, el caos bajo el cual nos tenían viviendo hacía meses los infelices del gobierno que un error así, fatal por cierto, podía haberlo cometido cualquiera y era más que comprensible, tanto asistentes como médicos y enfermeras estaban al límite de sus resistencias y corduras, gracias sobre todo a los medios de comunicación y su torturante taladrarnos todo el día con lo mismo: virus mortal, muertos muertos y más muertos. Agregaban en el mensaje que no me olvidara de la PCR para poder volver a ingresar a la residencia. 

Se me paró un segundo el corazón. ¿Un hisopado? Había olvidado este detalle no nimio, la imbecilidad de la prueba diagnóstica para poder regresar, que estaba probado que no probaba nada pero lo mismo la exigen los gobernantes, posiblemente entongados con los laboratorios que, acabo de darme cuenta al subir la foto, le hicieron un LAMP y no una PCR, estafadores. Me quedé unos largos segundos releyendo el mensaje con estupor. Imaginé el incierto destino de nuestras dos almitas inocentes porque ¿cuánto podía llegar a tardar una PCR en ese lugar en ese momento? No me iban a dejar ingresar sin la prueba y la prueba no iba muy pronto. ¿Llevarla a casa? ¿Y si no era yo capaz de atenderla como necesitaba? ¿Y si se ahogaba con la comida? ¿Y si se caía de la cama? Yo no tenía en casa una ortopédica y ella tenía como deporte preferido levantarse de noche y caer. ¿Y si se quebraba la cadera? En el hogar estaba la nochera que pasaba la noche en vilo vigilandola porque ya la conocía. Sentí pánico. Desamparo. Miré a mi madre, con el suerito enchufado en su muñeca pálida, ignorante del mundo que la rodeaba, del drama, de la tragedia, de los sinsabores. 

La verdad era que estar un poco mal del coco, un poco inconsciente en estos tiempos de imbecilidad supina era casi una bendición, sentí algo de envidia en lo más profundo de mi consciencia abrumada, porque en ese momento toda la responsabilidad caía sobre mis hombros. Yo tenía que decidir qué hacer con ella a cada momento. Yo había tenido que decidir, cuando comenzó el baile, si dejarla en la residencia o llevarla a casa. Hora y media con el psicólogo sólo para hablar de eso, no sabía qué hacer. Si la llevaba a casa ¿cómo hacía para ir a trabajar? Yo nunca paré porque soy esencial. ¿Qué hacía si no me dejaba dormir y al otro día tenía que atenderla y trabajar? ¿Cuántos días podría aguantar ese ritmo yo sola? ¿Una persona que la cuidara? Ya había tenido el gusto con la que me terminó haciendo juicio por la nada, además mi madre con su carácter se hacía odiar al rato de conocerse y las muchachas si no se iban le tomaban bronca etc. En el hogar había gente idónea que la sabía cuidar, se turnaban para aguantarla, cualquier emergencia enseguida se daban cuenta y la hacían ver por el médico. Así fue que con una culpa enorme decidí que era mejor por las dos que se quedara allí y hasta el momento no había pasado nada malo salvo los miedos que nos hacían agarrar cada vez que llegaba un mail con la noticia de que alguna empleada había dado falso positivo para a los dos días dar negativo para luego volver a dar falso positivo para a los dos días dar negativo de nuevo para luego volver a dar falso positivo para a los do 

Continuará...


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