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martes, 1 de octubre de 2019

Capítulo 490 "Así de miserable"

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Su escote fanfarrón
Uno de sus clásicos era mandar foto del nuevo sobrino, la hermana DJ acababa de parir allá en Madrid y un bebé es para la mayoría algo hermoso y adorable. ¿Quién podría no responder a una foto tan tierna como la del rubiecito? Y con esto que pasa con los recuerdos, que una al poco tiempo se acuerda sólo de lo bueno, de lo fogoso, de los encuentros maratónicos en la cama, de las sonrisas, de la vez que compartimos mate con empanada adentro del auto en aquella laguna de no sé dónde. De cuando se manejó los novecientos kilómetros hasta Álava para verme… Quizá yo había malinterpretado sus insultos, quizá había exagerado la noche del fin de semana fatal con la Vieja internada. Eso hacíamos todas, respondíamos, caíamos de nuevo en la trampilla, por eso solían escucharse en sus mensajes de voz tres o cuatros timbres de fondo, señal de que estaba chateando al unísono con una orquesta de víctimas. Así vivía, en eterna búsqueda de alguna pileta que de tan miserable todavía tuviera agua para su maltrato hedonista, su inmundicia, su manipulación sinfín.

Existe la gente así de miserable, la que necesita del maltratador para seguir viviendo. Es esa que carece de autoestima, que no brilla, la que no tiene nunca nada que objetar porque no tiene objeto. Y sucede con esto como con el amor, uno no elige de quien enamorarse, y uno no elige seguir con el maltratador. Yo creía que sí, que esas personas que se quedan con su verdugo elegían hacerlo, pero no, no es cuestión de voluntad, en esos asuntos se juegan otras cartas, las del inconsciente. Y las de la energía. Yo no elegí salirme, no pude, creo que lo hizo mi cuerpo desgarbado, ya agotado, ya estropeado, ya cuasi aniquilado por la droga maligna. Me salí porque no pude hacer otra cosa. La falta de energía me dejó out del asunto, si no seguiría dejándome torturar por la Morocha de Ibiza. Morocha Fatale. Aunque mi psicóloga dice que no, que yo puse fin al maltrato porque me estoy sanando. Vaya a saber...

Tuve mil veces el impulso de llamar al Loco y preguntarle si Él sabía, si había sido maltratado por la Loca esta también. Necesitaba que alguien me hiciera la segunda, que me dijera: ¡Sí! ¡Claro! ¡A mi me ocurrió lo mismo! ¡La mala es ella no tú, niña! ¡Sal ya mismo de allí! ¡Vete del nido del Cuco! Pero me aguanté. Quizá ya ni se acordaba de mi el Quinteriano y yo llamando como si lo hubiera visto antes de ayer. (Pausa). Ahora Ella se fue pero los pánicos siguen. El miedo a salir a la calle y que esté esperando. El terror a que suene el teléfono y sea Ella pidiendo perdón, o echando culpas, o insistiendo con volver a vernos para charlar, que no terminemos así, me dijo la última vez que hablamos. Bueno, casi la última. Que nos viéramos. Que con todo lo lindo que habíamos vivido juntas nos merecíamos un final distinto. Esa vez volví a caer. La fui a buscar al negocio de estética en la moto pero me desvío del hilo si voy a ello así que vuelvo a lo otro, a la Vieja volviendo rápido al hospital porque se hacía encima:

Pagué al mozo con plata porque no el andaba el coso de la tarjeta de débito. Por suerte tenía algo de plata encima. Mi mamá apuró el trámite, al parecer se estaba haciendo encima de verdad. Era sábado por la tarde. Abril. Otoño. No hacía nada de frío. Iba a dejarla en su habitación acostada y a salir corriendo a ver si Rocío seguía sentada en donde la había dejado. Su discurso psicopático volvía a tener efecto. Así era. Por momentos estaba segura de que nada de lo que decía de mi era cierto sino una manera de manipularme. Y por otros era la dueña de la ((sigue)



martes, 24 de septiembre de 2019

Capítulo 489 "La occisa"

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El mensaje de mi Mare la había paralizado. Creí yo en ese momento, porque tardaba en responder. La Vieja empezó a inquietarse en su silla, le habían dado ganas de ir al baño. Éramos poques y no va que pare la Vieja. Preguntamos al mozo pero el váter estaba en el subsuelo y ella escaleras no podía bajar, al menos esas ¡porque eran larguísimas! Como todo argentino, aunque el baño que no está en planta baja es ilegal, no dijimos ni mu, nos resignamos y empezamos a hacernos la idea de que había que ir volviendo al hospital. Pedí la cuenta al tipo mientras terminaba lo que quedaba de mi café. Ya frío. Ya horrible. Ya inmundo. Tragué saliva. La boca se me secaba en cuestión de segundos. De los nervios. Me tomé el vaso entero de agua de un solo saque. ¿Y ahora? ¿Qué mierda hacía yo con esta mina? No sabía si se había ido. Si estaba todavía sentada en la vereda de la vuelta haciendo la escena Beckettiana. Si había ido hasta el fin y se había lanzado bajo un taxi. (No tiene agallas para eso). ¡No es tu problema, Marina!, me dije, unas veinte veces. ¡Si la mina está loca y se mata allá ella! ¡Que vos ya tenés demasiado con la Vieja Infame!

Pero no podía, no puedo hacer o dejar de hacer algo si después voy a quedarme con culpa. No iba a poder dormir si no sabía que había vuelto bien a su hotel. No por moral, o no del todo. En el fondo lo que sentía era miedo a que legalmente me pudieran hacer algo, si algo le pasaba. ¿Cómo dejó tirada a la occisa a sabiendas de que estaba en estado orate brotepsicotímico? ¡CULPABLE, SEÑORA FILOC! ¡AL TALEGO! ¡No podía! No podía desentenderme del asunto y ella bien lo sabía, la Occisa, por eso jugaba (juega) conmigo de estas maneras tan jodidas. Hoy y siempre.

El teléfono sonó sobre la mesa. Era mi padre. Para sorpresa de todos preguntaba cómo iba la cosa. Respondí en modo telegrama y volví a mi estrés. Al Rocío dilema. Mi Madre jodía con que nos fuéramos, que quería ir al baño. No le di pelota. Necesitaba enfocarme en mi contradicción entre el deseo y el deber. Mi deber era, claro estaba, ir a ver qué mierda había pasado con la Gallega. El imperativo categórico. Pero el deseo (no confeso) era que desapareciera del planeta por unos días, hasta que la tormenta pasara, hasta que repusiera fuerzas, hasta que lo de mi Mare estuviera más o menos definido, espichada o no, pero definido. Pensaba en ir a buscarla y se me estrujaba todo, sentía terror, me daba un miedo espantoso ella en ese estado incontrolable.

Mi madre tomó el toro por las astas y se levantó. No respondió la chica, vamos, protestó, mientras se ponía su saquito de lana. Y no. No había respondido. Rocío. Era más que raro. ¿Le habría pasado algo en serio esta vez? Porque cuando agarraba protagonismo no la dejaba pasar, más bien aprovechaba, no se quedaba muda, exprimía  y exprimía la atención que había logrado hasta vernos a todos exhalar nuestro penúltimo aliento. Como hace el sistema, según Foucault, nos despanzurra pero nos deja vivos porque de nosotros vive. (Pausa) Aunque también podía estar chateando al mismo tiempo con cuarenta otras mujeres. por eso se demoraba en responder. Más adelante descubriría que uno de sus métodos era mandar el mismo mensaje a varias féminas a ver quién contestaba, a ver quién caía de nuevo en su trampilla, a ver a quien podía joderle la vida, consumirle la salud, la energía, la belleza, la felicidad, ya que ella carece de esos ingredientes. Empecé a inquietarme por si le había pasado algo. Y otra vez se salía con la suya. De nuevo la muy hija de yuta era dueña de mis pensamientos (sigue).

Continuará...




domingo, 15 de septiembre de 2019

Capítulo 488 "Pendeja"

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Plaza La Heras
Y no, no iba a enterarme hasta pocas horas después de lo que era capaz esta mina, de lo saludable de tomar una saludable decisión a tiempo (que se fuera al hotel como pudiera), de cuánto pueden engañarte tus sentidos, como ya decía Descartes. ¿Cómo no me di cuenta de la chifladura maligna que portaba? ¿De lo que podía llegar a hacer? ¿De los límites que era capaz de traspasar? (Pausa) ¿O era que sí sabía y me estaba entregando al masoquismo puro y duro pa no pecar de calma chicha? ¿Pa no quedarme sin acción para el relato? Esas delgadas líneas de uno tan difíciles de reconocer. ¿Soy masoquista? ¿O sensatamente arriesgada por amor a mi obra bloggeril? Si bien tenía cierta intuición de que era cauto tratarla con respeto (y algo de cautela), nunca me imaginé que podía llegar a los extremos a los que llegó esa noche.

Y la verdad es que tendría que dejarlo, debiera retomar aquél intento de final ya casi olvidado, por mi salud mental, porque sé que me lee aunque diga que no y así no terminamos más. Ella me lee, Rocío, nos retroalimentamos de esta manera la neurosis atrófica que portamos, tanto víctima como victimaria. Tendría que retomar ese final que habíamos pactado con Cyrano, el Cyrano de Quintero, porque Quintero tuvo uno, El Poeta creo que había solido llamarle allá por los capítulos vaya a saber cuáles, cuando aún me encontraba en Sevilla. Cuando intentaba escapar de la Innombrable. Quintero le decía el Poeta cuando empezó a escribir para él. (Suspiro de suplicio). Nos habíamos visto en una librería, yo sabía que iba a estar ahí presentando el libro de una amiga, charlamos largo y tendido, como si nos conociéramos mucho. No me autorizó a poner su nombre. El primer y único persona/je al que supe consultarle antes de volverlo ficción. Y al que le respeté el pedido negativo. Inspirador. Sufrido. Tímido. Inseguro. Guapísimo. Alcohólico retirado. Habíamos pactado un final divino, teníamos que vivirlo, claro, vivirlo con el cuerpo y la pluma, a riesgo de que se disparara la cosa hacia otro lado, eso le escribí por face desde la pensión Vergara, que yo no escribía ficción inventada, era lo que él me proponía, y ahí se amedrentó, no volvió a responder sobre el asunto. Porque El Poeta tiene mujer. ¿Y si nos enamorábamos?

Pero no, me rehúso a dejar esta madeja sin el final, la de Rocío, la del espanto que aún me sigue atormentando en el presente; que no apareció más por acá dejando comentarios porque NO ME LEE, según ella, pero se me apareció en mi casa, me lo comentó el portero, que había venido una muchacha así y asá, la descripción era infalible, hablaba gallego. Menos mal que no estaba, menos mal, porque no tengo idea de cómo podría llegar a reaccionar. No vengas más, gallega, ya está, sanseacabó.  Después de lo que me hizo aquella noche con la Vieja internada. Y de todo lo que me hizo después. Que no me lee, me aclaró hace no mucho, cuando todavía no me había vuelto a bloquear del whatsapp, por enésimaquincuagésima vez estoy bloqueada. Ay que dolor ay... Que no le interesaba leer semejantes barrabasadas "ficcionadas". Que si quiero decirle algo se lo diga personalmente y no de esta manera infantil, que me anime a expresar de una vez, ¡QUE NO TE LEERÉ, GUAPA! ¡Eres muy pendeja! Pendeja, me dijo la Gallega, que estaba aprendiendo el porteño a ritmo más que acelerado.

El estado de alteración no me abandonaba. El teléfono sobre la mesa del bar volvió a sonar, mi mamá me miraba, inquisitiva, ¿atendés o nos vamos? Y la c (sigue)



sábado, 7 de septiembre de 2019

Capítulo 487 "En ese momento"

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Ni quería venir al bar en el que estábamos con mi Mare ni podía, según ella, volverse a su hotel porque había olvidado la billetera con la plata y las tarjetas. ¡Oh, causalidad, no se había olvidado el teléfono! Elemento indispensable para torturarme. ¿Y con qué le había pagado al taxista? Sus argumentos me hacían agua por todos lados pero no se lo pregunté para no enervarla más. No sabía de lo que era capaz esta mujer así que me quedé en el molde, me aguanté la reacción, las ganas de empujarla abajo de un colectivo, el deseo de gritarle a los cuatro vientos que era una hija de remil putas y que se merecía con creces lo que le había pasado de chica. Nadie se merece semejante cosa, no, pero ella, en ese momento, se lo merecía. Con creces. Y era lo que buscaba, mi reacción, mi ira, mi angustia, mi furia, ser la dueña de todo eso que me pertenecía, y siempre lo lograba. Siempre. Como no conseguía de mi el halago constante se alimentaba de lo otro.

Mi Mare terminaba ya su sanguchito y le veía unas ganas locas de comerse mis medialunas. Se las ofrecí. Quizá sea lo último que haga, pensé, ofrecer mi medialuna, antes de que la enferma termine conmigo. (Pausa) Me lo había confesado la segunda vez que nos vimos, lo que le había pasado de chica. Descansábamos en un parque después de haber caminado Sevilla largo y tendido. En ese momento me dio una pena inmensa, quise besarla pero no teníamos la confianza. La cercanía del casi trío con el Loco se había extinguido, éramos dos extrañas de nuevo, todavía, pero igual me contó eso. Me enterneció la manera en que lo hizo, como si me estuviera hablando de las compras que había hecho por la mañana. Me pareció tremendo. Los detalles que relataba eran tremendos. Estoica. La abracé hasta que se quedó dormida en el banco de aquel parque sevillano. Rocío tiene esa particularidad, vive a mil quinientos decibeles hasta que de pronto, en un segundo y medio, cae rendida. Las mujeres de la Feria de Abril pasaban y pasaban con sus despampanantes vestidos. Carros tirados por caballos. Calor. El olor a bosta. Como te extraño, Andalucía...

Entonces no me llamó la atención su manera de relatármelo, vacía de sentimiento, no se le frunció ni medio músculo, me pareció hasta coherente, se hizo una coraza, pensé, como para poder seguir adelante con eso a cuestas. Pobrecita. Yo quejándome de mi vida, de mis padres y al lado mío tenía a alguien que realmente se las había pasado fulero. Durmió apoyada en mi pecho durante casi media hora. Llegué a pensar en que esa era la manera de expresar los sentimientos que el trauma le provocaba: cayendo dormida. Pasamos el resto del día de acá para allá, luego ella se fue para Marbella y yo para Álava. Y son estos recuerdos los que me traicionan en los momentos peores. En los que tendría que ponerme como roca y mandarla al carajo porque lo que me estaba haciendo no tenía nombre, o sí, tortura psicológica en el peor de los momentos. Mi Mare enferma, en medio del trajín del hospital, a tres días de una cirugía bastante riesgosa… El teléfono volvió a sonar sobre la mesa. Mi Mare escuchó, puso cara de drama pero no dijo ni mu. (Sigue)

Continuará...



sábado, 31 de agosto de 2019

Capítulo 486 "Esta calamidad"

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¡Minchia!
(Y lee los chats de la Gallega. Para colmo de bienes. Lee y relee esas conversaciones en las que Rocío le recalca una y otra vez que debe ir al psiquiatra, la que escribe, porque tiene problemas graves, que debiera tomar medicación, porque no puede ser que por cualquier pavada se ponga así (o asá). Bebe vino. Intenta escribir. Le sale escribir. Esta calamidad. Ya un poco menos intranquila. Mezcla el relato, presente con pasado, como suele, aunque había logrado cierta coherencia, continuidad. Ahora vuelve a mezclar. Intenta que se comprenda poniendo “paréntesis” en el presente y “con’t” cuando vuelve al pasado. Desconfiada de que será comprendida, leída, socorrida. Su padre no apareció más. Tampoco se anima a llamar a alguien para contarle de su estado angustioso, no quiere molestar, no cree poder ser consolada, teme espantar a las pocas “amistades” que le quedan. El país en estado calamitoso. Una incontable cantidad de gentes con problemas de verdad, de tipo económico, gente con hambre, gente que no puede pagar sus remedios, que no llega a fin de mes, y la que escribe va a salir con sus nimios asuntos de burguesa panicosa/angustiada. No es momento).

(Con’t) No respondiò en seguida. Rocìo. El mensaje de mi Mare al parecer la habìa dejado muda, no se lo esperaba. Al menos muda por un rato. La Vieja se desentendiò ràpidamente del asunto y volviò a dar cuenta de su sànguche. Traté de olvidarme del teléfono. Comí lo que pude de mi medialuna y la bajé con mucho esfuerzo a sorbos de café con leche. Mare morfaba como vaca en la sequía. Está alimentando al bicho, pensé, por eso les da hambre a los pacientes oncológicos, el bicho se lo come todo.

A esa altura me era imposible saber si decía la verdad, la Gallega, me obsesionaba descubrir si fabulaba y terminaba creyendo su propia fábula o era que mentía a sabiendas, a propósito y calculadamente. Era una diferencia abismal. ¿O no?

Tengo miedo de que no te apetezca volver a verme, me había dicho la segunda vez que nos vimos allá en Sevilla, en medio de la Feria de Abril. Gallega Enferma. Me lo dijo como si supiera lo que provoca en los demás. Lo que iba a provocarme más temprano que tarde. Habló como si supiera que nadie nunca va a poder soportarla. Estaba guapísima en su vestido rojo, le marcaba la figura esa que tiene… una mujer maravilla parecía. O quizá lo hizo para darme lástima. Y es que entonces me dejó sin palabras, no había pasado nada como para que yo no quisiera volverla a ver, habíamos estado paseando todo el día, nos habíamos llevado de pelos. Pero quizá su maquiavélico plan de manipulación fue desde el minuto cero, desde aquella noche de casi trío en la colina de El Portil. ¿Será posible tanta inmundicia premeditada? ¿O es que, como comentó ella un par de capítulos atrás, la enfermita acá no es otra que la que escribe? Eso. Eso me angustia una eternidad, no tener la certeza de si sufre o no, no saber si es hija de puta a conciencia o se le escapa, a su pesar. Porque tener la certeza de que yo sufro gracias a su destrato no me es suficiente para salir corriendo. Cosa que debería haber hecho ese mismo día, esa tarde, a tres exactamente de la cirugía de la Vieja. (Sigue)

Continuará...




miércoles, 21 de agosto de 2019

Capítulo 485 "La llorona"

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(Llorando desconsoladamente escribe. Teme hacer algo que no quiera, de lo que no pueda ya arrepentirse porque no hay vuelta atrás. Su padre pareciera no tener idea de lo que le pasa. ¿Por qué debería?, se pregunta, mientras intenta parrafear algo para salirse de la realidad. ¿Porque es su padre? No, ella ya es grande, la que escribe, escribe y trabaja, todo junto, ella debiera tener ya su propia familia, su marido, sus hijos. Debiera saber lidiar con las vicisitudes de la vida, con el trabajo, con el amor. Pero no sabe. O le cuesta horrores de un tiempo a esta parte. Ella le escribe por whatsapp  a él que intenta dar con el psicólogo gurú, que no consigue dar con él, es una suerte de manotazo de ahogado porque se siente como el culo tras los acontecimientos acaecidos, y el padre responde con una foto feliz, a punto de almorzar en las termas de Tucumán a dónde se fue a vacacionar con su querida esposa).

(Con’t) Le dejó un mensaje mi Mare. por el whatsapp. A Rocío. Me pidió que le arrimara el aparato y grabó. No había otra opción, entre psicópatas y narcisistas se llevan de pelos, se miden un momento y ya, empatizan apáticamente. Mi Mare ama a cualquiera que le ponga atención y Rocío es especialista en caer bien cuando necesita. Estudia tus gustos, tus necesidades y se convierte en la princesa azula, en el love of your life. For a while. ¡Vení, Rocío!, le grabó en el whatsapp la Vieja desde su silla, con voz de actriz de teatro. ¡Estamos esperándote con Marina, me gustaría verte, hija! Mare le dice hija a todo el munde, es una maña que tiene. No le conté todo todo, iba a hacerlo pero no pude, que se había sentado en medio de la vereda sí, que era una ciclotímica también, que se ponía muy agresiva, todo salvo ese detalle, para mi madre con Rocío éramos amigas.

Terminada su performance dejé el teléfono sobre la mesa. Sentía el pecho tomado como cuando está por agarrar una gripe de esas que te tumban en la cama por una semana. Enfrente de mi estaban las medialunas que había pedido. No tenía hambre pero había almorzado casi nada, si no comía iba a desfallecer.

No respondía. ¿Se habrá ido?, pensé, casi esperanzada. Casi angustiada. Casi muy triste. Casi catatónica. Si se iba quizá no le veía nunca más. Gallega demente, peor que la Gitana. Con la otra al menos tenía empatía, la otra pedía disculpas cuando se mandaba alguna, era coherente en sus incoherencias, frenaba cuando se daba cuenta de que estaba lastimando. ¡Sentía remordimiento! En cambio Rocío era una orate importante. Parecía lastimar adrede. Parecía disfrutarlo. Tuve la sensación de que todo pasaba muy rápido. Hacía pocos meses que la conocía y mi Mare le estaba hablando por el whatsapp como si fuera parte de la familia. Dios mío. Traté de entender cómo era que habíamos llegado a eso pero no pude. Y tuve la sensación de que me quedaba poco. A mi. No a la Vieja convaleciente. Pensé en las consecuencias de mi desaparición física. Recaería la responsabilidad en mi padre. Que tiene su vida tan armada. Que ni concibe la posibilidad de ayudarme un poco con esto, esto que sucede porque en algún momento él decidió tener una hija con esta señora que ahora me vuelve loca, me mata de a poco.

Seguía sin responder. Rocío. Se ve que las palabras de mi Mare algo le provocaron. (Sigue)



domingo, 18 de agosto de 2019

Capítulo 484 "Fuera bicho"

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Caminamos en silencio unos metros. La Vieja se agitaba rápido entonces teníamos que frenar a descansar para que recuperara el aire. Esto producto del bicho horrible que se la estaba comiendo por dentro y que en tres días exactamente los santos doctores iban a tratar de extirpar. ¡Fuera bicho! Pensé. Sentí. Deseé. Que desaparezcan las dos alimañas porque no puedo más. La Una a mi lado, convaleciente y tirana, a la que le debo la vida, podría ya bien ir yéndose al mundo en que los humanos son incapaces de hacer daño, porque muertos. Y la Otra, la que había quedado sentada en la vereda de la vuelta haciendo una escena digna de Shakespeare, esa que supuestamente había venido a hacerme el aguante a la Argentina porque me quería, podía ya volverse a su puta casa del otro lado del Atlántico con su esquizofrenia a cuestas (o lo que fuere que padecía, porque algo padecía, a mi no me jodan).

Miré un momento el teléfono, seguía mandando y mandando mensajes subidos de tono, disfrazados de sermón de la montaña, de te quiero ayudar por eso te digo de todo, ¡pero es que me estaba diciendo DE TODO! ¡Con lo impresionable y muchacha de su hogar que soy! ¿Y la chica?, volvió a preguntar mi Mare, ya agarrando el carro para continuar la marcha, entonces decidí hacerla partícipe de mi realidad, o al menos de parte de ella. Arrancanda de nuevo la lenta caminata la enteré de que al parecer “la chica” se había enojado conmigo y no iba a venir, creía yo. El teléfono seguía y seguía chillando sus descontentos. Mi Mare paró la oreja. Se hizo la tonta pero se avivó enseguida de que algo pasaba. Continuamos en silencio. Mirando el piso llegamos al bar y nos sentamos. No hacía frío así que elegimos mesa afuera. También pensando en que si a Rocío se le daba finalmente por aparecer iba a poder fumar.

Ella era el desastre conmigo y yo pensaba hasta en el más mínimo detalle para que se sintiera a gusto. Saqué el móvil y sin leer nada de lo que había mandado, no quería ponerme a llorar frente a mi Mare, le envié la ubicación del bar, que podía venir si quería y que había un quiosco para comprar sus cigarrillos. ¡Que no podía dejar a mi mamá sola porque recién llegábamos! JODER. Levanté la vista. Mi Mare me miraba algo preocupada. El mozo parado a nuestro lado nos miraba inquisitivo. Pedimos. Ya no recuerdo qué. El agotamiento mental y corporal que sentía no tenía nombre. Volvía a sentir los temblores en el cuerpo. No iba a poder con ella. Miré el móvil. Había respondido rápidamente con otro sermón. Que no pensaba venir, que ya lo había dejado claro anteriormente. ¿QUE NO LEES MIS MENSAJES O QUÉ? Y que había olvidado su billetera así que no tenía manera de volver al hotel y que además se sentía muy muy muy mal, todo esto, mi actitud, la había puesto muy muy muy muy mal y que me iba a quedar sola por egoísta cuando mis padres murieran porque nunca nadie iba a querer permanecer a mi lado, nunca jamás. Con mucho esfuerzo pude tragar saliva. Realmente no sabía qué hacer. Fue cuando decidí confiar en mi Mare, en su sinsentido común, le conté todo, todo, si una vez me había rescatado del loco evangelista podía una vez más salvarme el pellejo. Y supo sorprenderme, como pocas veces en la vida. (Sigue)

Continuará...




sábado, 27 de julio de 2019

Capítulo 481 "Crimen y castigo"

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Nunca pude cortarle la comunicación y creo que eso la enervaba más, mi falta de reacción, le hacía creer que no sentía nada, que era insensible, que no me importaba lo que le pasaba. No entendía que mi falta de reacción era una reacción, la reacción parálisis por mi descostumbre a esos estados alterados, a ese destrato, a esa agresividad que le daba de pronto. Y las pocas veces que supe reaccionar, temblando, llorando, porque sus maneras, ya lo comentamos, no eran del todo modosas, más bien como que se pasaban algo de tono, alguna palabrota incluso se le deslizaba a veces, las pocas veces que supe reaccionar siempre la culpa era mía, yo la hacía poner así, yo la enojaba, era mi culpa que ella me insultara, aunque no tuviera manera de explicarme concretamente cómo, decía que lo arruinaba una y otra vez, que tenía miedos, yo, pero no podía describir exactamente porqué deducía eso, de dónde sacaba que tenía miedo o de qué forma lo “arruinaba todo”. ¡Siempre terminamos igual, maja! ¡Que no puedes permitirte ser feliz, olvídate de mi! Era su clásico final de despelote. Telón.

Los mensajes no paraban de entrar en mi teléfono. Llegué a la habitación de la Vieja con el corazón en la boca. Por ella. Por los whatsapp interminables. Por los cuatro pisos por la escalera. Por el susto de que a la Vieja le hubiera pasado algo. Porque no sabía qué carajo hacer con Rocío que había quedado sentada en la vereda de la vuelta con una ira tremebunda, in crescendo. ¿Qué podía hacer con esa iracionalidad que de pronto la tomaba? Iracionalidad, sí, no es error de tipeo. Se ponía iracional, la ira no le permitía razonar. Nuevamente se había sentido agredida por algo que no era agresión, se había ofendido exageradamente y ahí empezaba a inflarla, como si la hubiera insultado de cabeza a pies, como si la hubiera tratado de no sé qué cosa. Así reaccionaba. Lo arruinaba de pronto alegando que la que lo arruinaba era yo. Y me hacía dudar. ¡Desopilante! Y más desopilante aún era que ya sabía cómo era la cosa pero igual estaba temblando.


¿Qué te pasa?, preguntó mi Mare ya terminando de calzarse los zapatos. ¿Y la chica? Yo temblaba. No de víctima. No. Temblaba de asombro. Por lo que acababa de leer en el teléfono. Iba redoblando la apuesta. Cada vez agredía un poquito más feo. Y según ella se lo causaba yo. El enfado. Porque no me dejo querer. Porque no me sé vincular. Porque dice demostrarme afecto y yo no me abro. Entonces lo arruino y merezco que se me diga lo que me acababa de decir por el whasapp, y merezco que me traten como me acababa de tratar. Tengo problemas. Es ese un crimen imperdonable. No me dejo querer, entonces merezco castigo, psicológico, pero castigo al fin. (Sigue)

Continuará...



sábado, 20 de julio de 2019

Capítulo 480 "La vidente"

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Apenas la vi bajar del taxi me di cuenta de la energía que portaba. ¡NO!, sentí en el cuerpo estremecido y cansado. Esa energía que le aparecía de pronto y tanto miedo me daba porque no sé cómo manejar. La energía de la disconformidad, del resentimiento, la que trae consigo rayos y centellas. En realidad en su mensaje de momentos atrás ya la voz adelantaba algo de lo que iba a suceder esa noche. Noche fatale. Casi en tono de reproche me avisaba por el móvil que estaba bastante cerca del hospital, por cierto. En algún momento, en ese interín de veinte minutos, el ánimo le había cambiado. Ahora sonaba a que era su obligación venir a acompañarme, a que yo no lo merecía, a que no me había propuesto ella a mi venir a ver a mi mare. ¿Cómo podía ser? De la euforia, del ¡BUEN DÍA!, de la felicidad de hacerme más ameno el asunto de la cirugía, del deseo irrefrenable de verme, a eso otro. ¿Por qué?

Marina bola
Creo que ni ella lo sabe. Por qué se le chifla el moño de esa manera. Porqué maltrata a la persona que quiere cuando le corresponde en sentimiento. Lo lógico es encularse cuando NO te corresponde. Pero ella era al revés, cuando no le correspondía, cuando lo que más quería yo era huir y no verla nunca más, ahí decía que me quería, que había reflexionado al respecto y quería seguir vinculándose, etc. HACÍA NADA había rogado, implorado que la dejara venir a acompañarme al hospital, que quería ver a mi mare porque etc y ahora sonaba a que le era un sacrificio. Luego de tanto insistir... Respondí en el mejor tono que pude que también estaba en camino y con algo de tráfico por delante. Tendría que haberle dicho que no viniera. En ese momento. Porque sabía la que se venía. Pero no pude. No me sale hacer lo que tengo que hacer en el momento indicado. Nunca. Porque mi psicóloga que todo lo sabe salvo mi apellido (y que soy vidente) reniega de mis facultades extraordinaries entonces yo dudo también. Me reprocha cuando le insisto con que yo ya sé la que se viene. ¡PORQUE ES CÍCLICA LA COSA, ANGÉLICA! Pero se mofa de mi, que si tengo la bola de cristal le diga qué va a salir en la lotería, me dice.

Feliz día....
En lugar de decirle que no viniera me disculpe por mi retraso, que me esperara en la puerta si llegaba antes. Porque temía que se pusiera peor.  porque temía que si le pedía que mejor no viniera, viniera igual y me hiciera un escándalo en el hospital. Y me disculpé porque temía que no quisiera verme más. Que sería a estas alturas lo conveniente. O no. Depende. Todo es relativo salvo lo que no, claro.

Es el miedo al abandono lo que me deja tildada, lo que me impide decirle lo que tendría que decirle: que mejor no viniera, pensé, ya llegando al hospital a paso rápido por si a la Vieja se le daba por tirarse por el balcón para joderme. Ella había quedado sentada en la vereda. Rocío. El móvil me sonaba, un mensaje tras otro. Siempre el miedo por delante, repensé, subiendo por las escalera los cuatro pisos hacia la habitación. Y en ella también primaba el miedo. Se ponía agresiva de un momento a otro, cuando todo parecía ir hacia la felicidad, hacia el entendimiento, salía con algún martes trece. ¿Por qué? MIEDO. No dejarse querer por la persona que uno quiere es el peor de los miedos, el que nos hace sufrir horrores en la vida, porque nos impide vivirla. El miedo a la entrega tiene que ver con el miedo al rechazo, y cuanto más cagón es uno peor se la pasa. Pero había algo más, ella no sólo no se dejaba querer, Rocío se la agarraba malamente con el ser amado. Humillaba, rebajaba, destrozaba el autoestima hasta dejarme hecha jirones. Y posiblemente ella estaba acostumbrada a esos escombros por eso no entendía que me quedara dura y en silencio cuando denostaba sin pelos en la lengua. Porque yo no estaba habituada a que alguien me denigrara por teléfono durante quince minutos, por ejemplo, entonces me quedaba sin palabras, con la garganta hecha un nudo. Y ni así pude nunca cortarle la comunicación. No sé si es defecto o virtud, pero no pude. (Sigue)

Continuará...



sábado, 13 de julio de 2019

Capítulo 479 "Ni medio segundo"

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Se sentó en el piso. En plena calle. En medio de la vereda. Dejó su cartera a un lado. Agachó la cabeza. Se cubrió la cara con las dos manos y así se quedó, como si estuviera por desmayarse. Imaginé el pantalón negro de vestir ensuciándose con la mugre de la acera. Que para qué la había hecho ir si iba a tratarla de esa manera. (¿De cuál manera?, me pregunté). Ya lo has logrado de nuevo, maja, que no me encuentro bien, ¿vale?, siempre lo haces, logras hacerme llorar una y otra vez. No me tomó ni medio segundo reaccionar esta vez. Estar con un psicópata es un calvario harto interesante y también da cierto entrenamiento, una se va fogueando. Sabía que no había nada que hacer, o sí, se suponía que después de haber tolerado que se fuera de casa sin decir nada y me tuviera todo el día y toda la noche con el corazón en la boca y luego enojarse al día siguiente porque la "abandonaba" en el hotel, se suponía que tras toda esa mierda por ella perpetrada debía abrazarla fuerte fuerte, bienvenirla, darle besos efusivos porque venía a acompañarme con el asunto de mi Mare internada. Quizá así le cambiaría el humor a la señorita, aunque quizá tampoco. De cualquier modo era ya demasiado tarde para lágrimas. No me agaché. Ni la abracé. Ni le di besos. Ni le respondí. Di media vuelta y enfilé para el hospital, furiosa, que si por jugar a la telenovela, por andar acopiando sucederes y puntos de giro para el blog este la Vieja se caía no me lo iba a perdonar nunca.

Aunque posiblemente a ese agravante “cadera rota” sí que no sobreviviría mi ya apaleadísimo cuerpito gentil. Tendría que hacerse cargo alguien más, posiblemente mi padre o mi prima, que la boca se me haga a un lado. Caminé hacia el hospital completamente desencajada, arrepentida de haberle aceptado la compañía y es que claro, me agarraba sola, con las defensas bajas, completamente exhausta, con necesidad de contención… E insistía tanto en su mode “madre contenedora” que al final mi brazo se torcía; esta vez será diferente, Marina, pensaba mientras le aceptaba a regañadientes el ofrecimiento de venir a ver a mi madre. ¿Porqué siempre tenés que ser tan malpensada?, me retaba y todo a mi misma, y eso logra el psicópata, que una crea que la loca es una, que una crea que la que necesita atención psiquiátrica urgente es una, que una crea que la tullida es una, la culpable, la mierda, la inconsistente, la indecisa, la jodida, la hija de puta, la insensible, la sorete, la cobarde.

Por un segundo lo pensé. Que la boca se me haga a un lado. Pensé que la rotura de cadera podría ser un punto de giro estremecedor para el relato. Pero no estaba tan loca. Lamentablemente. Apuré el paso. El teléfono empezó a sonarme. Un mensaje tras otro. Me vibraba en el bolsillo del morral. Yo no le había pedido que viniera, NO. Eso es lo que me había hecho creer ella. Lo había impuesto, como solía, disfrazándose de madre contenedora, o no, quizá en ese momento sentía la necesidad de contenerme pero yo no había pedido nada, simplemente había titubeado, había hecho un silencio ante su: Quiero ver a tu madre, que se lo he prometido. Hice un segundo de silencio. Y ese silencio le bastó para darlo por hecho. ¡Ya he cogido el taxi!, ¿vale? Aguanta que ya llego, guapa, ¡que te quiero! (Pausa larga). Que te quiero, exclamó, seguramente convencida de ese sentimiento, más luego sus acciones esa noche me iban a confirmar que volvía en realidad a vengarse de esta mala persona que era yo, que no la llamaba cada media hora para preguntarle cómo se encontraba. (Sigue)

Continuará...



sábado, 6 de julio de 2019

Capítulo 478 "Lo confieso"

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Bajó del taxi con su idea obsesiva de comprar cigarrillos. O de importunarme. O de probar que ella era más importante que mi Mare enferma. A ver si le hacía caso. Y yo que no daba más. El día anterior se había ofendido porque la dejé en el hotel después del anestesiólogo. Sacrilegio. Tuvo el móvil apagado hasta el día siguiente. Ya me tenía harta. ¿Porqué no manifiesto mi enojo, doctor Freud? Apareció esa misma tarde, que quería visitar a mi madre como le había prometido. No me iba a dejar en paz así que respondí que como quisiera, que yo en un rato tenía que ir a recoger la ropa sucia, llevarle limpia, a verla, a pagar el servicio de la tele..

Camine atrás de ella por la vereda del hospital. ¿Tenía que comprar cigarrillos de manera tan urgente? ¿Por qué no había comprado en el camino? La imagen de la vieja sola, tambaleando y cayendo al piso me trastornaba. La había dejado poniéndose los zapatos, bajé corriendo por la escalera para no hacer esperar a Rocío, a ver si todavía se enojaba (más). Además de cáncer de endometrio, cadera rota. ¡Lo que me faltaba! Ni atiné a decirle algo, estaba como yegua desbocada, seguía caminando dos metros adelante. Lo único que iba a lograr era enervarme más antes su indiferencia caprichosa. Ella me había dejado plantada hacía dos días. Ella me había despreciado y humillado luego de la manera que suele. ¿Y ella estaba enojada? Sí. Y yo irracionalmente enamorada. Socorro. Alguien que me suicide. Dobló en la esquina hacia la plaza. Imaginé que iba en busca de un quiosco para comprar sus cigarrillos, pesar de que le había pedido si podíamos ir más tarde, que la vieja estaba arriba, sola e insufrible. Se había alejado estúpidamente porque frente a la entrada del Fernández había uno enorme. La dejé fluir en su testarudez. A ver hasta donde llegaba.

No había ningún quiosco a la vista. Le sugerí doblar hacia la avenida. No se dio vuelta pero me hizo caso. No podía hacer otra cosa, yo jugaba de local, ella no. Empezó a darme el pánico. ¿Cómo iba a hacer yo con esta mina y encima mi Mare Tirana? ¿Con las pocas energías que me restaban después de semejante semana? Nos habíamos internado por la mañana y me tenía para la chacota, ya lo he comentado, me volvía loca con sus quejas y demandas y amenazas de que se iba a caer porque no venía nadie y ella quería ir al baño, ¡no hacer en la chata! ¡Que qué me creía yo para dejarla sola todo el día! Y encima era mentira, había estado por la mañana y ahora de vuelta, entre trabajo y trabajo, llevando y trayendo ropa, libros que me pedía, radio, marcadores, tablet. Todo el tiempo con el nudo en la garganta por miedo a que le pasara algo adrede, como para escarmentarme. Realmente estaba que no daba más. Y encima la otra. Que en ese momento se detuvo. Su expresión iracunda. Hizo algo que nunca como escribiente se me hubiera ocurrido, lo confieso: (sigue)

Continuará...



domingo, 30 de junio de 2019

Capítulo 477 "Six feet under"

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Entré. Había olvidado dejar la luz encendida, mi casa era todo oscuridad. Y así me hubiera quedado. A oscuras. Añoré la paz del féretro ya a varios metros de profundidad, six feet under. Al día siguiente del deceso. Nadie en el horizonte jodiendo la paciencia. Nadie exigiendo. Criticando. Demandando. Tratando despectivamente. Atrayendo para luego castigar. Me sentía muerta como pocas veces en la vida. La Mecha vino a recibirme, como solía, ya no pedía comida porque estaba viejita, comía poco y nada pero aún conservaba sus modales de gata. Dejé el morral colgado y me saqué el abrigo empapado. Lo colgué de la silla. Encendí la luz baja del esquinero y fue lo primero que vi, su remera sobre el futón desmoronó cualquier plan que hubiera estado pergeñando. ¿Porqué? ¿Desde cuándo estaba eso ahí? ¿Para qué se dejaba ver en este momento? Me puse a llorar. Afuera las discotecas llenas de gente bailando y pasándola bien y yo llorando como una pelotuda. Me dejé caer sentada sobre las mantas de lana, inerte. Tapé la ropa con un almohadón, tenía una leyenda estampada en letras negras: leave me alone. Rocío quería que la dejaran en paz, pero no sabía dejarse en paz a ella misma, no se permitía la paz, no le sentaba bien y arrastraba a su entorno consigo.

Entendí lo que había pasado, la remera había quedado bajo los almohadones, y el perro, o quien sabe la gata, jodiendo la paciencia como siempre habían dejado esa daga para mi alma ahí al descubierto. Me quedé sentada llorando un buen rato. Creí que ya no quedaban más lágrimas pero el cuerpo es vivo, cuando una se enamora produce stock en demasía. Qué cosa extraña las lágrimas de amor. De amor de mierda. Porque si el amor es del bueno una no llora, o sí, llora de felicidad, de emoción. Con el amor amor se goza, se comparte, se ríe, se acaricia, se desea, se respeta, se valora, se admira, se conduce al otro a lo mejor de sí mismo. Pero con ella era un amor de mierda. Era soportar sus enojos por cualquier cosa; soportar sus vueltas y más vueltas con tal de arruinarlo todo; ya no había risa, no había cama, no había más deseo salvo el de desaparecerme y no verla nunca más. Ella sacaba lo peor de mi, mi peor versión. Siendo una divinura para el resto del mundo para ella yo era una jodida. (Pausa retórica) ¿Por qué lloraba entonces? Lo último que estaría pensando Rocío era que lloraba por ella en ese momento, en esa noche gris de sábado sin café. Inconsolable. Tan segura estaba ella de que a mi me importaba un carajo lo que le pasaba, me lo repetía mucho, lo último que podía llegar a pensar era que sufría y la extrañaba. En realidad no le importaba que yo sufriera, pero eso me negaba a pensarlo.

Un hijo no querido será mendigo de amor toda la vida, decía el doctor Herminio, y tenía razón. Rocío no había sido bienvenida por nadie, entonces le diera lo que le diera nunca le alcanzaba, no registraba, le pasaba de largo toda demostración de afecto. Sentía la ausencia de amor aunque estuviera rodeada de él. Eso me tenía atada, en parte, la necesidad de rescatarla de ella misma, la pena que sentía por ella cuando el enojo me abandonaba, recordaba sus brotes de angustia, la manera sórdida y enroscada de, en un segundo, convertir un encuentro ameno en una esquizofrenia compartida; la pena que sentía cuando me olvidaba de lo mal que la había pasado, por ejemplo, aquel fin de semana: (Sigue)

Continuará...




domingo, 23 de junio de 2019

Capítulo 476 "El nutriente de la vida"

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Siempre hacíamos sus planes, que era no hacer planes, o sí, hacía planes conmigo para después deshacerlos a último momento; para truncarse el propio deseo y el mío; para tener la base del melodrama venidero. Me convencía una y otra vez de quedar en algo para sentir el poder de ser dueña de mi tiempo. Y yo finalmente aceptaba. A sabiendas de que haría lo que haría. A sabiendas de que, más temprano que tarde, me daría de nuevo con su tacón en los riñones para dejarme doblada, llorando, sin aire y sin voluntad de nada por unos cuantos días. Apagaría el teléfono. Alegaría malestar, miedo, indecisión de esta relación, entonces mejor no vernos, no compartir. Eran sus boicots más comunes. Y a mi eso me partía al medio, ella lo sabía. Era su manera de sentirse amada. Si no me veía doblada, vencida, llorando de celos, asustada o suplicándole clemencia no se sentía valorada, no se sentía viva, y no se excitaba; se aburría. Por eso buscaba a otras, necesitaba sentirse furibundamente deseada todo el tiempo, necesitaba ver al otro sufrir de deseo por ella hasta los huesos. No se daba cuenta de que quien desea sentirse deseado de esa manera desbordada no guarda lugar para su propio deseo. Así como quien se percibe únicamente a sí mismo anula la capacidad de percibir a los demás, que son el nutriente de la vida.

Ella no sabía lo que hacía yo durante el día. Ni las noches que no nos veíamos. No tenía idea de qué cosas me preocupaban, qué cosas me angustiaban, qué estaba escribiendo o pergeñando, y mucho menos sabía cómo me sentía; no le interesaba. No tenía tiempo de recordar que el otro es un otro que también sufre y proyecta y necesita, tan ocupada que estaba en controlar cada cuanto le preguntaba cómo se encontraba, o cada cuanto le confesaba que me importaba muchísimo, o cada cuanto le manifestaba que quería verla, que me gustaba locamente y me moría por ella. Eso era. Ella necesitaba que me muriera por ella. A cada momento. Y me estaba matando, lentamente.

Subiendo el ascensor de hogar agrio hogar sentí que se me henchía el pecho, voy a poder con esto, claro que voy a poder, me di ánimo casi creyéndome y todo. El problema era que en estas situaciones el “casi” suele ser un problema definitorio. Me miré al espejo, vaporoso por tanta humedad. Mis pelos eran un espantoso atolladero, mezcla de llovizna y desidia y desequilibrio afectivo. Las ojeras oscuras. Estaba más flaca. Los surcos a los costados de la nariz a la boca se habían acentuado. Demacrada era la palabra. Realmente entre la Vieja y la Mina esta iba a terminar hospitalizada, si así seguía. Caminé por el pasillo blanco con las llaves en la mano y una única certeza: iba a entrar, a tomar el teléfono móvil y a bloquear a la susodicha. Era su vida o la mía. Ella lo hacía dos por tres, bloquearme, cada vez que lo necesitaba. Y yo no. Yo sentía que esa era una decisión infantil, estúpida, porque si el otro quiere te llama desde otro teléfono y listo. Pero en este caso era necesario. Así no me veía tentada de escribirle, de mirar si estaba en línea o no, de ver qué foto tenía o no, porque a partir esas nimias boludeces mi imaginación me dejaba knock out, con un insomnio inmanejable, con la panza hecha un revoltijo y la angustia esa que me impide emitir siquiera una palabra. (Sigue)

Continuará...




jueves, 20 de junio de 2019

Capítulo 475 "Justo a ella"

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Iba a entrar a casa, pondría el filé de mediodía en el horno, que ya no tendría el mismo sabor, por esto de que nadie se baña dos veces en el mismo río porque pasado el tiempo ninguno es el mismo, ni el río ni el que se baña. Bueno, el filé tampoco, pasado el día sabría a viejo, a agrio, a seco, para hacer juego con el momento que estaba pasando. Recordé que quedaba la mitad y un poquito de puré mixto, calabaza y papa. Con suerte habría también algo de pan. Inapetente como me sentía últimamente comía como pajarito, la mayor parte del tiempo tenía el estómago cerrado, entre mi Mare y Rocío me taponaban el cardias de nervios. Iba a poner el filé en el horno y acto seguido empezaría las tareas de desintoxicación. De ella. De mi cuando estoy con ella. Me vuelvo una pelotuda, una pelele, una varona domada, una macha tumbada, una inconsistente, no llego a ser ni mi sombra. Hasta que reacciono. Cuando ya no doy más. Como el día anterior al fin de semana fatal. Que se fue de mi departamento sin avisar. Vivía conmigo porque así se le cantó y así como asá desapareció aquella mañana. Sin motivo aparente. Apagó el teléfono durante todo el día. Teníamos cita con el anestesiólogo al día siguiente, se había ofrecido a acompañarme, a ayudarme a organizar los análisis. Todo el día llamándola al ñudo, para que respondiera el contestador de su móvil. Sumando estrés. Imaginaciones. Catástrofes. Hartazgo.

No se daba cuenta de cuanto lastimaba con su comportamiento, por eso era inimputable, por eso después de la bronca me invadían la culpa, la tristeza, la pena, la impotencia, la tormenta después de la calma después de la tormenta. Porque no lo hacía a propósito, ella no era consciente, no lo manejaba, ya era clarísimo, lo que convertía a eso que le pasaba en algo inmodificable. Mi Mare no había logrado cambiarlo en toda su vida, ni con medicamentos infinitos mediantes, ni con psiquiátras y psicólogos infinitos mediantes. Sí. Querer cambiar al otro es fascista, no corresponde, no se debe, mi problema era mío, tenía que cambiar yo, cosa que había estado intentando desde que nos conocimos, cada vez que volvíamos a vernos, a reconciliarnos; cosa que seguía intentando mientras caminaba bajo la llovizna hacia la soledad de mi hogar agrio hogar, buscaba y buscaba la fórmula para que la cosa funcionara, pero no podía, no la encontraba, no sabía si porque hacía lo mismo una y otra vez, yo, o porque no existía dicha fórmula. Si quería quedarme con ella las cosas eran como eran. Tómalo o déjalo. Fin. Cada reencuentro era casi un calco del anterior, una belleza al comienzo y luego la guerra de Troya. Lo malo era que cada vez se daban más escuetas las bellezas y mucho más lungas las reyertas.

Yo no podía ayudarla, no tenía las herramientas, además, ¿cómo ayudar a alguien que no quiere dejarse ayudar?, ya se preguntó alguna vez el coronel Sabina. Me di cuenta antes de la noche fatal que no iba a poder con eso, con ella. Cuando la dejé en su hotel después del anestesiólogo, tras echarme el fardo a mi sobre decidir qué hacer, me tenía podrida con eso, enfilé sin dudarlo para el centro. Dejaba en mis manos la decisión de qué hacer luego para, acto seguido, atacarme con que todo lo decidía yo según mi propia conveniencia. ¿Bastaba no llevarle el apunte? ¿Bastaba hacer caso omiso a sus buscarroña lapsus? ¡NO ME SALÍA! Ella, imbuida en su mierda móvil no prestaba atención de a dónde íbamos, siempre segura de llevar el timón, se relajó mirando sus whatsapp, su face, y claro, cuando frené frente al hotel la cara se le transformó. Como siempre hacíamos sus planes, según estuviera o no enojada, según tuviera o no ganas de esto o aquello, según se sintiera bien o masomenos, como siempre me moría de ganas de estar con ella se sorprendió mucho de mi decisión de sacármela de encima. Justo a ella.  JUSTO. A ELLA. (Sigue)

Continuará...



jueves, 13 de junio de 2019

Capítulo 474 "Eterno retorno"

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¡Cada media hora!, casi me reía mientras iba llegando a casa con el auto, eran alrededor de las nueve, la llovizna había mutado a lluvia y el vidrio se empañaba de nuevo. ¿Qué iba a hacer ahora los sábados a la noche sin mi café filosófico? No lo sabía. Pasé por la puerta de mi edificio y seguí de largo. El temor a lo que podía llegar a hacerme a mi misma sola, encerrada y con lluvia fue más fuerte. No hablo de suicidarme ni nada de eso, para tanto no, pero iba a empezar a torturarme como había hecho durante toda la enfermedad de mi Mare mirando en internet las informaciones más nefastas sobre los pacientes de tercera edad con cáncer de endometrio. Luego no dormía, claro, y nunca pude dilucidar por qué me hacía eso, nunca. Iba a mirarle el facebook a ella con la cuenta de mi trabajo, porque el mío oficial me lo había bloqueado. Iba a tratar de encontrar alguna evidencia que confirmara que estaba con otras, era casi cantado pero me gustaba meterme el dedo en la llaguita y escarbar y escarbar y escarbar. Luego iba a mirarles el facebook a sus supuestas otras novias, los comentarios que le dejaban en las pocas fotos públicas que tenía, piropos o cosas así, lo dejaba a la vista para que yo pudiera ver que Fulana la valoraba, que Mengano la pretendía, mientras que yo, desalmada de porquería, no la llamaba cada media hora para ver cómo se encontraba. ¿Se puede ser más hija de pe?

Crucé la avenida de doble mano y dejé el auto en donde pude, como suelo, cerca del puestito de la policía. Atravesé la avenida apurada, tenía veinte minutos y antes necesitaba ir al baño. Pero ese día mi destino ineludible al parecer era ir a torturarme a casa porque una tras otra mis intentonas de huir de mi misma estaban siendo dinamitadas por la puta madre que me remil parió. Había errado hacía un instante al creer que la suerte había cambiado porque pude sacar la entrada por internet con tan poca anticipación. Hice la psicología inversa: pedí que no hubiera ninguna entonces conseguí. JA, me dije. Pero faltando unos doscientos metros para llegar a la puerta pude ver que el tumulto, cada vez más tupido, cada vez más apretado. Gente y más gente agolpada a la puerta del shopping. Unos hablaban por teléfono móvil; otros se sacaban fotos; algunos comentaban risueños parados en donde quedara un espacio. Unos cuantos caminaban en dirección contraria a mi, se iban, pero eso no era nada raro, sí lo era el rejunte de gente y más gente prácticamente bloqueando la colectora de General Paz.

Caminé, a lo último ya abriéndome paso con trabajo, hasta la patrulla que cortaba totalmente la avenida. Había incluso un camión de bomberos. Ni atiné a decirme: ¿y ahora qué? Ya lo tenía clarísimo, mi deber era ir a casa a enfrentar la angustia, el vacío; sopesar, dentro de lo que pudiera, racionalmente el asunto con ella que tan a maltraer me tenía. Suele pasarme, no poder escaparme de mi. Tampoco me pregunté: ¡Oh! ¿Qué será lo que acá sucede? Porque en Argentina sobran pelotudos que hacen pelotudeces para joder la paciencia, para generar caos, confusión, como si no hubiese ya de sobra. El oficial me lo confirmó, estaban evacuando el shopping por amenaza de bomba, y ante mi propuesta de que me dejaran pasar igual porque quería ver la película y la amenaza al final siempre era falsa el hombre sonrió, porque yo tenía razón, pero el protocolo era el protocolo. Di media vuelta y empecé a caminar, echando mierda a los protocolos, por donde había venido. Le mandé otro whatsapp a él, que no había respondido nada, lo enteré de que no habíamos podido entrar a ver su película por el bomba despelote. ¡Entonces respondió! (Sigue)

Continuará...




martes, 11 de junio de 2019

Capìtulo 473 "Acucia"

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Hospital Fernàndez, cuarto con balcón propio.
Y es que ella quería que una estuviera pendiente, pendiente para mal, no cualquier pendiente. Porque alguien que hace algo bello se gana la atención para bien, atrae con su gracia, con su talento, con sus dotes, su alegría, su felicidad, su música, su arte, su bonhomía, su generosidad... Pero ella... atraía con lo repelente, con lo trágico, al menos a mi me atraía, no había encontrado otra manera de sosegar su sensación de eterno desamparo, no tenía otra manera de atraer la atención de la gente, o sí, porque era hermosa, pero atraer sólo por su belleza al parecer no la saciaba, necesitaba de lo otro, del melodrama, de la dopamina trágica.

La gente infeliz rompe las pelotas, me dijo una vez un amigo. La gente infeliz vive atormentada, resentida, odia a los que cree mejores o más felices, y eso a vos te rompe las pelotas, respondí, ellos pide auxilio de esta manera, qué le vamos a hacer. Lo paradójico en ella era que esa actitud melodramática/victimosa supuestamente para que no la abandonaran, para que le pusieran atención todo el tiempo, era lo que finalmente acababa con la paciencia de sus vínculos, amigos, parejas, yo misma, que terminaban dejándola. Perdía al ser amado por lo que su miedo a perderlo le provocaba. Se quedaba sola, cada vez, por su miedo desmedido a quedarse sola.

La oscuridad empezó a darme un poco de miedo, estábamos en Argentina, en el barrio de Belgrano, caserón de tejas, zona norte de la Capital, lugar supuestamente seguro pero como en este país de impredecibles nunca se sabe… Nadie llegaba y la llovizna se hacía cada vez más espesa. Tuve que encender el móvil, no me quedaba otra (y además no daba más de la ansiedad). Nadie había mandado nada. Demasiado tranquila la cosa, me intranquilizaba. Me fijé rápidamente en facebook a ver si había alguna notificación que respondiera a esta incertidumbre, y sí: el café filosófico de Roxana Kreimer había terminado el sábado pasado y reiniciaba sus actividades en septiembre. Miré la puerta cerrada del lugar. ¡En septiembre! ¡Sola hasta septiembre! Lamenté no contar con las habilidades de Rocío, esa capacidad que tiene de rápidamente encontrar suplentes, reemplazos de compañía, llámole yo la virtud “me da lo mismo cualquiera con tal de no estar sola porque no sopórtome a mi misma entonces que me soporte otre”. (Si es que puede).

Con un vacío interior espantoso volví caminando rápido, como si algo me acuciara. No tenía nada para comer en casa. Pasé frente a veinticinco restaurantes chinos, todos vacíos, ofrecían las más variadas comidas y bebidas pero no me detuve. No sabía a dónde llevarme pero no quería detenerme. Como si mantenerme en movimiento pudiera impedirme pensar, angustiarme, quererla llamar, quererla, a pesar de todo. A pesar de que todos los días era un melodrama diferente, o quizá el mismo con alguna variante harto catastrófica. Que su hermana esto; que el trabajo en Madrí aquello; que su mare tal cosa; que el concubino de su mare tal otra. TODOS LOS DÍAS ASÍ. Una vez, en medio de un ataque de nervios, dejó deslizar su pretensión de que yo la llamara cada media hora para ver cómo se encontraba. Se había pasado quince minutos al teléfono llorando, con intervalos silenciosos de uno o dos. (Sigue)

Continuará...



domingo, 9 de junio de 2019

Capítulo 472 "Sin reparo"

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Llegué a la puerta del lugar casi ocho en punto. Toqué el timbre. Adentro no había luz, me pareció raro, y en la calle había lugar para estacionar, eso también era raro, en general había que dejar el auto en el estacionamiento. La otra era la que había descubierto, dejarlo en la plaza de la glorieta y después caminar dos cuadras. Toqué de nuevo. Tampoco había nadie en la puerta, a esa hora en general recién estaban ingresando. Esperé unos minuto y volví a tocar. Nada. La llovizna insistía y no había un solo techito en donde repararse. Suspiré con amargura. ¿Y ahora? Una vez que me decidía a no encerrarme entre mis cuatro paredes... ¿De nuevo el universo contra mi? ¡No le bastó con hacer arrancar el auto sin problemas que ahora esto! Miré para todos lados, no había un alma a quien preguntar algo, con semejante clima era la única merodeando por el lugar, bastante oscuro, por cierto. No quería volver a mi casa porque iba a empezar a pensarla, a extrañarla, iba a pasarme hasta que me viniera el sueño mirando a ver si por fin me había desbloqueado del whatsapp. Si no veía su foto seguía bloqueada. Ese día había mirado unas doscientas veces, alguna menos, alguna más. Aunque había descubierto que también cuando cambiaba la foto, cosa que hacía dos por tres, demoraba ésta en aparecer.

El quid de la cosa se sabe cuando mandás el mensaje y se tilda con las dos rayas, eso significa que no estás bloqueado. Y el bloqueo o el no bloqueo dependía del humor con que se hubiera levantado. Qué calvario. No iba a volver a encender el móvil porque me iba a tentar e iba a escribirle sólo para ver si seguía yo en la lista negra. NO. ¡Espero seguir en la lista negra! ¡Eso espero! ¡Claro que sí! Porque lo que me había hecho la noche fatal, que en verdad había sido fin de semana completo fatal, dos días antes de la cirugía de la vieja, ¡no tenía nombre! Cada día que pasaba la cosa se me iba aclarando un poco más, y había sido tremebundo.

Yo yendo y viniendo al hospital, llevando y trayendo bombachas, polleras, zapatos, pantuflas, porque la vieja las pillaba y entonces tenía que lavarlo lo más rápido que me fuera posible para que no se quedara en pelotas. Me llevaba las sucias y le llevaba las limpias. Dios mío. Y así y todo estaba insoportable mi Mare, que se aburría, que estaba sola y no sabía qué hacer, que a la noche casi se había caído, me contaba, para dejarme la mar de preocupada, para que no me fuera. ¡Tengo que trabajar!, le explicaba pero a ella le importaba un carajo. ¡Me crispaba los nervios! Y encima la desalmada, la descarada, la desproporcionada de Rocío agregando nervios y estrés en la coctelera. Después de haberme podrido los nervios con ya no recuerdo qué pretendía que la recibiera con los brazos impolutos, con una ampulosidad que no se merecía. Ah, después de lo del plantón y lo del anestesiólogo pretendía que yo la recibiera con los brazos abiertos. Pues no lo hice. El moño se me había chingado a mi. ¡Badly!

Era sábado. La Vieja hacía un día que estaba internada y la operaban recién el martes. Llegó al hospital en taxi, como el día anterior a la cita del anestesiólogo. Bajé los cuatro pisos a recibirla y casi ni la saludé, acelerada como estaba, porque yo también acababa de llegar y la habitación de mi mamá era un desastre. Le pedí que me siguiera y ella respondió que primero tenía que comprar cigarrillos. ¿Ahora? ¿No puede ser en un rato? Listo. Bastó eso para que otra vez se pusiera sensible. No me dejó completar la frase: mi mamá quedó sola arriba... Dio media vuelta y se fue. La seguí a como dos metros de distancia con el desconcierto abrumado. Dios mío, pensé, no puedo con las dos a la vez, que no puedo. (Pausa de largo aliento) Ese fin de semana aprendí que a una mujer como ella hacerle eso, no recibirla con la alharaca que cree merecer… es un camino de ida; hacia el infierno. (Sigue)

Continuará...