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Se sentó en el piso. En plena calle. En medio de la vereda. Dejó su cartera a un lado. Agachó la cabeza. Se cubrió la cara con las dos manos y así se quedó, como si estuviera por desmayarse. Imaginé el pantalón negro de vestir ensuciándose con la mugre de la acera. Que para qué la había hecho ir si iba a tratarla de esa manera. (¿De cuál manera?, me pregunté). Ya lo has logrado de nuevo, maja, que no me encuentro bien, ¿vale?, siempre lo haces, logras hacerme llorar una y otra vez. No me tomó ni medio segundo reaccionar esta vez. Estar con un psicópata es un calvario harto interesante y también da cierto entrenamiento, una se va fogueando. Sabía que no había nada que hacer, o sí, se suponía que después de haber tolerado que se fuera de casa sin decir nada y me tuviera todo el día y toda la noche con el corazón en la boca y luego enojarse al día siguiente porque la "abandonaba" en el hotel, se suponía que tras toda esa mierda por ella perpetrada debía abrazarla fuerte fuerte, bienvenirla, darle besos efusivos porque venía a acompañarme con el asunto de mi Mare internada. Quizá así le cambiaría el humor a la señorita, aunque quizá tampoco. De cualquier modo era ya demasiado tarde para lágrimas. No me agaché. Ni la abracé. Ni le di besos. Ni le respondí. Di media vuelta y enfilé para el hospital, furiosa, que si por jugar a la telenovela, por andar acopiando sucederes y puntos de giro para el blog este la Vieja se caía no me lo iba a perdonar nunca.
Aunque posiblemente a ese agravante “cadera rota” sí que no sobreviviría mi ya apaleadísimo cuerpito gentil. Tendría que hacerse cargo alguien más, posiblemente mi padre o mi prima, que la boca se me haga a un lado. Caminé hacia el hospital completamente desencajada, arrepentida de haberle aceptado la compañía y es que claro, me agarraba sola, con las defensas bajas, completamente exhausta, con necesidad de contención… E insistía tanto en su mode “madre contenedora” que al final mi brazo se torcía; esta vez será diferente, Marina, pensaba mientras le aceptaba a regañadientes el ofrecimiento de venir a ver a mi madre. ¿Porqué siempre tenés que ser tan malpensada?, me retaba y todo a mi misma, y eso logra el psicópata, que una crea que la loca es una, que una crea que la que necesita atención psiquiátrica urgente es una, que una crea que la tullida es una, la culpable, la mierda, la inconsistente, la indecisa, la jodida, la hija de puta, la insensible, la sorete, la cobarde.
Por un segundo lo pensé. Que la boca se me haga a un lado. Pensé que la rotura de cadera podría ser un punto de giro estremecedor para el relato. Pero no estaba tan loca. Lamentablemente. Apuré el paso. El teléfono empezó a sonarme. Un mensaje tras otro. Me vibraba en el bolsillo del morral. Yo no le había pedido que viniera, NO. Eso es lo que me había hecho creer ella. Lo había impuesto, como solía, disfrazándose de madre contenedora, o no, quizá en ese momento sentía la necesidad de contenerme pero yo no había pedido nada, simplemente había titubeado, había hecho un silencio ante su: Quiero ver a tu madre, que se lo he prometido. Hice un segundo de silencio. Y ese silencio le bastó para darlo por hecho. ¡Ya he cogido el taxi!, ¿vale? Aguanta que ya llego, guapa, ¡que te quiero! (Pausa larga). Que te quiero, exclamó, seguramente convencida de ese sentimiento, más luego sus acciones esa noche me iban a confirmar que volvía en realidad a vengarse de esta mala persona que era yo, que no la llamaba cada media hora para preguntarle cómo se encontraba. (Sigue)
Continuará...
Un día quise dar con este periodista, empecé a buscarlo, la búsqueda se puso interesante, me senté a escribirla, en el capítulo 5 conseguí su teléfono, en el 14 me animé a llamarlo, en el 30 saqué pasaje (tenía que hacer avanzar la historia), en el 45 le llegó a Campanella justo cuando tenía que viajar, terminé trabajando con él. En el 76 arribé a Sevilla, en el 83 lo puse contra las cuerdas y la aventura continúa... (Vivir para escribirlo luego porque la realidad supera la ficción).
sábado, 13 de julio de 2019
Capítulo 479 "Ni medio segundo"
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