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Ni quería venir al bar en el que estábamos con mi Mare ni podía, según ella, volverse a su hotel porque había olvidado la billetera con la plata y las tarjetas. ¡Oh, causalidad, no se había olvidado el teléfono! Elemento indispensable para torturarme. ¿Y con qué le había pagado al taxista? Sus argumentos me hacían agua por todos lados pero no se lo pregunté para no enervarla más. No sabía de lo que era capaz esta mujer así que me quedé en el molde, me aguanté la reacción, las ganas de empujarla abajo de un colectivo, el deseo de gritarle a los cuatro vientos que era una hija de remil putas y que se merecía con creces lo que le había pasado de chica. Nadie se merece semejante cosa, no, pero ella, en ese momento, se lo merecía. Con creces. Y era lo que buscaba, mi reacción, mi ira, mi angustia, mi furia, ser la dueña de todo eso que me pertenecía, y siempre lo lograba. Siempre. Como no conseguía de mi el halago constante se alimentaba de lo otro.
Mi Mare terminaba ya su sanguchito y le veía unas ganas locas de comerse mis medialunas. Se las ofrecí. Quizá sea lo último que haga, pensé, ofrecer mi medialuna, antes de que la enferma termine conmigo. (Pausa) Me lo había confesado la segunda vez que nos vimos, lo que le había pasado de chica. Descansábamos en un parque después de haber caminado Sevilla largo y tendido. En ese momento me dio una pena inmensa, quise besarla pero no teníamos la confianza. La cercanía del casi trío con el Loco se había extinguido, éramos dos extrañas de nuevo, todavía, pero igual me contó eso. Me enterneció la manera en que lo hizo, como si me estuviera hablando de las compras que había hecho por la mañana. Me pareció tremendo. Los detalles que relataba eran tremendos. Estoica. La abracé hasta que se quedó dormida en el banco de aquel parque sevillano. Rocío tiene esa particularidad, vive a mil quinientos decibeles hasta que de pronto, en un segundo y medio, cae rendida. Las mujeres de la Feria de Abril pasaban y pasaban con sus despampanantes vestidos. Carros tirados por caballos. Calor. El olor a bosta. Como te extraño, Andalucía...
Entonces no me llamó la atención su manera de relatármelo, vacía de sentimiento, no se le frunció ni medio músculo, me pareció hasta coherente, se hizo una coraza, pensé, como para poder seguir adelante con eso a cuestas. Pobrecita. Yo quejándome de mi vida, de mis padres y al lado mío tenía a alguien que realmente se las había pasado fulero. Durmió apoyada en mi pecho durante casi media hora. Llegué a pensar en que esa era la manera de expresar los sentimientos que el trauma le provocaba: cayendo dormida. Pasamos el resto del día de acá para allá, luego ella se fue para Marbella y yo para Álava. Y son estos recuerdos los que me traicionan en los momentos peores. En los que tendría que ponerme como roca y mandarla al carajo porque lo que me estaba haciendo no tenía nombre, o sí, tortura psicológica en el peor de los momentos. Mi Mare enferma, en medio del trajín del hospital, a tres días de una cirugía bastante riesgosa… El teléfono volvió a sonar sobre la mesa. Mi Mare escuchó, puso cara de drama pero no dijo ni mu. (Sigue)
Continuará...
Un día quise dar con este periodista, empecé a buscarlo, la búsqueda se puso interesante, me senté a escribirla, en el capítulo 5 conseguí su teléfono, en el 14 me animé a llamarlo, en el 30 saqué pasaje (tenía que hacer avanzar la historia), en el 45 le llegó a Campanella justo cuando tenía que viajar, terminé trabajando con él. En el 76 arribé a Sevilla, en el 83 lo puse contra las cuerdas y la aventura continúa... (Vivir para escribirlo luego porque la realidad supera la ficción).
sábado, 7 de septiembre de 2019
Capítulo 487 "En ese momento"
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