sábado, 31 de agosto de 2019

Capítulo 486 "Esta calamidad"

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¡Minchia!
(Y lee los chats de la Gallega. Para colmo de bienes. Lee y relee esas conversaciones en las que Rocío le recalca una y otra vez que debe ir al psiquiatra, la que escribe, porque tiene problemas graves, que debiera tomar medicación, porque no puede ser que por cualquier pavada se ponga así (o asá). Bebe vino. Intenta escribir. Le sale escribir. Esta calamidad. Ya un poco menos intranquila. Mezcla el relato, presente con pasado, como suele, aunque había logrado cierta coherencia, continuidad. Ahora vuelve a mezclar. Intenta que se comprenda poniendo “paréntesis” en el presente y “con’t” cuando vuelve al pasado. Desconfiada de que será comprendida, leída, socorrida. Su padre no apareció más. Tampoco se anima a llamar a alguien para contarle de su estado angustioso, no quiere molestar, no cree poder ser consolada, teme espantar a las pocas “amistades” que le quedan. El país en estado calamitoso. Una incontable cantidad de gentes con problemas de verdad, de tipo económico, gente con hambre, gente que no puede pagar sus remedios, que no llega a fin de mes, y la que escribe va a salir con sus nimios asuntos de burguesa panicosa/angustiada. No es momento).

(Con’t) No respondiò en seguida. Rocìo. El mensaje de mi Mare al parecer la habìa dejado muda, no se lo esperaba. Al menos muda por un rato. La Vieja se desentendiò ràpidamente del asunto y volviò a dar cuenta de su sànguche. Traté de olvidarme del teléfono. Comí lo que pude de mi medialuna y la bajé con mucho esfuerzo a sorbos de café con leche. Mare morfaba como vaca en la sequía. Está alimentando al bicho, pensé, por eso les da hambre a los pacientes oncológicos, el bicho se lo come todo.

A esa altura me era imposible saber si decía la verdad, la Gallega, me obsesionaba descubrir si fabulaba y terminaba creyendo su propia fábula o era que mentía a sabiendas, a propósito y calculadamente. Era una diferencia abismal. ¿O no?

Tengo miedo de que no te apetezca volver a verme, me había dicho la segunda vez que nos vimos allá en Sevilla, en medio de la Feria de Abril. Gallega Enferma. Me lo dijo como si supiera lo que provoca en los demás. Lo que iba a provocarme más temprano que tarde. Habló como si supiera que nadie nunca va a poder soportarla. Estaba guapísima en su vestido rojo, le marcaba la figura esa que tiene… una mujer maravilla parecía. O quizá lo hizo para darme lástima. Y es que entonces me dejó sin palabras, no había pasado nada como para que yo no quisiera volverla a ver, habíamos estado paseando todo el día, nos habíamos llevado de pelos. Pero quizá su maquiavélico plan de manipulación fue desde el minuto cero, desde aquella noche de casi trío en la colina de El Portil. ¿Será posible tanta inmundicia premeditada? ¿O es que, como comentó ella un par de capítulos atrás, la enfermita acá no es otra que la que escribe? Eso. Eso me angustia una eternidad, no tener la certeza de si sufre o no, no saber si es hija de puta a conciencia o se le escapa, a su pesar. Porque tener la certeza de que yo sufro gracias a su destrato no me es suficiente para salir corriendo. Cosa que debería haber hecho ese mismo día, esa tarde, a tres exactamente de la cirugía de la Vieja. (Sigue)

Continuará...




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