Plaza La Heras |
Y la verdad es que tendría que dejarlo, debiera retomar aquél intento de final ya casi olvidado, por mi salud mental, porque sé que me lee aunque diga que no y así no terminamos más. Ella me lee, Rocío, nos retroalimentamos de esta manera la neurosis atrófica que portamos, tanto víctima como victimaria. Tendría que retomar ese final que habíamos pactado con Cyrano, el Cyrano de Quintero, porque Quintero tuvo uno, El Poeta creo que había solido llamarle allá por los capítulos vaya a saber cuáles, cuando aún me encontraba en Sevilla. Cuando intentaba escapar de la Innombrable. Quintero le decía el Poeta cuando empezó a escribir para él. (Suspiro de suplicio). Nos habíamos visto en una librería, yo sabía que iba a estar ahí presentando el libro de una amiga, charlamos largo y tendido, como si nos conociéramos mucho. No me autorizó a poner su nombre. El primer y único persona/je al que supe consultarle antes de volverlo ficción. Y al que le respeté el pedido negativo. Inspirador. Sufrido. Tímido. Inseguro. Guapísimo. Alcohólico retirado. Habíamos pactado un final divino, teníamos que vivirlo, claro, vivirlo con el cuerpo y la pluma, a riesgo de que se disparara la cosa hacia otro lado, eso le escribí por face desde la pensión Vergara, que yo no escribía ficción inventada, era lo que él me proponía, y ahí se amedrentó, no volvió a responder sobre el asunto. Porque El Poeta tiene mujer. ¿Y si nos enamorábamos?
Pero no, me rehúso a dejar esta madeja sin el final, la de Rocío, la del espanto que aún me sigue atormentando en el presente; que no apareció más por acá dejando comentarios porque NO ME LEE, según ella, pero se me apareció en mi casa, me lo comentó el portero, que había venido una muchacha así y asá, la descripción era infalible, hablaba gallego. Menos mal que no estaba, menos mal, porque no tengo idea de cómo podría llegar a reaccionar. No vengas más, gallega, ya está, sanseacabó. Después de lo que me hizo aquella noche con la Vieja internada. Y de todo lo que me hizo después. Que no me lee, me aclaró hace no mucho, cuando todavía no me había vuelto a bloquear del whatsapp, por enésimaquincuagésima vez estoy bloqueada. Ay que dolor ay... Que no le interesaba leer semejantes barrabasadas "ficcionadas". Que si quiero decirle algo se lo diga personalmente y no de esta manera infantil, que me anime a expresar de una vez, ¡QUE NO TE LEERÉ, GUAPA! ¡Eres muy pendeja! Pendeja, me dijo la Gallega, que estaba aprendiendo el porteño a ritmo más que acelerado.
El estado de alteración no me abandonaba. El teléfono sobre la mesa del bar volvió a sonar, mi mamá me miraba, inquisitiva, ¿atendés o nos vamos? Y la c (sigue)
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