martes, 24 de septiembre de 2019

Capítulo 489 "La occisa"

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El mensaje de mi Mare la había paralizado. Creí yo en ese momento, porque tardaba en responder. La Vieja empezó a inquietarse en su silla, le habían dado ganas de ir al baño. Éramos poques y no va que pare la Vieja. Preguntamos al mozo pero el váter estaba en el subsuelo y ella escaleras no podía bajar, al menos esas ¡porque eran larguísimas! Como todo argentino, aunque el baño que no está en planta baja es ilegal, no dijimos ni mu, nos resignamos y empezamos a hacernos la idea de que había que ir volviendo al hospital. Pedí la cuenta al tipo mientras terminaba lo que quedaba de mi café. Ya frío. Ya horrible. Ya inmundo. Tragué saliva. La boca se me secaba en cuestión de segundos. De los nervios. Me tomé el vaso entero de agua de un solo saque. ¿Y ahora? ¿Qué mierda hacía yo con esta mina? No sabía si se había ido. Si estaba todavía sentada en la vereda de la vuelta haciendo la escena Beckettiana. Si había ido hasta el fin y se había lanzado bajo un taxi. (No tiene agallas para eso). ¡No es tu problema, Marina!, me dije, unas veinte veces. ¡Si la mina está loca y se mata allá ella! ¡Que vos ya tenés demasiado con la Vieja Infame!

Pero no podía, no puedo hacer o dejar de hacer algo si después voy a quedarme con culpa. No iba a poder dormir si no sabía que había vuelto bien a su hotel. No por moral, o no del todo. En el fondo lo que sentía era miedo a que legalmente me pudieran hacer algo, si algo le pasaba. ¿Cómo dejó tirada a la occisa a sabiendas de que estaba en estado orate brotepsicotímico? ¡CULPABLE, SEÑORA FILOC! ¡AL TALEGO! ¡No podía! No podía desentenderme del asunto y ella bien lo sabía, la Occisa, por eso jugaba (juega) conmigo de estas maneras tan jodidas. Hoy y siempre.

El teléfono sonó sobre la mesa. Era mi padre. Para sorpresa de todos preguntaba cómo iba la cosa. Respondí en modo telegrama y volví a mi estrés. Al Rocío dilema. Mi Madre jodía con que nos fuéramos, que quería ir al baño. No le di pelota. Necesitaba enfocarme en mi contradicción entre el deseo y el deber. Mi deber era, claro estaba, ir a ver qué mierda había pasado con la Gallega. El imperativo categórico. Pero el deseo (no confeso) era que desapareciera del planeta por unos días, hasta que la tormenta pasara, hasta que repusiera fuerzas, hasta que lo de mi Mare estuviera más o menos definido, espichada o no, pero definido. Pensaba en ir a buscarla y se me estrujaba todo, sentía terror, me daba un miedo espantoso ella en ese estado incontrolable.

Mi madre tomó el toro por las astas y se levantó. No respondió la chica, vamos, protestó, mientras se ponía su saquito de lana. Y no. No había respondido. Rocío. Era más que raro. ¿Le habría pasado algo en serio esta vez? Porque cuando agarraba protagonismo no la dejaba pasar, más bien aprovechaba, no se quedaba muda, exprimía  y exprimía la atención que había logrado hasta vernos a todos exhalar nuestro penúltimo aliento. Como hace el sistema, según Foucault, nos despanzurra pero nos deja vivos porque de nosotros vive. (Pausa) Aunque también podía estar chateando al mismo tiempo con cuarenta otras mujeres. por eso se demoraba en responder. Más adelante descubriría que uno de sus métodos era mandar el mismo mensaje a varias féminas a ver quién contestaba, a ver quién caía de nuevo en su trampilla, a ver a quien podía joderle la vida, consumirle la salud, la energía, la belleza, la felicidad, ya que ella carece de esos ingredientes. Empecé a inquietarme por si le había pasado algo. Y otra vez se salía con la suya. De nuevo la muy hija de yuta era dueña de mis pensamientos (sigue).

Continuará...




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