martes, 1 de octubre de 2019

Capítulo 490 "Así de miserable"

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Su escote fanfarrón
Uno de sus clásicos era mandar foto del nuevo sobrino, la hermana DJ acababa de parir allá en Madrid y un bebé es para la mayoría algo hermoso y adorable. ¿Quién podría no responder a una foto tan tierna como la del rubiecito? Y con esto que pasa con los recuerdos, que una al poco tiempo se acuerda sólo de lo bueno, de lo fogoso, de los encuentros maratónicos en la cama, de las sonrisas, de la vez que compartimos mate con empanada adentro del auto en aquella laguna de no sé dónde. De cuando se manejó los novecientos kilómetros hasta Álava para verme… Quizá yo había malinterpretado sus insultos, quizá había exagerado la noche del fin de semana fatal con la Vieja internada. Eso hacíamos todas, respondíamos, caíamos de nuevo en la trampilla, por eso solían escucharse en sus mensajes de voz tres o cuatros timbres de fondo, señal de que estaba chateando al unísono con una orquesta de víctimas. Así vivía, en eterna búsqueda de alguna pileta que de tan miserable todavía tuviera agua para su maltrato hedonista, su inmundicia, su manipulación sinfín.

Existe la gente así de miserable, la que necesita del maltratador para seguir viviendo. Es esa que carece de autoestima, que no brilla, la que no tiene nunca nada que objetar porque no tiene objeto. Y sucede con esto como con el amor, uno no elige de quien enamorarse, y uno no elige seguir con el maltratador. Yo creía que sí, que esas personas que se quedan con su verdugo elegían hacerlo, pero no, no es cuestión de voluntad, en esos asuntos se juegan otras cartas, las del inconsciente. Y las de la energía. Yo no elegí salirme, no pude, creo que lo hizo mi cuerpo desgarbado, ya agotado, ya estropeado, ya cuasi aniquilado por la droga maligna. Me salí porque no pude hacer otra cosa. La falta de energía me dejó out del asunto, si no seguiría dejándome torturar por la Morocha de Ibiza. Morocha Fatale. Aunque mi psicóloga dice que no, que yo puse fin al maltrato porque me estoy sanando. Vaya a saber...

Tuve mil veces el impulso de llamar al Loco y preguntarle si Él sabía, si había sido maltratado por la Loca esta también. Necesitaba que alguien me hiciera la segunda, que me dijera: ¡Sí! ¡Claro! ¡A mi me ocurrió lo mismo! ¡La mala es ella no tú, niña! ¡Sal ya mismo de allí! ¡Vete del nido del Cuco! Pero me aguanté. Quizá ya ni se acordaba de mi el Quinteriano y yo llamando como si lo hubiera visto antes de ayer. (Pausa). Ahora Ella se fue pero los pánicos siguen. El miedo a salir a la calle y que esté esperando. El terror a que suene el teléfono y sea Ella pidiendo perdón, o echando culpas, o insistiendo con volver a vernos para charlar, que no terminemos así, me dijo la última vez que hablamos. Bueno, casi la última. Que nos viéramos. Que con todo lo lindo que habíamos vivido juntas nos merecíamos un final distinto. Esa vez volví a caer. La fui a buscar al negocio de estética en la moto pero me desvío del hilo si voy a ello así que vuelvo a lo otro, a la Vieja volviendo rápido al hospital porque se hacía encima:

Pagué al mozo con plata porque no el andaba el coso de la tarjeta de débito. Por suerte tenía algo de plata encima. Mi mamá apuró el trámite, al parecer se estaba haciendo encima de verdad. Era sábado por la tarde. Abril. Otoño. No hacía nada de frío. Iba a dejarla en su habitación acostada y a salir corriendo a ver si Rocío seguía sentada en donde la había dejado. Su discurso psicopático volvía a tener efecto. Así era. Por momentos estaba segura de que nada de lo que decía de mi era cierto sino una manera de manipularme. Y por otros era la dueña de la ((sigue)



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