Llegué a la puerta del lugar casi ocho en punto. Toqué el timbre. Adentro no había luz, me pareció raro, y en la calle había lugar para estacionar, eso también era raro, en general había que dejar el auto en el estacionamiento. La otra era la que había descubierto, dejarlo en la plaza de la glorieta y después caminar dos cuadras. Toqué de nuevo. Tampoco había nadie en la puerta, a esa hora en general recién estaban ingresando. Esperé unos minuto y volví a tocar. Nada. La llovizna insistía y no había un solo techito en donde repararse. Suspiré con amargura. ¿Y ahora? Una vez que me decidía a no encerrarme entre mis cuatro paredes... ¿De nuevo el universo contra mi? ¡No le bastó con hacer arrancar el auto sin problemas que ahora esto! Miré para todos lados, no había un alma a quien preguntar algo, con semejante clima era la única merodeando por el lugar, bastante oscuro, por cierto. No quería volver a mi casa porque iba a empezar a pensarla, a extrañarla, iba a pasarme hasta que me viniera el sueño mirando a ver si por fin me había desbloqueado del whatsapp. Si no veía su foto seguía bloqueada. Ese día había mirado unas doscientas veces, alguna menos, alguna más. Aunque había descubierto que también cuando cambiaba la foto, cosa que hacía dos por tres, demoraba ésta en aparecer.
El quid de la cosa se sabe cuando mandás el mensaje y se tilda con las dos rayas, eso significa que no estás bloqueado. Y el bloqueo o el no bloqueo dependía del humor con que se hubiera levantado. Qué calvario. No iba a volver a encender el móvil porque me iba a tentar e iba a escribirle sólo para ver si seguía yo en la lista negra. NO. ¡Espero seguir en la lista negra! ¡Eso espero! ¡Claro que sí! Porque lo que me había hecho la noche fatal, que en verdad había sido fin de semana completo fatal, dos días antes de la cirugía de la vieja, ¡no tenía nombre! Cada día que pasaba la cosa se me iba aclarando un poco más, y había sido tremebundo.
Yo yendo y viniendo al hospital, llevando y trayendo bombachas, polleras, zapatos, pantuflas, porque la vieja las pillaba y entonces tenía que lavarlo lo más rápido que me fuera posible para que no se quedara en pelotas. Me llevaba las sucias y le llevaba las limpias. Dios mío. Y así y todo estaba insoportable mi Mare, que se aburría, que estaba sola y no sabía qué hacer, que a la noche casi se había caído, me contaba, para dejarme la mar de preocupada, para que no me fuera. ¡Tengo que trabajar!, le explicaba pero a ella le importaba un carajo. ¡Me crispaba los nervios! Y encima la desalmada, la descarada, la desproporcionada de Rocío agregando nervios y estrés en la coctelera. Después de haberme podrido los nervios con ya no recuerdo qué pretendía que la recibiera con los brazos impolutos, con una ampulosidad que no se merecía. Ah, después de lo del plantón y lo del anestesiólogo pretendía que yo la recibiera con los brazos abiertos. Pues no lo hice. El moño se me había chingado a mi. ¡Badly!
Era sábado. La Vieja hacía un día que estaba internada y la operaban recién el martes. Llegó al hospital en taxi, como el día anterior a la cita del anestesiólogo. Bajé los cuatro pisos a recibirla y casi ni la saludé, acelerada como estaba, porque yo también acababa de llegar y la habitación de mi mamá era un desastre. Le pedí que me siguiera y ella respondió que primero tenía que comprar cigarrillos. ¿Ahora? ¿No puede ser en un rato? Listo. Bastó eso para que otra vez se pusiera sensible. No me dejó completar la frase: mi mamá quedó sola arriba... Dio media vuelta y se fue. La seguí a como dos metros de distancia con el desconcierto abrumado. Dios mío, pensé, no puedo con las dos a la vez, que no puedo. (Pausa de largo aliento) Ese fin de semana aprendí que a una mujer como ella hacerle eso, no recibirla con la alharaca que cree merecer… es un camino de ida; hacia el infierno. (Sigue)
Continuará...
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