¡Cada media hora!, casi me reía mientras iba llegando a casa con el auto, eran alrededor de las nueve, la llovizna había mutado a lluvia y el vidrio se empañaba de nuevo. ¿Qué iba a hacer ahora los sábados a la noche sin mi café filosófico? No lo sabía. Pasé por la puerta de mi edificio y seguí de largo. El temor a lo que podía llegar a hacerme a mi misma sola, encerrada y con lluvia fue más fuerte. No hablo de suicidarme ni nada de eso, para tanto no, pero iba a empezar a torturarme como había hecho durante toda la enfermedad de mi Mare mirando en internet las informaciones más nefastas sobre los pacientes de tercera edad con cáncer de endometrio. Luego no dormía, claro, y nunca pude dilucidar por qué me hacía eso, nunca. Iba a mirarle el facebook a ella con la cuenta de mi trabajo, porque el mío oficial me lo había bloqueado. Iba a tratar de encontrar alguna evidencia que confirmara que estaba con otras, era casi cantado pero me gustaba meterme el dedo en la llaguita y escarbar y escarbar y escarbar. Luego iba a mirarles el facebook a sus supuestas otras novias, los comentarios que le dejaban en las pocas fotos públicas que tenía, piropos o cosas así, lo dejaba a la vista para que yo pudiera ver que Fulana la valoraba, que Mengano la pretendía, mientras que yo, desalmada de porquería, no la llamaba cada media hora para ver cómo se encontraba. ¿Se puede ser más hija de pe?
Crucé la avenida de doble mano y dejé el auto en donde pude, como suelo, cerca del puestito de la policía. Atravesé la avenida apurada, tenía veinte minutos y antes necesitaba ir al baño. Pero ese día mi destino ineludible al parecer era ir a torturarme a casa porque una tras otra mis intentonas de huir de mi misma estaban siendo dinamitadas por la puta madre que me remil parió. Había errado hacía un instante al creer que la suerte había cambiado porque pude sacar la entrada por internet con tan poca anticipación. Hice la psicología inversa: pedí que no hubiera ninguna entonces conseguí. JA, me dije. Pero faltando unos doscientos metros para llegar a la puerta pude ver que el tumulto, cada vez más tupido, cada vez más apretado. Gente y más gente agolpada a la puerta del shopping. Unos hablaban por teléfono móvil; otros se sacaban fotos; algunos comentaban risueños parados en donde quedara un espacio. Unos cuantos caminaban en dirección contraria a mi, se iban, pero eso no era nada raro, sí lo era el rejunte de gente y más gente prácticamente bloqueando la colectora de General Paz.
Caminé, a lo último ya abriéndome paso con trabajo, hasta la patrulla que cortaba totalmente la avenida. Había incluso un camión de bomberos. Ni atiné a decirme: ¿y ahora qué? Ya lo tenía clarísimo, mi deber era ir a casa a enfrentar la angustia, el vacío; sopesar, dentro de lo que pudiera, racionalmente el asunto con ella que tan a maltraer me tenía. Suele pasarme, no poder escaparme de mi. Tampoco me pregunté: ¡Oh! ¿Qué será lo que acá sucede? Porque en Argentina sobran pelotudos que hacen pelotudeces para joder la paciencia, para generar caos, confusión, como si no hubiese ya de sobra. El oficial me lo confirmó, estaban evacuando el shopping por amenaza de bomba, y ante mi propuesta de que me dejaran pasar igual porque quería ver la película y la amenaza al final siempre era falsa el hombre sonrió, porque yo tenía razón, pero el protocolo era el protocolo. Di media vuelta y empecé a caminar, echando mierda a los protocolos, por donde había venido. Le mandé otro whatsapp a él, que no había respondido nada, lo enteré de que no habíamos podido entrar a ver su película por el bomba despelote. ¡Entonces respondió! (Sigue)
Continuará...
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