domingo, 24 de septiembre de 2023

Capítulo 558 "No lo sabía" (Tercera)

CAPÏTULO ANTERIOR 

No lo sabía, no. Si ese médico especialista apareció en su vida porque, como con Campanella, decidió poner su imagen en el blog a ver qué sucedía y ocurrió el hechizo: al tipo se le dio por incorporarse a la historia (siempre tentando a los sucederes, a ver qué se les ocurría a ellos). No sabía si esa era la causa de la aparición del médico particular o bien había aparecido por una necesidad inconsciente y verdadera de ser rescatada del sistema idiota. Ella y su madre. Ambas capturadas, como el resto del planeta, por esta lunática cuestión de la pandemia, que no lo era, ella ya lo sabía hacía meses, desde el comienzo, pero no tenía pruebas ni podía decir porqué. Intuición, claro, eso que a la gente se le suele escapar, sobre todo a la científica. Pero este médico era diferente, aunque no médico sino biólogo, o infectólogo, o epidemiólogo, o algo por el estilo. Lo había estado observando en el pasillo mientras charlaba con otros profesionales de la salud. Él si parecía ver el todo e intentaba explicar al resto, que un poco a eso se dedicaba (supo después), a explicar al resto en base a su conocimiento y experiencia de años y años de hospital y qué sé yo cuántas otras cuestiones. 

Así estaban las dos. Eran ya pasadas las seis de la tarde. Capturadas en el Tornú desde temprano por la mañana a causa de los desmayos de la vieja. No salía con su madre desde hacía seis meses. Recordó que a veces se quejaba de tener que ir todos los sábados y algún día en la semana a visitarla al hogar, ahora no dejaba de caerse alguna lágrima cuando recordaba sus salidas al barcito de la vuelta. Igual se sintió bendecida porque la permitieron acompañarla en la ambulancia y estar con ella asistiéndola. Si no, posiblemente su madre ya sería vieja muerta, como muchos otros abuelos que habían sido trasladados a hospitales y clínicas por una prueba positivo en la más absoluta soledad, sin nadie que los contuviera, que no les permitiera levantarse de la cama y caerse, que les alcanzara el agua o la comida o la correcta medicación. Esos abuelitos habían fallecido de la peor de las maneras. Conocía de primera mano a una mujer a la que le mataron a la madre porque equivocaron las historias clínicas. Y a otra a la que le trasladaron a la madre por una deshidratación, no la dejaron acompañarla. La tuvieron atada en terapia, tenía demencia, atada a una camilla hasta que se pescó una neumonía ahí mismo y falleció a la semana. No pudo ni despedirla. Pero todos morían por CoVid...

Muerta de hambre seguía esperando al médico que tenía que darles los resultados de los análisis, impaciente, ansiosa, exhausta, sentada junto a su madre que seguía dormitando sobre la camilla. Respiraba, sí, a cada rato chequeaba eso, tanto miedo tenía de que le pasara algo a la vieja. Le controlaba el suerito, que no estuviera tirante el cablecito por el que pasaba la solución fisiológica. Por un lado el karma, el peso muerto de la historia, de su historia. Tener que hacerse cargo ahora ella de todo lo que le pasaba a la vieja, de sus pagos y cobros y remedios y locuras. Pero por otro lado lo otro. Lo indefinible que une a una hija con su madre, con la cual se lleva como el culo pero la une al fin. Amor contradictorio e insondable, angustioso. Adictivo. Bastaba le sonara el teléfono, mensaje del hogar, para que su corazón saltara. Y ni hablar si le pedían un paracetamol o un enema. ¡Corriendo salía a comprarlo a ver si todavía se le moría con el estómago colapsado o algo! No tenía paz. Desde hacía tres años no la tenía y ahora con este nuevo despelote... En realidad no la había tenido nunca. Ni en el jardín. Entonces temía que a sus padres inexpertos les pasara algo y quedara ella desamparada para toda la vida, teniendo que vivir con tíos déspotas o extraños abuelos no tan sensibles como sus dos botarates progenitores. Y en la primaria lo mismo. Dependiente de una sola amiguita, cuando la cambiaron a la escuela de monjas a la otra, se quedó más sola que un hongo. Y los otros alumnos que la trataban como tonta porque no hablaba mucho... Y la secundaria peor.

Se escucharon voces a lo lejos. Se iban acercando poco a poco por el pasillo iluminado de blanco parpadeante. Su madre despegó un ojo y volvió a cerrarlo. Claramente estaba a donde más le gustaba estar, en Oniria, soñando. Lejos de toda esta chifladura, dolores del cuerpo y del alma. Si se pudiera vivir durmiendo otra sería la historia. Se asomó por la puerta del gabinete y ahí estaban las estrellas del show. El médico a cargo, o eso esperaba, que tenía rasgos orientales bajo su barbijo, junto con otra médica y una enfermera que en el camino desvió y desapareció por un pasillo. Del otro médico, del médico biólogo sensible no quedaban ni rastros. Se angustió. ¿Y ahora cómo hacía para dar con él? Pensó en ir a correr a los doctores del pasillo pero no se movió. Ni fuerzas tenía ya para ir a acosarlos y que se les escaparan con excusas ininteligibles. Se detuvieron en medio del pasillo, frente al mostrador del pelotudo que le recibía los análisis. Hablaron un poco más entre ellos y caminaron hacia su gabinete, directo a donde estaba ella, que no lo podía creer. ¿Era posible que vinieran a atenderla sin que tuviera que llorar o gritar o golpear las paredes con una silla? Si. Se acercaron y empezaron a explicarle la situación que les esperaba. Mientras los escuchaba recordó esa frase tortuosa: antes de todo esto éramos felices pero no lo sabíamos. Y aquella otra: siempre, y no le quepa la menor duda, siempre se puede estar peor. 

Continuará...

CAPÍTULO SIGUIENTE



1 comentario: