Con el sabor a sánguche de salame en la boca pensé en la incertidumbre. En cuán poca tolerancia tenemos para soportarla. Necesitamos saber qué sucederá YA MISMO aunque el sucederá sea el año que viene, o en una década, o ya de viejos. O nunca. Eso. En general el sucederá nunca acontece sino las consecuencias del miedo a ello, a que suceda. Acabamos muriendo de consecuencia, no de sucederá. Porca miseria. Es el factor que ha hecho estragos en este año de pandemia, aunque sea imposible de probar, o muy difícil, es el factor que ha hecho la pandemia. Pude verlo de primera mano en el hogar, las asistentes enloqueciendo de miedo, cometiendo errores por el agotamiento, las abuelas no entendiendo qué pasaba, porqué no podían ver más a sus seres queridos, porqué las encerraban en piecitas solas o, a veces, acompañadas. Porqué no tenían más talleres y todos andaban vestidos de astronauta. ¿Aún le quedan dudas de que los miles de ancianos han muerto de protocolo y no de coronavirus? ¡Protocolo, señora! De las normas que obligaron a todos a vivir de una manera inhumana por un virus que ni para los viejo fue amenaza (pude verlo con mis ojos propios, apenas alguna línea de fiebre, algo de tos, Y SIN VACUNA).
Pude verlo también cuando la tele anunciaba el desabastecimiento. La gente yendo desesperada a desabastecer al que venía detrás, porque llevaban en lugar de una polenta diez, en lugar de dos fideos cuarenta. Ellos hacían realidad los deseos de la tele, que vive de cultivar el miedo. El círculo vicioso que pocos ven. Pude verlo en las guardias colapsadas, personas aterradas de tener el virus mortal porque les dolía la panza, o le faltaba el aire, o la cabeza se les partía, síntomas todos de stress, porque no sabían qué iba a pasar, si se iban a morir, de qué iban a vivir, cómo iban a pagar sus cuentas, cómo iban a mantener la empresa y a sus empleados si no los dejaban trabajar. Las guardias colapsadas después de que la tele se encargara de decir que no iba a haber camas para todos. La gente sin aire después de que la tele vaticinara que no iba a haber oxígeno para todos. Círculos viciosos que pocos ven. El stress, cuando los cambios externos son tan violentos como los que vivimos durante el 2020, cuando se extienden a tan largo plazo, mata. El stress aniquila las defensas. Hay libros y más libros sobre ese tema.La vieja terminó la comida y cerró los ojos. No me sentía bien, de nuevo, por lo que fui a tirarme al gabinete lindero cuya cama estaba vacía. Por momentos sentía el pánico invadiéndome, el enfermo deseo de desaparecer del lugar sin decir más, que les garuara finito. Si me desmayo qué hacen estos idiotas, pensé. O si me descompongo acá mismo, si me caigo redonda y me tienen que asistir a mí, ¿quién vigila que ella no se quite el suero, que no se caiga de la cama, que no intente bajarse para ir al baño y termine en el piso? Claro. Por eso enfermamos. La enfermedad es lo único que podía justificar que yo no asistiera a mi madre. La enfermedad, la insania mental, las adicciones. Cóctel de justificaciones, antídotos inconscientes varios contra la responsabilidad, que nuestra cultura cultiva apañando al que enferma, y cada vez peor.
Continuará...
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