CAPÍTULO ANTERIOR
Hay que moverse del eje para producir conocimiento, al conocimiento hay que provocarlo, pensé, en otro intento de contener la angustia. Quienes dedican la vida a aprender y luego lo comparten, esos son los que menos peor se la pasan, ese es el camino, la verdad y la vida, no dijo Cristo porque no le convenía, que la gente piense, que conozca, se quedaba sin fieles el hombre, que era bueno pero no buenudo. Porque quienes conocen saben y si saben el ego huye y si el ego huye no hay resentimiento y si no hay resentimiento llega la paz (todos de pie). Y si esta receta fuera aplicable a la vida me llenaría yo de plata y de fama pero como no lo es me salvo de ambos condimentos perniciosos. En realidad el perniciosos es uno, ni me lo diga, como con la droga o las pestes, la enfermedad no existe, existen los enfemos, ¿no? ¿O no?
Mi madre nunca tuvo paz, cuando se viene de fábrica con problemas de estima no hay con qué, ella es el ejemplo viviente, no hubo psiquiatra en esta tierra que dé en el clavo, ni terapia, ni psicoanálisis; ni amor ni odio; ni hijo ni esposo, nada supo resolverle el asunto. La tortura de necesitar demostraciones de estima a tiempo completo, un calvario, porque si no te demuestran es que no te están apreciando y entonces arde Troya, se desmayaba en cualquier parte, un pseudodesmayo, no sabemos si consciente o no, pero quedaba espatarrada en el piso y todo el mundo mirando, en el acto del colegio, en la casa de mi abuela; o decía barbaridades de pronto, barbaridades jodidas en medio de la reunión si no era ella a la que ponían atención. O quizá se aburría, no era necesidad de estimación sino que le parecía idiota lo que conversaban, vaya una a saber. Es un calvario aunque se sobrevive, es también ella el ejemplo viviente de eso.
Rápidamente llegamos al hospital Tornú, el tipo casi se equivoca y entra a Lanari que está pegado, la médica se dio cuenta y le indicó bien. La ambulancia se bamboleó en la rampa y mi mamá abrió los ojos, le costaba despegarlos, acá la palma, pensé, se la veía muy débil, pálida, casi no podía abrir los ojos, sin sus dientes. Se había desmayado por la noche y esa misma mañana, como un desmayo cortito, pérdida de conocimiento, me había explicado Sabina cuando me llamó por teléfono. ¿Podía alguien morirse de desmayito? La ambulancia estacionó frente a la guardia y la médica se bajó con una planilla en la mano. Llegamos, ma. Abrió más los ojos y estiró un poco, lo que pudo, el cogote. Le habían puesto un cuello ortopédico, no sé para qué carajo porque no se había golpeado ni nada, pura parafernalia, como todas las medidas sanitarias últimamente hablando. La asistente había llegado a atajarla en el aire, como el chiquito Romero en los penales contra Holanda.
Abrieron las puertas, me puse de pie de un salto, amagué a ayudar pero el camillero, canchero por naturaleza, en un canto de gallo la tenía abajo con camilla y todo. Enfilaron por la rampa hacia la guardia. El piso del hospital es un espanto así que el cuerpo se le desparramaba para un lado y para el otro. Ella, inmutable. Yo los seguí a pocos pasos, con la garganta hecha un nudo. Desde aquél cáncer del 18 que no volvíamos, acá la traje un domingo cuando comenzó con las pérdidas. No, por un desmayito la gente no se muere pero el desmayito puede ser producto de algo peor, mucho peor. Un ACV, por ejemplo, y ahí si que hay gente que no cuenta el cuento. Abrieron la puerta de la guardia y entramos. Todos embarbijados. No quise ni pensar en cómo íbamos a hacer para volver a la residencia, ¿sería que me dejaban volver con ella o habría que dejarla internada hasta que le hicieran el famoso hisopado? ¿O tendría que llevármela a casa? En ese caso tenía que pedir una cama de prestado, ¿y a quién? Hay que moverse del eje para producir conocimiento, al conocimiento hay que provocarlo... (
(Sigue)Continuará...
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