Alguna vez pensé que ése podía ser su problema, ella es lúcida, demasiado, tanto que se aburre rápidamente, sobre todo de la gente que sabe ser vulgar, hablar fruslerías a tiempo completo y a los gritos, tras cartón. Se aburre y se ofusca, la vulgaridad la ofusca, ver que el otro no sabe hacer eso que ella haría de taquito; observar que eso que para ella es tan evidente el otro no es capaz de verlo, de comprenderlo, ni de verse no comprendiendo. Burros que se creen sabios, espetó una vez mientras escuchaba la conversación de la mesa de al lado, en el cafecito a dónde solíamos ir antes de que nos encerrasen al ñudo, no recuerdo de qué hablaba el señor, con su medialuna en la mano, sí recuerdo el énfasis con el que decía las boludeces el burro/genio, se encargaba de enterar al bar entero de las vulgaridades que tenía para conversar y frente a su excesiva (y corrosiva) autoperfección, la de mi madre, nada tiene que hacer la pobre, la vulgaridad, salvo sentir vergüenza si es que para algo la cabeza le da, claro.
Tomé coraje y enfilé para la ambulancia. Subí. La miré. Ahí estaba con sus ojos cerrados. Me invadió la angustia. No quería llorar pero no pude evitarlo. No a los gritos, no, lloré en silencio de lágrimas, mirando para la ventanilla por si se le ocurría abrir los ojos, que no me viera. Imagino que lo que más debe dificultar la partida de este mundo son los hijos, dejarlos solos, indefensos, verlos sufrir porque nos vamos para toda la vida, una despedida para siempre, aunque queramos creer que no es así, que nos volveremos a ver en el más allá, consuelo de los más débiles, de los que no pueden soportar la idea de la finitud, de la nada venimos, somos nada, y a eso regresamos. La ambulancia arrancó, por suerte sin sirena porque al parecer no era tan urgente. Supe contener mi angustia forzándome a pensar cosas arbitrarias, ayuda si uno logra enfocarse, cualquier cosa, la pata muslo, los antibióticos de más que les encajan a los bichos que luego nos comemos y así es como las bacterias se vuelven multirresistentes. Pude dejar de llorar gracias a ellas, las bacterias. Mi mamá habló, que tenía miedo, dijo, entonces me tocoó tranquilizarla, que no era nada, que iban a hacerle unos estudios y volvíamos. Eso había dicho la doctora, había que hacerle varias cosas y para hacer más rápido la llevaban y le hacía ahí. Tomé su mano y me la apretó fuerte.
mientras leo te estoy viendo, a ti y a tu mare, me emociona mucho tu relato
ResponderBorrarNos van a matar de protocolo... Te abrazo.
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