domingo, 10 de enero de 2021

Capítulo 544 "Lo que fuera"

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Sí, confirme con un gesto, soy la hija. En ese momento abrieron las puertas de lo que alguna vez fue el garaje de la casa, que ahora es la residencia, y la pude ver en la camilla, hecha un estropajo pálido, sin sus dientes, con el vestido rosa y blanco, tan lindo que le quedaba cuando estaba mejor, y un saquito de lana que había ligado en la residencia que se rige por el sistema comunista, para todos todo, salvo lo que no, claro. Vaya a saber de quién había sido anteriormente. Era un saquito de lana bordó y blanco, liviano pero abrigaba, justo para la ocasión. ¿Habría sido de alguna que ya no está? Me imaginé ese momento. Cuando la que ya no estuviera fuese ella, su ropa en una bolsa. Quizá nunca la fuera a buscar. La llamada fatal. ¿Sería que se lo decían a una por teléfono o me dirían que ella no se encontraba bien, si podía ir, y entonces ya llegada al hogar me darían la trágica noticia? En el caso de que espichara en la residencia, claro, que es lo que espero porque en el hospital inhóspito de afectos, sola como una ostra, repleto de icebergs con delantales blancos que alegan que son rancios porque se protegen, porque no deben involucrarse ya que no aguantarían esa vida, esa carrera cruenta que eligieron de curar gente y volverse icebergs para luego tratarla como el culo (a la gente). 

Posiblemente no voy a matarla el día que muera pero al llegar al hogar veré las caras fúnebres y lo sabré, en un segundo: mi mare es pasado ahora mismo. Al segundo siguiente trataré de recordar la última vez que la vi, la última vez que le hablé. No sería sorpresa porque siempre la mato antes de tiempo. O sí será porque hasta ahora nunca acerté, nunca se ha muerto todavía. La maté en 2015 cuando tomó mal la medicación y parecía una zombi. Lo hice en 2016 cuando se cayó en la calle y se quebró la mandíbula. En 2018 cuando le diagnosticaron el cáncer. En 2020 cuando se agarró la covid y la tuvieron aislada tres semanas porque el ministerio y Pami no se decidían sobre quién tenía que darle el alta. Ahí pensé: pero ahora sí que no sale, no la mató el virus, la va a matar el protocolo. Y tampoco se murió mi mare de eso, todavía. Posiblemente no podré reaccionar cuando me lo digan lo que dará lugar a que piensen que no me conmueve. Por suerte estarán las chicas, las asistentes que son mi familia para ayudarme con las burocracias de la muerte. Hasta del fin de nuestros días hemos hecho un engorro macabro. 

La bajaron por la rampa, bastante empinada por cierto, y para mi sorpresa no me invadió la angustia sino la sensación de que estaba llegando al límite de mis fuerzas, de mi cordura, de mi resistencia, porque soy producto de estos tiempos fáciles que hacen a los hombres débiles. Podía si no llevarme una reposera, como hice cuando cuidé a mi tía Olga en el Ramos Mejía, ponerla al lado de su cama. No iba a poder dormir pero era mejor que esas banquetas horribles e incómodas que hay en los hospitales públicos. Hasta que consiguiera a alguien que se quedara al menos de noche. ¡Todavía no la subieron a la ambulancia y ya la estás internando, querida! ¡BASTA! Subí las escaleritas mientras ella era metida en la ambulancia. Me acerqué a la puerta y ahí estaba la chica nueva, Sabina, la contrataron para que la encargada, Marianela, no muera de agotamiento y de estrés post y pre traumático, que los funcionarios del Ministerio de Salud y los animales de Pami se dedican a día completo a estresar personas. Me informó que la doctora ya tenía todos los datos y que le fuera avisando sobre las novedades. Sabina no tiene cuore para trabajar en una residencia pero con la pandemia su trabajo gastronómico finiquitó y se vio obligada a buscar de “lo que fuera”. (Sigue)

Continuará...


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