Y mientras me dirigía hacia el laboratorio nuevamente, ahora con el tarrito de la orina, suplicándole al destino que tratara de no empeorar las cosas, que no estuviera escrito que a la vieja se le diera por quitar la baranda y caer al suelo para así quebrarse la cadera o desencarjarse la mandíbula, mientras esquivaba gatos de hospital, algunos muy magullados, otros menos, sentí el terror que hacía tiempo no sentía, ese vértigo de quedarme sin relato, sin algo que decir, en el vacío, catatónica de pluma, como la primera vez que me llegué a la colina de Sevilla y tras ver a Quintero y a Gala... el desahucio, la sensación de la nada por culpa de la meta cumplida… Recuerdo haberle comentado al loco en nuestro primer encuentro, frente a frente, se suponía vos eras una meta imposible, que me tendría escribiendo para siempre. Pero no, al parecer y para jodernos bien la vida si uno se propone algo, en general, lo consigue.
¿Y ahora qué?, recuerdo que pensé con la maleta en la mano, llegando a la puerta de mi magro hostal. ¿Y ahora qué? El climax acababa de suceder. El aquelarre de absortitud por haber logrado ver a los dos musos, juntos, aquél día que la tele dijo se alineaban los planetas. Descubrir que se llevan medio como el culo, que Quintero no soporta a Antonio porque se pone a hablar y no para más y a ver que le quite el protagonismo el poeta de Brazatortas. Quizá a alguien más le hubiera decepcionado pero a mi me encantó. Se aman, se pelean, se vuelven a amar. Será la última vez que se hayan visto en vida. Antonio ya no sale de la fundación desde antes del lío este y Jesús está parecido, en su rinconcito de Huelva. Como si se hubieran juntado para mi, me dice el ego al oído.
Por lo pronto sin relato no iba a quedarme gracias a la ineptitud del sistema sanitario argentino, que son los argentino, valga la redundancia. De vuelta esperando en el laboratorio. Dejé el tarrito lleno de líquido amarillo a la chica astronauta, me atendió nuevamente por la ventanita de la puerta. Me quedé parada un momento mirando los enormes jardines, la poca gente que iba y venía en el supuesto “hospital colapsado”, decía la tele. ¡Colapsada están las terapias, negacionista!, chillaría algún hinchapelotas de los que cree a rajatabla lo que le dice la boba caja. Y la verdad es que no podría responderle porque la terapia de este lugar no tenía idea de en donde quedaba y para ponerme a investigar necesitaba antes comer algo. Tenía hambre. Caminé por el senderito que me devolvía a la guardia y a lo lejos vi el bolichito en donde los médicos iban a almorzar, en donde alguna que otra vez habíamos comido con ella tras una caída en la calle, tras una bajada de presión, ya no recuerdo. Se me ocurrió llegarme hasta ahí, comprarle algo para que picara y un sanguchito para mi; teníamos al menos una hora más por delante hasta que estuviera el resultado del análisis y de paso paraba la oreja, a ver si escuchaba algo interesante de boca de algún doctor sobre las bambalinas de la pandemia en el Tornú. CAPITULO SIGUIENTE
Continuará...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario