martes, 26 de mayo de 2015

CAPÍTULO 56 "Preguntas de retrete"

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A partir de ahí mi vida fue una vorágine, una locura; enredadera de sensaciones, todas extremas. Lindas. Feas. Ninguna era neutra o tibia, que le dicen. Y aunque hay quienes critican poner tantos adjetivos a los asuntos, todos cabían. En esa primera reunión me dieron unos treinta capítulos más para leer, los que antecedían al que iba a tener que "reescribir", para que me pusiera al día, como había expresado Campanella hacía un rato desde la cabeza de la mesa ovalada. Pregunté humildemente a Carla si, ya que todavía no iba a escribir, podía llevarme el material a casa. Ella esperó a que las charlas amainaran y cuando el jefe de la boina se estaba retirando le consultó. Él me miró y respondió que sí, que podían ponerle marca de agua, imagino por miedo al plagio, supongo, no lo sé, y luego me mandaban todo por mail. 

Y yo sentí una alegría bárbara porque ya había sido demasiada emoción para un solo día. Dos horas y media había estado en el lugar y ya no podía articular pensamientos. Los escuchaba hablando de puntos de giro, de coletazos, de la línea tal y del punteo cual y no entendía nada. ¡NADA! Sentí ganas de llorar mezcladas con un orgullo raro. Estaba entre todos ellos, como si estuviera a la altura. ¿Quién te ha visto y quién te ve? Antes de irme me retiré al baño. Se corría la bola de que Juan tenía el Oscar ahí pero no, no estaba, al menos no en ese. 

Sola y sentada en el retrete me vinieron algunas preguntas. ¿Era esto vivir "al palo"? ¿Esto era ir por lo que se quiere y conseguirlo? ¿Esto era vivir? Estaba la mayor parte del tiempo con dolor de panza, con miedo, pero no tenía cordura ni para reflexionar. ¿Estaba haciendo lo que quería o no? ¿Había "llegado", como me decían, nuevamente, conocidos que se enteraban de que había quedado al fin en el puto equipo de guión? ¡Finalmente se te reconoce!, exclamaban. ¿Se me reconocía qué? Todavía no había escrito ni un sólo capítulo que saliera al aire. Quizá, y temía que así fuera, no pudiera llegar a escribir ni medio. A como venía mi cabeza estaba cada vez más mareada y es que, ya lo dije, me sumé yo en un momento complicado, a pocos días de estrenar, esto era de salir al aire por primera vez. Y para colmo de bienes a Yankelevich al parecer no le habían gustado del todo unos cuantos capítulos (como veinte) y estaban tratando de decidir qué era lo que no funcionaba, intentando reformar un poco la historia. Etc. 

¿Y entonces? Con todo este lío nadie parecía estar problematizado. ¿Cómo era posible? ¿La procesión les iba por dentro? ¿Ya estaban quemados y no se daban cuenta? ¿Sabían que la tele era así y al final las cosas se resolvían? Nadie me decía mucho sobre nada así que volví del baño, esperé un ratito más y fui hasta donde estaba la chica de los mails trabajando, en una oficinita a poco de ahí. Le avisé tímidamente que me iba, sin levantar la perdiz, y me fui para casa completamente estresada, porque tanta emoción no me permitía saber si lo estaba disfrutando, si ellos me caían bien, ellos que, por cierto, no me habían explicado nada salvo que tenía que leer todo en tres días. ¿Y después qué? ¿Escribía lo que se me ocurría por mi cuenta? ¿Cualquier cosa? ¿En mi casa o ahí? ¿Sacarían lo de la historia de amor? Creí entender en algún momento que eso era lo que le sobraba a Yanke, creo que a Yanke. Llegué a casa, dejé la computadora en la mesa y 

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