viernes, 27 de octubre de 2017

Capítulo 134 "Correspondencia"

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Me senté frente a La Giralda entre desconcertada y emputecida, pelé mi banana made in Canarias y le di un mordisco catártico. Y bueno, esto estaba en los planes, Marina… ¿Pero cómo puede ser? ¡Me vine desde Argentina, cargué crédito en mi gallego teléfono para llamarlo y el tipo me dice que está durmiendo la siesta! ¡Al final es un fresco! ¿Quién se cree que es! ¿Se cree Dalí?* ¿Se cree Perón? ¿Se siente con derecho a no tirarse por la ventana pa recibirme todo contento? ¡Hala, que Evita ha regresado, Hesú! (No pretendo que cache mi humorada, vieja cuadrada). Y es esto que hacemos tanto, ¿no? Enojarnos cuando no nos corresponde el que se nos antoja que nos corresponda de la manera que se nos ocurre nos debe corresponder. Enojarnos como si nuestro valor dependiera de que el otro nos corresponda, nos reconozca.

En fin… Ya un poco no menos intranquila terminé la banana, la cocacola y fui a saludar a mi Guadalquivir. Recorrí los rincones que me traían recuerdos, esos que supe recorrer en su loca compañía, la calle que tomamos con ella cuando me llevó a conocer el teatro Quintero, los sitios que me traían aquellas situaciones y con ellas inspiración. El tour Quinteriano, más adelante voy a hacer plata con ello, el lugar de mi suicidio será el más visitado: Suicidose ella porque él le negó el final de la historieta por estar durmiendo la siesta…. (calamitoso, dirá el epitafio).

Y fue allí mismo, sentada en un banco de la Plaza España, que decidí no volver a llamarlo porque ya esto es pasarse de la raya, casi sentía vergüenza de mi misma, de mi falta de recato, de mi desubique, porque ya me habían recibido en el viaje anterior, me llevó el hombre de acá para allá, ella lo mismo, ¡qué cuernos me creía yo también! Carajo. Pero cruzando por el puente de Triana había cambiado nuevamente de opinión. No puedo dejar esta historia sin final, ¿no? ¿O no?

Y así es la cosa, fluctúo casi conscientemente todo el tiempo entre la cordura extrema y el impulso desmedido y es este último, señoras, el que termina llevándome de nuevo a la primera. El impulso desmedido trae con él consecuencias, emociones contradictorias y variadas que luego analizo con lujo de detalles llegando así a conclusión ninguna, generalmente. Ya lo decía Menard: no hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil.

De vuelta en el hostal de media estrella, siendo las veinte horas en Sevilla, habiendo recibido ninguna llamada Quinteriana hasta el momento, me acordé de lo despiolado que es este hombre y de cuántas veces tuve que darle mi teléfono dos años atrás, él piensa que lo tiene hasta que te quiere llamar, entonces se da cuenta de que no y desespera. Ella había sido mi aliada entonces y lo comunicaba conmigo, me enteraba de los locos movimientos y paraderos pero ahora, intuyendo que no estaba del todo contenta, no creía tenerlas todas conmigo. Con esto recuperé un poco de esperanza. Si no me había llamado no era que no quería verme, posiblemente en su desorganización y su atolondre había perdido mi número y lo de la siesta ya sabemos, cuando Jesús duerme, duerme. Decidí, con renovado entusiasmo, que iba a dejar pasar un día para que se olvidara del secuestro, impulso desmedido ocurrido en el capítulo anterior, y luego, como hace dos años, blog bajo el brazo, lo esperaría en la mesa en la que ahora me encuentro. ¿Estoy enamorado? Sí, porque espero, decía Barthes… (Sigue)

*Mario Mactas, periodista argentino, se llegó un día hasta España con deseos de entrevistar a Salvador Dalí. Lo atendió Gala. ¡Vine desde Argentina para ver al señor Dalí!, le dijo Mario a lo que ella respondió: ¿Y eso por qué tendría que importarme? De más está decir que se volvió con las manos vacías.

Continuará…




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