martes, 9 de enero de 2018

Capítulo 190 "Alma desfachatá"

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Aunque se diga lo contrario, uno elige por quien dejarse romper el corazón, decía Arlt. Yo ya había llorado por ella un poco pero era el exceso de alcohol, de fumata, los despioles de mi mare achaquienta, la música melosa que justo justo sonaba en LIVE y decía que nada es para siempre y ella moviéndose como loca con su pollerita corta y su gracia infernal... Había llorado pero algo en mí me decía que todavía había vuelta atrás, que si quería podía retroceder sobre mis pasos, elegir, volverme a Sevilla en micro, encerrarme enfermamente en el cuarto oscuro del hostal y ponerme a escribir lo acumulado que ya tenía sucederes para tirar manteca al techo.

Aquella madrugada todavía podía, la de la autovía, la del 31 de diciembre, cuando yo todavía era yo, podía elegir si dejarme romper el corazón por ella o no. Los del control de alcoholemia ya estaban encima nuestro. Yo sin mi pasaporte. Ella, sin su sujetador, seguía discutiendo con él pero yo no la miraba más. El chico de moñito, borrachísimo, se agarraba del techo de la camioneta, había vomitado hasta lo que no tenía. La muchacha desacertada lo mantenía sentado para que pareciera sobrio, aunque dos por tres se le ladeaba. Ya eran casi las ocho de la mañana, empezaba a asomar cierta claridad. Se había sumado a nosotros el auto de esa Lomana que estaba muy tuneada y maquillada pero no podía bajarse de él, o no quería. La gitana cortó la comunicación con el loco y se acercó a la recién aparcada, a mi no me miró más y yo a ella menos. Se inclinó hacía la señora tuneada por la puerta del auto flamante para preguntarle si estaba bien. La señora la miró, impasible, achinó los ojos, levantó las cejas sin soltar su preciosa carterita. Emitió un sonido espectral seguido de eructo… Esto ya no mola ná, balbuceó la gitana.

Y no sé si lo hizo a propósito o no pero yo estaba al lado y con semejante escote que llevaba cuando se inclinó en el auto para hablarle a la señora le pude ver hasta el alma desfachatá que lleva dentro. Cerré los ojos para no verla más, para encontrar la resistencia que en algún lugar mío debía estar. ¡Hefe!, exclamó a grito pelado el de moñito, bajándose de la Hummer a los tropezones. ¡Porme una cañita que me he dejao er tabique a mediah! La muchacha desacertada nos miró con sus ojos grandes y extraviados, cada tanto se le escapaba una arcada y sonreía. Los modistos se pusieron uno al ladito del otro como barrera de arquero para que el policía viera al borracho lo menos posible, los dos con cara de póker. El de la Guardia Civil empezó a caminar hacia el mamado. La gitana se pasó las manos por el pelo brilloso y lloviznado, no paraba de beber agua de una botellita, cada vez más nerviosa. Y uno elige por quien dejarse romper el corazón, sí, pero nosotros acá ya no podíamos elegir un pito: estábamos fritos. (Sigue)

Continuará...

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