lunes, 12 de febrero de 2018

Capítulo 217 "El bien supremo"

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Todo acto de bondad es una demostración de poder, decía un soberbio, suponiendo que sabía lo que es la bondad. Yo creo haber tratado bien a la chica que cuida a mi mare, suponiendo que sé lo que es el bien, pero ella al parecer se lo tomó a mal y por eso me pide los 50000 pesos. Y usted le regala el castillo al pobre que vive en la choza y al tiempito se queja porque el pobre hizo del castillo otra choza. Se queja y ni se atreve a considerar que el bien para algunos es algo diferente a lo que usted cree que es el bien. Le echará la culpa al sistema que todo lo excluye, a la falta de educación, incluso a la mar en coche con tal de confirmar que lo que usted piensa es el bien, que lo que usted hace es lo correcto, porque cómo alguien va a querer vivir en una choza si usted cree que está mal y que el castillo es mejor. A veces el bien supremo es morir, decía un doctor argentino ya fallecido, porque uno no sabe si lo que le espera a esa persona es o no peor que la muerte. Pero nos vamos de tema y acá lo que importa es el tono:

Sentada desde el gran sillón espero a que el loco termine de hacer sus cosas, se ve que recién volvía de un día largo de trabajo. Entreveo la cocina, recuerdo la mañana de la gran lluvia, después del primer encuentro furtivo de la Gitana con Marina la otra, Marina la que se había dejado perder entre borrasca y sábanas y besos, la que se había quedado dormida en casa ajena por primera vez. Buscando el baño acababa de descubrir esa pintura fresca y sugestiva en su estudio, parecían Marina y Jesús besándose pero yo no recordaba haber estado con Él. ¿Ella nos había pintado haciendo eso? No había tenido tiempo de reaccionar porque lo del abogado me estaba triturando el coco. ¡Esta gente quiere hacerme juicio!, pensé, porque el que había llamado al teléfono era un abogado, juicio porque usé su nombre y escribí todas estas intimidades. Lo había pensado cuando Ella me pidió, tapando el auricular del móvil, que no me fuera todavía. ¿Por qué había cambiado de ánimo tan repentinamente? Juicio. Salí rajando a buscarlo a Él, desesperada, para explicarle, para defenderme, para suplicarle, porque Ella hablaba con el abogado y qué tenía que estar hablando con el abogado si yo no había hecho nada malo, eso sentía. Si él me había dado permiso tácito para escribirlo todo. Bajé al estudio pero Él no estaba más en el refugui de ella. ¿Y ahora? Volví a subir nerviosa a la cocina y ahí estaban los dos tomando el café, impasibles, creo que Él se teletransporta por el laberinto Quinteriano. Entré, todavía en pelotas, todavía haciéndome pis encima, todavía la borrasca que hacía mover las ventanas. Me miraron. Los miré, muy muy angustiada. Mis persona/jes son hermosos, pensé por un segundo, desubicadamente.

¡Escuchen los dos, por favor!, les dije como para dar impulso a mi alegato. Yo estaba nerviosa pero era consciente de la imagen que estaba dejando, ojo. Vos, Loco, ¿no decis que quizá la locura es lo más lúcido de la inteligencia? Ella dejó el teléfono sobre la mesa, lo tomó con una mano del brazo, había logrado la atención de los dos. Sublime, aclaró Él, no lúcido, sublime, niña. Acá demostraba el loco que sabe el libreto de memoria. ¡Bueno, sublime, sublime! ¡Pero resulta que cuando se te planta delante te rajás! ¿Te parece que este final de porquería tenga mi blog? ¡Nuestro blog! ¿Que el Loco se asuste de la Loca? ¿Tanta vicisitud para eso? ¡Una porquería, una sublime porquería! Porque el otro día en el bar escapaste de mi raudo y veloz. Si no me trae la Gitana no nos vemos nunca más. Los dos miraban atónitos. Afuera tronó precioso, la escena era digna, muy digna. ¡Heidegger decía que el hombre es proyecto y no final! Que el hombre debe realizar ese ser que es… Y yo ya sé que me pasé de la raya, ya lo sé, ya lo sé, pero-- ¡Es que tienen que entenderme! ¡Por favor! ¡No estoy loca! Vos tenes que poder, loco, que sos El Periodista ¿Qué es lo que persigue el artista, Jesús? ¡Vos sos un artista! Se hizo el silencio en la colina. Ella lo miraba algo desconcertada, revolvía con inercia su café. Afuera seguía lloviendo y Él, que gusta de espetar verdades, creyendo que son bondades absolutas, respondió entre ademanes el siguiente refrán: Verdá, creatividá, originalidá. ¡Exacto!, respondí, casi cantando victoria. ¡Entonces lo del abogado está demás! ¡Está de más! ¿O no? Ellos se miraron, me miraron luengo. Seguía yo con unas ganas locas de ir al baño, todavía en paños menores. (Sigue)

Continuará….

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