El psicoloco. |
El tipo siguió hablando pero yo dejé de escucharlo. Era más bien contradictorio lo que me decía porque si mi madre había sido así y era un calvario yo debería buscar gente opuesta a eso, la malagueña lo era, aparentemente, parecía una chica muy tranquila, centrada, cero neurosis, en paz con su vida y su ser… Eso me había atraído de ella, su energía “agua de estanque”. ¿Para qué iba a buscarme a alguien igual a mi madre? ¿Para seguir volviéndome loca (más)? Me parecía un boludo el psicólogo de Málaga pero en algo sí acertó, en el enganche, en el imán que soy para este tipo de personas, debe haber en el mundo mucha, muchísima gente que es tranquila y equilibrada, sosa, en una palabra, pero yo termino enganchada siempre con aquella que no lo es… Me lo estaba demostrando de nuevo, me había enganchado, no podía dejar de pensar en ella, casi obsesivamente, desconozco la línea que oficializa la obsesión de la no obsesión. Le miré el Facebook dos horas, ella también lo había hecho, me lo confesó, me había mirado todo de pe a pa, pero yo traspasé ese límite, el que no se debe, la chica me inspiraba, había reemplazado a mis musos, de un momento a otro, con todo lo que eso significa, había desterrado de mi cabeza a la Gitana, al Loco, pensé en escribirle y contarle, que iba a volverse personaje de la saga, inevitablemente, que no podía contra ello, pero me iba a decir que no, seguro, como hizo el Poeta en su momento, nos da miedo contar nuestras miserias al mundo, aunque eso sea lo que te hace libre, animarte a gritarlo a los cuatro vientos y que se vayan todos al carajo. Sabía que iba a decirme que no entonces no pude más que pecar, con todas las consecuencias que eso podía acarrearme emocionalmente: la volví personaje, pixelada, pero personaje al fin... (Sigue)
Continuará…
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