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Gala, el sombrero loco y el de la colina buscandoló |
Me quedo parada un momento frente a las mesas repletas. Lo miro a Antonio. Me río sola ¿Qué cuernos estoy haciendo yo acá? ¿Qué es lo que queres, Marina? ¿Buscando, perdida o escapando..? En eso un muchacho de la organización se acerca y me dice que intentarán hacerme un lugarcito cerca de Antonio. Y a mi claro me dan los nervios de nuevo porque hete acá la encrucijada del capítulo ¿Me siento cerca de Gala o la sigo con el loco? ¿Y si me siento cerca de Gala qué carajo le digo? ¿Le pregunto cosas? ¿Le hablo de mi? Estoy paralizada. Sé que EN LA VIDA voy a tener otra oportunidad como esta y sé también que a usted esto el importa un pito pero qué quiere que le diga (nada), yo jamás de los jamases imaginé que un día iba a estar debatiendo entre sentarme a charlar con el irónico de Brazatortas o con el chiflado onubense. ¡Porque los sueños nunca se cumplen en este mundo espantoso! (Dijo mi optimismo mal informado)
Sigo mi instinto. Salgo por donde salió Jesús. Se está acomodando en un lugar fuera del comedor, una suerte de patio techado con vistas al castillo de Almodovar, ni un pelo de tonto, “porque el loco es loco pero está bastante cuerdo”, me había dicho Luis Pineda cuando aún era un hombre libre, allá por el capítulo 2.
Cuelgo mi morral en la silla y sin dudarlo me siento a su lado. Los dos en silencio miramos la lluvia. La lluvia y el castillo. ¿Podría ser la situación más putamente romántica? Pienso que me queda sólo una semana y posiblemente hoy sea la última vez que lo vea. No quiero. No quiero que se termine este día. No quiero volverme a Buenos Aires. No quiero no verte más, loco andalú (sufro sobremanera). En eso un muchacho nos trae un plato de huevos con papas y pimientos y unas jarras de cerveza. ¡Pinta de pelos! Jesús da un bocado a la comida y me pasa el tenedor. Me lo quedo mirando; sonríe... (Capitulo siguiente pinche acá)
Continuará...
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