sábado, 10 de junio de 2017

Capítulo 115 "Nunca diga nunca"


Camino a La carbonería avanzamos los dos bajo la lluvia cubiertos por un paraguas marrón. Jesús anda mirando el piso, silencioso. Le metemos pata para no mojarnos tanto. El tipo va a buen ritmo, tengo que poner cuarta para seguirle el paso. A nuestro alrededor las hermosas callecitas andaluzas, no tengo idea de en donde estamos pero estoy enamorada de Sevilla ¡Jesús! Le gritan desde un garaje. Él levanta la vista, sonríe y se acerca al hombre. Me empapo. La puta madre. Pienso en mi casa, en lo lejos que estoy, diez mil kilómetros. Pienso en el alquiler, no sé cómo voy a pagarlo cuando vuelva. Y pienso en mi novio, que me dejó por facebook el día anterior a subirme al avión en Buenos Aires porque como dice el dicho, cuando te decidis por algo otras cosas quedan atrás... ¡Todo no se puede! Me cobijo bajo un techito, lo miro a Quintero a un metro de distancia, sigue charlando con el señor. ¿Y qué hago yo acá con vos, loco andalú? Por un momento dejo de escuchar qué hablan. Me acuerdo de ayer:

¿Y qué quieres tú ahora? Me preguntó al final del largo día en Almodovar del rio mientras nos tomábamos un café con tortitas (creo que en un bar de Triana). ¿Qué quiero? Di un respingo. Lo miré. Sus ojos parecían algo tristes ¿Estaría triste? Bajó la mirada. Descubrí que son grises, claros y huidizos (si su mujer lee el blog creo que me manda un sicario). Esperaba la respuesta mientras daba otro sorbo a su café. Quiero inmolarme con vos, pensé, pero no lo dije. ¿Por qué no le dije? No sé. Lo vi cansado, lo vi posible, lo vi tan cerca… Qué quiero ahora me preguntaba el señor de las preguntas, como si fuera fácil saberlo, como si a uno no le demandara la vida darse cuenta. Como si no se muriera en el intento.

Me seguía mirando, inquisitivo. Entonces la que se refugió en el café fui yo. No sé... pensé un momento... Sé que uno a veces no quiere lo que cree que quiere, sé que no quiero desaprovechar esto que en una semana se acaba porque me voy. Sé que no quiero irme. Que no quiero ser leída en serio, no quiero que me ofrezcan escribir para un diario importante aunque a veces creo que sí, no quiero ganarme el premio porque entonces me voy a volver acartonada, voy a tener que escribir porque tengo que entregar y no porque se me da la gana; escribir algo que impacte a la marabunta frenética, algo que agite el avispero pero no tanto y ojo con hablar mal de Repsol o de Santander que son los turros del mundo pero también pagan los sueldos… ¿Pero no era que lograr la meta da felicidad? ¡Además los diarios están para informar la verdad y los periodist-- (Ahora la miro yo a usted) No sea ingenua, vieja tarada...

¡Marina! Me trae al presente mientras se despide del hombre del garaje. Retomamos la marcha y me explica entre risas de donde lo conoce. Yo me río para no dejarlo solo aunque no entiendo bien qué era lo gracioso. A veces me cuesta todavía entender el andaluz. Y creo que a él le pasa similar con mi porteño. Entonces de un impulso se lo digo: quiero trabajar con vos, loco. Nunca diga nunca. (Capìtulo siguiente pinche acà)

Continuará...


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