Quiero trabajar con vos, loco, arremeto en un impulso pero no soy sincera y cuando uno no es sincero en general naufraga. Sincero con uno, claro. Mire si no usted al periodismo dando lugar a las rastas podemitas, al perro apaleado, al bebito abandonado para entretener a la marabunta frenética. Entretener entretiene porque usted se pasa el día hablando de eso pero el naufragio es lo otro, señora, mire a un periodista a los ojos y verá que no era comunicar sobre las rastas lo que soñaba el día que se recibió…. Sin ir más lejos saque sus ojos desvencijados del iphone y miresé ¡No sea cobarde, miresé! ¿Se acuerda dónde han quedado sus anhelos? ¿Recuerda lo que imaginaba para su vida hace dos, tres, cuatro décadas? Vea a su alrededor…

Porteña neurótica, habrá pensado, se viene hasta acá y ahora recula. O quizá no, quizá pensó por qué no soy diez años más joven para poder joder con ella hasta que amanezca; o tal vez recordó que se había olvidado de almorzar y qué espantosa la versión del himno de ayer en Almodovar; o por ahí le agarró la duda ¿Metí o no en el morral las preguntas que tengo que a hacerle al Farruquito? Será tal vez que no soy lo que ella imaginaba. ¿Y si me llevo esta cuerda a casa y llega justo la tercera en discordia? (Esto último lo pensé yo, no le voy a mentir aunque usted me pide a gritos que lo haga)
Finalmente pensé que pensó lo que me conviene a mi y a este relato. ¿Vas a entrar?, me dice y me corta el mambo, siempre manteniendo la distancia, el gesto adusto pura pose. Los dos parados frente al portón de madera. Sí, en un segundo, voy a llamar primero a mi mamá. Asiente y abre la puerta. El loco andalú se funde con el espíritu flamenco del lugar. La puerta se cierra, me quedo sola. La lluvia arrecia. Y sí, la respuesta era otra. (Capítulo siguiente pinche acá)
Continuará...
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