lunes, 25 de septiembre de 2017

Capítulo 129 "Las bambalinas del éxito"

Capítulo anterior

Tanto coraje mal empleado, como el de Erdosain, pienso mientras cruzo el patiecito del hostal para mi pieza. El dueño me ve pasar, me mira raro seguro porque parezco un escracho empapado y deprimido. No me importa nada, esto es lo que queda de mi después de tanto loco y Antonio Gala y Andalucía... Esto es lo que queda de una después de haber conquistado su sueño, señoras ¡Flor de joda! Dejo el enorme paraguas del loco en el paragüero, todavía chorreando porque en Sevilla vuelve a llover. Me pasé el día en el Starbucks de Constitución y Vinuesa intentando escribir algo pero los músicos no me dejaron. Podría haber pasado la tarde en la casa de él, podría haberme quedado el mes en su casa pero estoy en el hostal ¿Y por qué no me quedé allá? Por idiota, supongo. O por cobarde. O por demasiado correcta, por no querer incomodarla a ella, o a los dos, ya ni sé… Por idiota, sí, idiota de medias tintas.

Entro a la pieza sin ventana al exterior, húmeda, escueta, vacía. ¿Será que hay algo que aprender de los finales? Me siento en la cama, no enciendo la luz. Afuera no se oye un alma. ¿Y de qué me sirvió a mi toda esta parafernalia? ¿Toda esta travesía de nervios y patatuses? Estas parrafadas no pasarán a mayores. Algún capítulo leyó Darín, sí, otros Antonio Gala, Juan Campanella, Eduardo Sacheri y unos cuantos el loco de la colina. Supe tener dos seguidores en el blog pero se pelearon, se cansaron y se fueron. Me llamaron de Radio Nacional de España, me contactaron de Vértele... Nadie nunca hizo esto antes, generar acción en la vida real para escribirla luego ¿Y? Acá estamos, en las desoladas bambalinas del éxito, eso que a usted le han vendido como la felicidad.

No me aguanto encerrada. Agarro algo de plata y salgo a caminar bajo la lluvia. Necesito una hamburguesa. Necesito un loco que la comparta conmigo. Hoy es miércoles, llámame el martes, me dijo hace tres días pero ella ya está en Sevilla y yo sigo pecando de comedida, no puedo con mi genio desingeniado, con mi recato en el momento menos indicado… Ya te aguantaron bastante, me digo cada vez que estoy por llamarlo, dejalos en paz. Pasando por esa rotonda rara que hay frente a La Giralda llena de turistas que sacan fotos y se atropellan unos con otros me decido, marco su número y espero, al menos pa despedirme, tan amables que fueron, ¿no? Y si fuera valiente le diría que me enamoré, que qué le vamos a hacer… que así es la vida... que y ahora qué se hace...


Siento una angustia atroz. Atiende. Loco andalú, le digo sabiendo que me va a reconocer si le digo así… No te llamé ayer porqu-- Dame tu teléfono, me interrumpe, que estoy en una reunión… ¿Mi teléfono? ¿El de España? Sí, si, dame tu teléfono que no lo he anotado… Puf, pero si el domingo me llamast-- Que no me lo sé, Hesú… ¿No te lo sabe? ¡No, de memoria no! Pero te queda ahí en el display, en la pantalla del tuyo, quiero decir, loco… Silencio y luego ¿Por dónde anda tú? Por La Giralda. Vale. Nos despedimos.

Dos días y a casa, pienso. Se acaba la fiesta, se acaba el final, se acaba lo que se daba. Dice don Freud que el que piensa en fracasar ya fracasó antes de intentar, y el que piensa en ganar lleva un paso adelante pero claro, sucede que yo no pensé nada, ni antes ni después... Vuelvo al hostal sin hamburguesa, sin loco, y escribo esta crónica dolorida que nunca nadie adolerá. (Capítulo siguiente)

Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario