La luz me da de lleno en la cara. Me cubro los ojos con la almohada sin funda. Hace calor. Me destapo. Abro un ojo. Me encandila la claridad. Lo cierro. El sol me quema el tobillo. Vuelvo a taparme. Tengo el cuerpo transpirado y siento la cabeza como plomo. Las ventanas están abiertas de par en par pero no corre una gota de viento. Y se calla usted que tengo puesta una remera blanca pero ajena pintada a mano que dice Ecosia, y mi bombacha beige. Estoy en paños menores, sí. Ella duerme profundamente de espaldas a mi, creo que desnuda pero no estoy segura porque el acolchado blanco le tapa de la cintura para abajo. ¿Cómo llegamos hasta acá?
Calma. Yo estaba escribiendo en el piso de abajo. (Pausa). ¿O era el de arriba? Estaba escribiendo en mi ipad todo lo ocurrido hasta ahora con la femme fatale, me había sacado el pullover empapado, el loco que nunca deja de sorprenderme, la tele encendida, la tormenta, la marihuana, bajamos… Pero ella dormía arriba en el sillón de pana-- Mi ipad, necesito mi ipad. Busco con los ojos por la habitación. Está hecha un desastre. La cama es el doble de ancha que la de ayer y las sábanas son de color rojo, las de ayer eran blancas. Significa esto que no es la pieza de la Gitana. ¿Será que es el lecho de ellos dos? Me muevo lentamente, sin hacer ruido, en el piso, al costado de la cama están mi teléfono celular, mis borcegos recién comprados en Madrid y mi morral. Frente a la cama un plasma enorme, infinitas botellitas de cerveza Cruzcampo perfectamente ordenadas. ¿Y el ipad? La sábana de abajo está algo revuelta, puedo ver la tela del colchón, hubo escenas interesantes sobre el lecho.
Continuará...
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