Me tiemblan las manos. No por borracha, ya hace como dos días que no tomo ni fumo, no me daba más el cuerpo. Tuve que irme de la casa por la mañana temprano porque me empezaron a dar los pánicos. Agarré la bicicleta de ella y me vine por la autovía Huelva, no sé si está permitido pero llegué viva y coleando. Ayer no pude subir nada al blog por el asunto del wifi. ¿O fue anteayer? Estoy perdiendo la noción del tiempo, sé que hoy es 6 de enero porque me lo dice el ipad y porque la calle está atiborrada de carrozas de reyes rodeadas de gente que no va a poder pagar la luz gracias a las medidas del gobierno pero se ilusiona por recibir caramelos. Así de facilitos somos.

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Sancho Dragoni (o algo así) |
Su móvil en la mesita decía que eran las 7:30 de la mañana, me empecé a inquietar en la cama, estaba abrazada a ella y ahora la gitana olía a mi. ¿Cuánto habíamos follado? ¿Cuántas horas sin parar? Dios mío. Lo malo de permitirse la inconsciencia es esto, volver. Me alejé de su belleza despacito para que no duela tanto y para que no se despierte. Me detuve. La miré durmiendo a mi lado. Esto no puede ser, me dije. Me puse la primer remera que encontré y mi bombacha beige que había quedado perdida entre las sábanas blancas. Caminé despacio por la pieza buscando el resto de mis cosas. A La noche estrellada le faltaba una parte, la que había tenido el accidente contra el piso hacía un rato, allá por el 134, creo... Completamente contrariada y se me daba por darme cuenta de esos detalles, eso es el karma del escritor, no sé si me comprende. Miré a vuelo de pájaro pero no veía ni mi morral, ni mi ipad… Cerca de la cama una especie de bandeja rara con tres potes de cremas humectantes, dos estaban completamente vacíos... Eso no estaba ayer. ¿O sí? Agarré una, la olí... Entonces pasé la mano por mi cuerpo, mi espalda, mis caderas, me di cuenta de que estaba toda embadurnada. (Sigue)
Continuará...
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