Corpiño osado |
La puerta que se abre del todo y se asoma don Dragún, entonces yo le decía Dragoni, o algo así, en la colina de El Portil era tanta la gente importante, era tal el despecho que tenía, era tal la soledad que sentía, lo que menos me importaba eran sus nombres. Dragún abre la puerta y se nos queda mirando, se quita los lentes para vernos mejor, su cara de problema urgente muta a sonrisa de poker, sonrisa libidinosa, envidiosa, le echa una mirada a Él de ¡mirá a dónde estaba el loco de la colina! ¡Le dicen el boludo! Nos mira a nosotras con unas ganas locas y la osada intensifica el jueguito. Está enferma. Yo cuando él entró me quedé estupefacta. ¡Ni una pizca de pudor ella!
Dragún se había cambiado de ropa, ya no llevaba el traje ni la corbata, tenía unos pantalones caqui y una remera roja, más playera e informal, ahora me caía mejor. Lo miró de nuevo a Él que acababa de sentarse en la cama, pálido, transpirado, necesito agua, suplicó el loco. Se nos muere. Dragún iba a decir algo y yo quería ya desaparecer de la escena, le daría agua, sí, pero es que no me aguantaba la vergüenza, que me perdonaran. Tímidamente me despegué de Rocío que ahora tenía la atención en el loco, al fin se había dado cuenta de que no estaba bien, agarré dos ropas de por ahí para cubrirme y me refugié en el balcón, el balcón decorado por Ella, mi amor de la vida, mi Gitana loca, mi hermosura de mujer, mi femme fatale... Me dí cuenta afuera de que había agarrado el corpiño de Rocío, que no me cubría nada, y mi remera (de Ella) de algodón finito. Empecé a tiritar. Si no muero de neumonía hoy no me muero má. Miré para la playa, a lo lejos seguían las voces alteradas, no entendía pero algo pasaba, eso ya era seguro. (Sigue)
Continuará...
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