Así que lo más lindo y lo más terrible del amor es la incertidumbre, el desconcierto, que el otro sea otro y no reaccione de la manera que esperamos, como lo haríamos nosotros. Eso desestructura, sorprende, para bien y para mal, todo junto, y separado, nos aniquila y nos obliga a reinventarnos, al menos a mi, porque yo ahora quiero saber por qué carajo reaccionó así. Si ella me hubiera hecho lo que yo le hice me habría tirado por la puerta del Volvo en movimiento, volvíamos de Álava en su auto porque accedió a llevarme de vuelta, si ella mue hubiera hecho lo que yo le hice, decía, habría terminado yo con las lágrimas colgando, con la certeza de haber sido rechazada y la hoja de la maquinita de afeitar presta a rasurarme las venas. Pero ella no, ella me escuchaba, atenta, mirando el camino, tranquila y sin mosquearse, cada tanto asentía, para que me enterara de que me estaba atendiendo. ¿Cómo es que se lo tomó así tan a la liviana? ¿Puede ser posible? ¿La única que se toma las cosas a la tremenda acá soy yo, che?
Cerré la puerta atrás mío y entré a la estrecha cocina. Rocío no estaba ahí. Todavía estaban las tazas sucias de café sobre la mesa, el olor a cigarrillo. ¿Seguía durmiendo? Me llegué apurada hasta el dormitorio y tampoco. La cama estaba deshecha, corrí las cortinas, su carterita sobre una silla, su abrigo, sus sandalias rimbombantes. ¿Y ésta a dónde estaba ahora? Salí de nuevo al pasillo y descubrí una angosta escalerita, ¡la casa seguía para arriba! Subí por ella hasta una puerta de madera blanca, estaba entreabierta. Me asomé. Era otra habitación, en lo más alto de la casita, y afuera, en el balcón cubierto lleno de plantas, la Osada de Ibiza fumaba un cigarrillo con boquilla, sentada en un silloncito de caño, sus piernas acurrucadas, su vista en el horizonte. No cabían dudas, Rocío es la sensualidad. Necesito que me lleves a Madrid, le dije en un impulso, apesadumbrada, tengo que cambiar mi pasaje, necesito volver a Argentina cuanto antes, no quería perder el envión que traía, no quería volver a flojear, no quería. Se sorprendió pero rápidamente respondió que sí, que tenía ganas de recorrer un poco la ciudad y después si yo quería nos íbamos. ¿Por qué manejaste novecientos kilómetros para verme?, no me animé a preguntarle porque la cosa iba a ponerse demasiado hablada y la imagen de ella era mucho más potente. Me senté en el piso, a su lado, el humo, su pelo negro mojado por la garúa la hacían todavía más atractiva. (Sigue)
Continuará...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario