domingo, 2 de septiembre de 2018

Capítulo 359 "Cuando le importo a alguien"

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¿Y por qué me cuesta tanto darme cuenta cuando le importo a alguien? O ni siquiera algo tan ambicioso como importarle. ¿Por qué no me doy cuenta cuando le gusto a alguien? ¿Cuando me echaron el ojo? ¿Cuando intentan seducirme? ¿Por qué rápidamente pienso que imaginé cualquier cosa? Las pocas veces que llego a pensar que le gusto a alguien enseguida me siento una ridícula, una papanatas, ¡mirá si alguien se va a fijar en vos, Marina! ¡Loca! ¡Engreída! ¡En vos que sos una pesada caída del catre! Y ahí, en mi cama, a poco de volverme a Buenos Aires, me daba cuenta, no sólo había minimizado la opinión de Rocío cuando me ofreció todo para que me quedara, para que no me volviera, para que no hiciera de mi vida lo que otros pretendían que haga, también la había despreciado, la había tratado de imbécil diciéndole que lo que pensara ella no contaba porque estaba en una situación bien diferente a la mía, ella y sus millones de euros, ella y sus amigos celebrities, ella y su puto Volvo recién salido de la concesionaria, ella y su frivolidad, pensaba entonces. La había despreciado y torturado luego hablándole de la Rubia durante todo el viaje. ¡Y ella me estaba haciendo un favor! ¡Me llevaba de vuelta a Madrid porque se lo había pedido! ¡Sin dormir me llevaba! ¿Puedo ser yo más animal? ¿Más insensible? ¿Más descuidada?

Me levanté, cerré la puerta de la pieza y encendí la luz de la mesita. Me dolía la panza, estaba pronta a indisponerme, encima eso. Mi equipaje había quedado en el living, cuando llegamos al piso me mostró los cuartos disponibles y me vine directamente a descansar, con el morral colgando, me desparramé en la cama y ahí me quedé, mirándome los pies, cavilando y cavilando sobre lo que me había pasado en Barajas, esa catatonia súbita, esa ausencia de emoción tan característica de mi loca mare... En cómo carajo iba a hacer con lo del pasaporte. Afuera la gente festejaba, charlaba, reía, brindaba, cantaba, afuera en la calle, una trompeta tocaba bastante bien una y otra vez la misma canción. Necesitaba mis tapones para oídos, en realidad el tapón, porque de uno escucho poco y nada, necesitaba eso y mis pastillitas para dormir, no de Dragún, estas eran de mi propiedad, bah, de mi mare, cada tanto le robaba una o dos para este tipo de situaciones, y me las había traído.

Pero no quería salir, no quería encontrármela, también desvelada, con su vaso de agua en la mano, dolida por todo lo que le había dicho pero tratándome como si nada, intentando en vano que no me diera cuenta de que la había lastimado, como si ser sensible fuera o fuese algo muy malo. Eso me iba a angustiar más, sentíame ya una desalmada, una despreciable, y verla herida, haciendo el esfuerzo para que no se le notara, me iba a terminar de aniquilar. Sentí pena, mucha pena por mí, porque siempre le digo que no a lo que me hace feliz, al que me quiere, siempre termino golpeándome una y otra vez con eso que me hace sufrir, con lo que me desprecia. La Gitana no me despreciaba, no, pero me gustaba demasiado, no podía con eso yo, que no podía. Y al cariño le digo que no, al cariño sano, me refiero, a la comprensión, a eso que se me brinda de buena manera le doy la espalda, le respondo con desprecio y maltrato. ¿Cuál es la incapacidad que me aqueja? ¿Cuál? Se me ocurrió abrir el cajón, a ver si algún huésped de la Morocha había dejado somníferos o algo que me ayudara. Y entonces fue que lo descubrí. (Sigue)

Continuará….



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