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Así que se fue de nuevo, mi Enferma Mental, me dejó una estela de angustia, la silla vacía, su olor en la sábana, la amargura en la garganta, el café sin terminar... los churros que tanto le gustan sin tocar en el platito de losa. Había ido yo hasta la esquina a comprarlos para Ella, porque me la veía venir, desde que empezó el Rompepelotas el otro día con que donó su Santo Archivo a los directivos de Huelva, desde entonces estaba lejana, no tuvo más ganas de nada conmigo, y yo no insisto, cuando me doy cuenta de que no quiere me apago, desaparezco, me acomodo en la otra punta de la cama, muerta de ganas, con el orgullo hecho un nudo, y que ni se le ocurra acercarse nunca más en la vida. Nunca nunca más. Yo pensaba que al fin tenía mi familia, Ella, su Bello Niño y yo, seríamos felices los tres, cada tanto algún despiole, culpa de Él, nada demasiado terrible, lo normal, nada que no pudiéramos atravesar juntas con nuestro amor como punta de lanza. A veces comíamos calamares los tres, salíamos a cenar, no muy lejos, cerca de casa, nos sentíamos bien en casa, no teníamos que irnos muy lejos, no queríamos. Era raro para mi decir casa, vamos a casa, les decía, a otras personas que vivía conmigo, casa ya no era sólo mi casa, era la de los tres, era raro, era lindo, pude ser feliz sin sentir miedo de que se iba a terminar, por fin pude, por unos días, porque yo creía que nos queríamos mucho.
Pero desde lo del archivo Ella estaba lejana así que fui a comprarle los churros que tanto le gustaban, agonizante fui, sabiendo que no iba a alcanzar porque no lo suelta, a Él, como yo no puedo soltarlos a ellos, a esto, a Ella, me resisto al vacío, a la nada, como si escondieran algo espeluznante, como si esto fuera lo único que tengo, el único escape posible. No quiero ser como usted, como ustedes, catatónicos y aburridos, ruidosos y sin nueces, no quiero discutir nimiedades porque no tengo algo mejor que hacer, ni algo peor, no quiero ir de acá para allá, conforme y contenta porque no aspiro más que a eso, a ir de acá para allá, conforme y contenta, hasta que la muerte llegue, silbando bajo, como quien sí quiere la cosa. No quiero.
Estos tres días lo hice, me entregué a la catatonia, a la nada, a la ausencia de ganas, de la que tan espeluznada escapé en Barajas, de la que me rescató Rocío con su fuego eterno. Me entregué al vacío tres días, que sea lo que dios quiera, me dije, y no se lo recomiendo a nadie. Ahora vuelvo a resistirme porque no lo soporto, es algo que me sigo debiendo, aguantarme el vacío, la nada. Es más soportable, seguramente, estar rodeada de escritores sosos que te alaben vaya a saber por qué, ya que la fama no tiene explicación, es más llevadero que te hagan preguntas sobre cómo o porqué escribiste tal o cual cosa, sobre algún escenario, frente a la platea llena, con las luces dándote en la cara, sabiendo que no comprenderán nada de lo que respondas porque no les importa, reirán, condescendientes, no habrán entendido nada e igualmente reirán, y seguirán de acá para allá, conformes y contentos, ignorantes y felices. Dios se aburre igual que el diablo, el uno arriba y el otro abajo bostezan lúgubremente de la misma manera. (Sigue)
Continuará...
Un día quise dar con este periodista, empecé a buscarlo, la búsqueda se puso interesante, me senté a escribirla, en el capítulo 5 conseguí su teléfono, en el 14 me animé a llamarlo, en el 30 saqué pasaje (tenía que hacer avanzar la historia), en el 45 le llegó a Campanella justo cuando tenía que viajar, terminé trabajando con él. En el 76 arribé a Sevilla, en el 83 lo puse contra las cuerdas y la aventura continúa... (Vivir para escribirlo luego porque la realidad supera la ficción).
viernes, 7 de septiembre de 2018
Capítulo 361 "Conformes y contentos"
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