Un día quise dar con este periodista, empecé a buscarlo, la búsqueda se puso interesante, me senté a escribirla, en el capítulo 5 conseguí su teléfono, en el 14 me animé a llamarlo, en el 30 saqué pasaje (tenía que hacer avanzar la historia), en el 45 le llegó a Campanella justo cuando tenía que viajar, terminé trabajando con él. En el 76 arribé a Sevilla, en el 83 lo puse contra las cuerdas y la aventura continúa... (Vivir para escribirlo luego porque la realidad supera la ficción).
El cuadro utópico que me dio el psicólogo/marxista.
Pero no lo hice, me lo reprimí porque no sabía cómo podía reaccionar. Lo de escribirle. Me sentaba en la cama, teléfono en mano, nerviosa, contradictoria, abría el whatsapp, veía su foto, y luego me paraba en seco. NO, me decía, con tono firme anque angustiado, dejaba el teléfono a una lado, y al rato sentía el alivio de no haberlo hecho porque ¿y si era una chiflada jodida? ¿Cómo saberlo? Una parte mía me decía: Marina, una chica así no te conviene, te vas a volver loca con ella (más), si esto que hizo es moneda corriente, que al parecer lo era porque ya le había pasado, alcohol mediante, en alguna otra oportunidad, si esto es moneda corriente y no puede controlarlo... Todavía estás en terapia intensiva por lo de la Gitana, recién aprendiendo a convivir con ese dolor, acostumbrándote a él, no tenés defensas para esta seguidilla de chifladura, le vas a escribir y mirá si después se aparece en la madrugada, medio loca, a los gritos, o irrumpe bajo los efectos del cigarrito non santo y hace un escandalete o algo… Porque si ya habían pasado tres días y no había llamado para disculparse, para decir: ey, mira, me he excedido un poco, no era mi intención, se me ha ido la mano, gracias por no echarme a patadas de tu departamento, lo valoro mucho, y perdón por lo mal que te he hecho quedar con el vecino, por cierto... Si la malagueña no había dicho nada de nada ¿era que no se había dado cuenta de lo pésimo que se comportó? Y si no se había dado cuenta de eso ¿para ella, ya sobria, la culpable del mal momento seguía siendo yo?
Poca gente está preparada para saber, me dijo Escohotado el día que nos vimos en la habitación del hotel. Y creo yo que menos gente aún está preparada para saberse, para leerse, la gente no se sabe a sí misma, no se ve, no se registra, no puede, no quiere, no le importa, no mide las consecuencias de sus actos, de sus decisiones, de sus excesos, cree que el otro responde como responde porque sí, esa es la gente ombligo de la que habla tanto el Gurú. ¡Tú me has hecho tal cosa! ¡Tú me has hecho tal otra! Pero no ven lo que ellos han hecho (o deshecho). Y es un asunto que no tiene solución porque todos creemos que el psicópata de temer es el otro.
Pedir disculpas, aunque cueste un Perú y medio, eso es cosa de almas grandes, de almas dispuestas a crecer, de a poquito, no hay apuro, paso a paso, golpe a golpe, verso a verso. Poner la jeta cuando hay que ponerla; enfrentar para achicar limitaciones del espíritu; hacerte cargo de la trastada que te mandaste, quizás por error, por irresponsabilidad, por necedad, estar abierto a que el otro te mande a la mierda, con razón. Yo me mandé una trastada, sí, después de que todo pasó, lo acepto, intento enmendarlo y pido perdón. ¡Pero pedir perdón no es suficiente porque yo me siento herida! Ya lo sé, por eso se llama error, pifiada, equivocación. Y por eso es que errar es humano y pedir perdón, dificilísimo. Estoy esperando, maja, todavía tus disculpas, que yo me la pasé horrible, y me sentí muy agredida también... (Sigue)
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