domingo, 9 de diciembre de 2018

Capítulo 403 "La restauración"

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La que me dejó en banda se considera despedida...
Y cada corte es un sismo, un abismo, un entrevero semántico del que creo no vuelvo a levantar. Ahora sí que ya está, me digo cada vez que sucede, no hay manera de enmendar semejante salto, semejante ausencia, tremenda confusión escrituril/anímica antisistémica. Este blog ya no tiene ni ton ni son, carece de continuidad y si no hay continuidad no tiene, al menos para usted, sentido alguno. La Gitana que regresa, me corta por lo sano, me rescata del otro despelote en el que me estaba metiendo, desquicio y drogas, exceso y displacer, la enferma Escohotadiana que me amenazaba con denunciarme por haberla maltratado. La Rubia me retrotrae al sentido común, cosa que no pudo ni el psicólogo de Málaga con sus prevenciones y/o aberraciones. Porque yo insistía con el kamikaze mode, con escribir en esa dirección, aunque ya me habían prevenido/amenazado, seguía yo enfilando hacia lo dañino, usando sus fotos, provocando desde acá, desafiando a la locura, jugueteando con fuego, lo que podía acarrearme consecuencias nefastas con la ley y la justicia que, ahora mismo estoy aprendiendo, no existen, al menos en Argentina. ¡Escuche y ni me interrumpa, quiere! Otra vez correteos de abogados y demandas por acá y por acullá, como si no tuviera esto ya suficiente tragedia, sobresaltos, elipsis, desconciertos. Pobre lectores míos, si es que alguno ha quedado… Pobre mi maltratada novela/reality, agotada ya de chispa y de paciencia...

Que ya no gano pa gustos yo...
Podría echar la culpa a Escohotado de mi falta de continuidad, podrìa echàrsela a él porque es un personajo interesante de volver a mencionar,  solamente por eso, podría echar la culpa a los sucederes estos de la droga que de tan tentadores y jugosos no pudieron ser omitidos, aunque quise, intenté suicidarme una vez más, en el noventa me había funcionado, cuando la Gitana me pidió que dejara de escribir, por favor, me había suplicado por whatsapp, deja de escribir sobre Jesús si realmente quieres ayudarlo. Yo entonces estaba en Buenos Aires y Él en medio del despelote mediático, allá por el 2016. Le hice caso, aunque sabía que lo que le molestó en realidad fue que la metiera a Ella, le hice caso pero tres semanas pude, tres semanas muerta de pluma y cuerpo, de mente y alma, los sucederes ya vividos acumulados golpeándome a patadas la puerta de la cordura para que los dejara hablar, para que los bajara de mi seso al blog. No soporté, quité sus fotos, su nombre, y continué, y que sea lo que dios no quiera, me dije, si Jesús llama y me pide que pare me corto las dos manos para siempre y me detengo, o me tiro con una piedra atada al cuello en el Guadalquivir, eso me había jurado, porque lo más importante es jurarse a uno mismo, luego si te faltás a tu palabra la damnificada sos vos, no los demás. Y así me entregué nuevamente a la demencia, como corresponde, y como ahora:

Me despedí de Málaga y de mis mozos. De Antonio también, después del breve diálogo que tuvimos en su Baltasara esa tarde, yo no quería, no quería volver a molestarlo, y no quería despedirme tampoco, prefería pensar que volvería a verlo antes de mi regreso a Buenos Aires, antes de ir a enfrentarme a la abogada de la inmunda "enfermera" que me hacía juicio por una millonada. Volvía a Sevilla. Dejaba atrás a la Mala Escohotadiana, al apartamento del endrogamiento, a los vecinos, a Escota. Volvía porque Ella me lo pidió, la Gitana, y si me pide Ella algo no puedo decir que no, lo acepto ya como una catástrofe natural; si no la veo puedo seguir con mi vida pero si se deja ver, ya no. Y es aceptar lo inevitable lo que nos hace la vida algo más amena, sepaló, doña orgullosa.

Apenas arribé a la Santa Justa le mandé un mensaje: sé lo que hiciste con el Toni en la habitación del nene. El corazón se me salía del pecho porque no era un mensaje cualquiera, era de esos definitorios. Guardé el teléfono y no lo miré más. ¿Para qué carajo le escribí yo esto?, me dije. ¿Ahora que Ella buscaba la reconciliación lo hago? Sí. Ahora. ¿Y? Me respondí con firmeza. Quería saber qué sentía por el tipo ese, por su ex, quería verla a los ojos, quería ver con qué cara me explicaba qué había pasado aquél día, el día que me hirió casi de vida. Estaba parando en la Colina otra vez, en su piso, abajo de el de Él, nuestro chiflado protagonista, sólo por esta semana, me explicó, no sé si en un intento de justificar su última huida de lo que hubo de ser mi único hogar dulce hogar hasta el momento, con Ella y con su bello niño. No pregunté, ni siquiera pregunté por Él, ni por esa tal Sonia, caminé desde la estación de tren, mochila en la espalda, a paso ansioso, hacia su encuentro en el barrio Santa Cruz. De la Escohotadiana no volveríamos a tener noticias hasta unos días después. (Sigue)

Continuará...



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