Me metí en el barcito de la calle Conteros, aquél de la eterna despedida con el Loco, Tirano y Creador, dejé la mochila en el piso sin que me preocupara mucho, la “seguridad” europea finalmente se me está incorporando al cuerpo, al acto reflejo. Ya no temo todo el tiempo que alguien me manotee los asuntos, que me robe, que me estafe, salvo los gitanos de La Giralda, a esos les sigo teniendo respeto por recomendaciones varias, pero el resto va de bien en mejor, si de crispaciones materiales hablamos. Entré al barcito y me senté, eran las cuatro de la tarde, me pedí un café con tortita, sin mirar la carta ni nada, estaba bastante nerviosa, casi angustiada, no podía ir a su encuentro de golpe, si reflexionar al respecto, sin pensar en algo que me aquietara un poco el corazón, la ansiedad, la expresión del cuerpo y la palabra que Ella, poco a poco, me había enseñado a no atascar, a dejar salir, sin vergüenza, Gitana sinvergüenza.
Estaba a cien metros de Ella, había pasado de todo en el medio, de todo, y ahora Ella sabía que yo lo sabía, lo del Toni. No volví a mirar el móvil a ver si me había contestado, quería probarme que podía controlar la situación, al menos un poco. Y también sentía miedo de lo que pudiera responder, que me dijera mejor no vengas entonces, o algo que me volviera a herir casi de vida, que me arruinara la ilusión que tenía de este reencuentro. Si miraba y no había respondido me iba a angustiar, la imaginaría enojada, ofendida porque había estado espiando en su casa de Jeréz o algo así. Y si me había respondido también me iba a angustiar, dijera lo que dijera, “lo siento”, “y a ti qué te importa lo que yo hago con mi ex marido”, “llega a la casa y hablamos”. Lo que dijera me iba a partir el alma porque lo que pasó, lo que vi, la manera en la que ella gozaba mientras él le hacía el amor en la cama del nene… Eso era cuerpo, era físico, y nada hay que pueda disimular, justificar lo que le pasa al cuerpo, esa es la verdad, su verdad, a la Gitana su ex le seguía haciendo pasar un montón de cosas, al menos en la cama, con su sexo. Me di cuenta de que haberme sentado al café a pensar me estaba poniendo peor, mucho peor, con la taza en la mano tenía ganas de llorar, porque recordé aquella tarde, después de la clase de yoga, me recordé escuchándola gemir a través de la puerta, con ese pelotudo de mierda encima, que también hacía sus sonidos. Dejé el café sin terminar, tres euros sobre la mesa y salí del puto bar consternador. (Sigue)
Continuará...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario