viernes, 17 de mayo de 2019

Capítulo 462 "Defenestre"

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Pedí la cuenta. Se ofendió. Más todavía. Porque no le consulté. O porque se dio cuenta de que no la soportaba más. Debía pasarle bastante seguido, que le huyeran despavoridas las personas, porque eso que en principio pensé podía ser un estado en ella por algún problema puntual, algo que le sucede a cualquiera, terminó siendo una tendencia, una manera de ser. Te ama un día y luego te odia como diez o quince. Sin motivo aparente. Digo aparente porque motivos hay siempre, sucede que no siempre son fáciles de comprender. Ella se la agarraba conmigo, que tanto le gustaba. Me había confesado que hacía tiempo no la pasaba tan bien con alguien, lo dijo sinceramente, un día que paseamos por el sur de Buenos Aires. Y sin embargo al otro día la embarraba. Dejaba de hablarme o respondía a cuentagotas. Era muy intrigante. Muy. Y lo más intrigante, espeluznante, desquiciante era que después de haber vivido lo que había vivido dos días atrás, después de haberle conocido esa cara, ese estado, después de haberme enterado de hasta donde era capaz de llegar, el fin de semana fatal, le costó solamente tres mensajes tenerme de nuevo con ella.

La moza se acercó. Pagamos a medias. ¿Ya quieres irte?, preguntó, como si no fuera claro que se había excedido una vez más, como si no estuviera mi Mare en la sala de operaciones, como si fuera un día común y silvestre. Se le empezaron a caer las lágrimas. Yo no lo podía creer. ¿Sería esa su manera de pedir disculpas?, pude pensar luego, ya sola en mi casa, ya con mi Mare recuperándose de la anestesia, viva y coleante. Se pasó la mano por la mejilla. Que hacía todo como a mi se me daba la gana, protestó sin mirarme. Corrió la taza de café sin terminar, bruscamente. No sabía si estaba furiosa o dolida. Posiblemente ambas cosas. Tenía el pelo desarreglado. Ojeras negras marcadas. El amor es así, pensé. Una mierda es el amor. ¿Es amor esta cagada saltimbanqui? ¿Puede serlo?

Yo no emitía sonido y particularmente tenía deseos de que desapareciera de mi vida para siempre. Estaba harta. Ya lo había sentido varias veces. No quiero verla más, esto es un calvario. No escribo, no leo, lo único que hago es darle y darle vueltas a este asunto, a las conversaciones con ella, a sus argumentos ridículos, estrafalarios, vivo pensando y repensado lo que voy a decirle, cada palabra a utilizar por si le cae mal, cada vez; vivo pendiente de escribirle seguido para que no se enoje ¡e igual se termina enojando! Abandoné a Pulitzer, a Kafka, a Sabato, a todos mis sabios amores. ¡Abandoné incluso a Quintero! Ayer me escribió la Gitana, han perdido el teatro, ya no es más el teatro Quintero, ahora es un tablao flamenco, qué espanto. No me importó. Eso es lo peor. Respondí hoy algo breve por compromiso y por mail. Pasaba la mayor parte del tiempo estresada y sin embargo ahí estaba frente a ella en el bar de la esquina del hospital, dejándome acompañar, permitiéndole hacer de mi lo que se le diera la gana, dejándome pisotear, alabar, confundir, amar, estresar y defenestrar por la Morocha de Ibiza. (Sigue)

Continuará...



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