domingo, 12 de mayo de 2019

Capítulo 461 "La culpa siempre es del otre"

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Iniciar una discusión era la mar de fácil para ella. Lo es para cualquiera, sí, los buenos dramaturgos lo saben, que no es mi caso, redunda la aclaración, y vuelvo al tema, para iniciar una discusión basta darle la connotación que uno quiere a lo que el otro dice o hace, y listo. Posiblemente terminemos a los gritos o alguno de los dos levantándose y yéndose, indignado, exclamando: ¡Ahora sí que nunca más me ves el pelo!, o ¡Esto ya no lo creo, si eres increíble!, o ¡Algo por el estilo!, depende del temperamento de cada quien, depende de la connotación que le dé cada cual. No es lo mismo interpretar que con ese gesto el otro está ignorándome que interpretar que está con ese gesto queriéndome decir que soy una imbécil, una boluda. Cae de maduro que la segunda opción logrará enervarme más y serán de un grado mayor mis agravios efecto, que creeré una defensa ante el “ataque” del medroso. El otro, claro, el medroso, no entenderá ni medio proque lo ´nico que hizo fue un gesto, ¿por qué me decís todo eso?, dirá, ¡si yo no te hice nada!, y hará lo propio, lo que cualquiera haría ante semejante descoloque: defenderse. Que fue lo que hice aquella tarde, por ejemplo: ¿Pero quién te está atacando, Rocío? Simplemente me fui a trabajar y cuando volví vos ya no est-- ¡Sí! ¡Tú! ¡Estás no valorando! ¡Lo haces una y otra vez, maja! ¡Me has estado ignorando desde que llegué a Buenos Aires! ¿Acaso eso no es maltrato? Dime, ¿para qué coño me has invitado? ¡Estoy delante de ti y pues que miras para otro lado! Pero, Rocío, si desde que llegaste que estamos todo el tiemp-- ¡Vale! ¡Que disfrutáis agrediéndome, guapa! ¡Que lo disfrutáis!

Entonces me callé, maldije para mis adentros, una y otra vez me pasaba, no sabía qué hacer ante sus ataques de angustia, entendía que se angustiaba, que sentía todo como ataque en “esos momentos” por su problema de afecto, pero igual no podía controlarme, empezaba a escuchar lo que decía, olvidaba que era irracional lo que le pasaba, que no tenía sentido del todo lo que en ese momento sentía, ella, y así lograba enervarme, me contagiaba, la hija de puta me sacaba de quicio una y otra vez, ni aun teniéndolo consciente podía manejarlo, yo entendía cual era el procedimiento de su chifladura. ¡Vos arruinás todo cada vez! ¡VOS! ¡No te das cuenta porque lo que te pasa es de locos! ¡En lugar de animarte a decirme que me amás me agredís, vaya a saber porqué mierda de trauma que traés de yo qué sé cuando! Entonces su voz cambió, me dio miedo, mucho miedo, me dí cuenta de que me había excedido, bajé el tono pero ya era tarde.

Lo había logrado de nuevo, lo lograba una y otra vez y ahí ella ya tenía razón, se había salido con la suya, la estaba criticando, la estaba tratando mal, había conseguido volver realidad lo que empezó siendo una fantasía de su cabeza: que yo tenía una “manera rara” de amar, chota, digamos, que siempre la terminaba agrediendo o levantando la voz. Estábamos en el bar de la esquina del hospital, el día que operaron a mi mamá, mientras ocurría el asunto, mientras mi madre estaba con el vientre abierto ella tomaba un café y yo un submarino, era un día de sol, un día hermoso, radiante, si humedad ni viento, un día divino y el hospital lleno de gente que sufre y se muere, pensé, pero no lo dije, porque el horno no estaba para bajones. (Sigue)

Continuará...




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