Afuera sonaba Entre dos aguas. El cielo completamente encapotado. En un acto de arrojo me animé a mirarle los ojos un segundo. Yo no soy esta, volví a decirme. Dejé que me abrazara fuerte. Su cuerpo caliente contra el mío, muerto de ganas. Su respiración agitándose. Me pasó la lengua por el cuello, por la oreja. Dios mío. La Morocha sabía muy bien lo que quería: sexo, y si era explicito mejor. Olé, exclamó él desde la cama y me trajo a la Gitana de vuelta, que a duras penas había logrado olvidarla por un rato. ¿No podía decir otra cosa? ¡Existiendo tantas palabras había tenido que decir la que la Rubia me decía al oído! No aclararemos que la Rubia Gitana es la mujer del él porque no me alcanzan los caracteres para explayarme, si tienen alguna queja, señores jurades, se la mandan por cigüeña al responsable de poner límites al asunto este. Y sigo porque ahí, en ese crucial momento y no antes, me di cuenta de que la quería yo a la Gitana, que no era una pavada de verano, por la angustia que me agarró cuando él dijo lo que dijo me di cuenta, no siempre que uno ama sabe que ama, algunas veces cree que odia, qué le vamos a hacer... si la vida fuera simple seríamos todos felices.
La Morocha enloqueció con el olé de él y me mordió el cuello, los hombros, que me ardían un montón pero no dije nada porque el clima de la escena a la mierda. Se detuvo a mirarme, intrigada, porque yo no me entregaba. Vente paquí, Rocío, suplicó el periodista con un hilo de voz. Y yo no me daba cuenta pero me estaba contagiando, eso tienen en común la intensidad y la locura, las dos se llevan por delante al miedo, a las cabezas como la mía que tanto se detienen a pensar, que viven en la conjetura. Me saqué el pantalón y después le quité la musculosa, la dejé con su corpiño negro, ella amagó sacárselo pero la frené, me gustaba como le quedaba y no quería ir tan rápido, la cosa se estaba poniendo interesante, lo que me pasaba se ponía interesante. ¿Será que en realidad soy esta y no la otra? Venga, quitamé el sujetador, guapa, suplicó, pero no se lo quité y eso le encantó. Se sentó a los pies de la cama con las piernas abiertas, invitándome. Estábamos a un centímetro de él que seguía apoyado contra los almohadones del respaldo, algo pálido. Me tomé tiempo para mirarla. Me encantaba su desfachatez, su sin tapujos ni titubeos. Anda, que me lo quite, insistió, entregándose toda.
Me sentó arriba de ella y me corrió la tanga al carajo, fue bajando con su mano lentamente y empezó a acariciarme muy acertadamente. Me acariciaba y me miraba, expectante, con sus ojos negros deliriosos, miraba a ver qué hacía yo, a ver si lograba hacerme estallar, cada vez más enloquecida. Respondí, claro que respondí, bajando con mi mano por su espalda pude sentir cómo temblaba toda, pasé por sus caderas morenas y llegué hasta dónde nunca pensé me iba a animar a llegar con una mujer. Sí, aquella noche en El Portil, con la Morocha de Ibiza, crucé la línea inenarrable, y a ella le encantó, le encantó muxo, muxo, me clavó lo ojo gozando mi mano en su misterio. ¿Por qué te ha tardao tanto?, llegó a susurrarme al oído, casi yéndose, huapa… que ere mu huapa... Entonces le extendió la mano a Él, invitándolo a la fiesta.
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