Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Y al que has sido infeliz tampoco. Uno debiera guardarse, no volver a ningún lado. Ni ir. Guardarse en un limbo sin tiempo, sin memoria, sin gente que atormente. Sin hospitales, ni doctores, ni residencias, ni covid. Ni padres. Ni madres. Sin el imbécil manejo de unos dirigentes incoherentes como son los de Argentina. Volví. Llegué. Al fin. Ya me había acostumbrado a pertenecer a ninguna parte. Ninguna parte es un lugar. Como lo es la incertidumbre. Es un lugar insoportable que cuando se vuelve habitual saca cayos. Uno cree que no aguanta más. Que se va a morir. Que ya estuvo bien. Pero no se muere. Entonces tiene que seguir aguantando hasta que al final se hacen cayos. Cayos de costumbre y de cansancio. Lo terrible que puede llegar a pasar pasa y entonces ya no es tan terrible. Qué alivio. Las resistencias a lo que no se puede controlar van cediendo y llega el momento en el que hasta la muerte puede suceder en cualquier momento y no importa. Qué alivio que no importe eso. Ni la vida. Ni la enfermedad terminal. Ni la mental. Ni los estudios médicos dudosos. Que sea lo que deba ser, se siente en el cuerpo y en el alma.
Volví. Después de largos tormentos incoherentes. Volví. Después de miles de mails al consulado y de pasajes perdidos y puteadas a la embajada y papeleríos y la mierda en coche. Tuve que hacer la cuarentena en casa como todo el mundo. ¿Y sabe quién le controla la cuarentena a uno? Nadie. ¿Y sabe quién lo acompaña a uno de Ezeiza a la casa? Nadie. Yo me podría haber ido a cualquier parte pero… ¿A dónde más me iba a ir? Si justamente venia de ninguna parte y ya es claro, los conflictos vienen tras de mi, aunque no los busque vienen tras de mi igual ahora y la responsabilidad es mía. Ló único que me funciona es esto de vivir/escribir. La novela no me sale. Los cuentos tampoco. Ni siquiera puedo terminar una obra de teatro que ya casi porque después tengo que buscar actores y son insoportables. Y luego tengo que dirigirla con esos especímenes poniendo palos y más palos en la rueda dos por tres. Hay excepciones, una o dos, pero las hay. Lo malo es que ya no me surten el mismo efecto que antes. Los conflictos. La jodida vida. No. Al contrario. Desde que los de Sevilla, Ella y Él, me retiraron el saludo vengo barranca abajo, barranca abajo y bancarrota. Hubo un intento de final con el Poeta de Paradas pero quedó trunco porque no nos animamos. Ya dije que él es casado y yo no puedo no escribir lo que vivo, ergo…
Y acá el conflicto. Tan solo pisar Buenos Aires noche de insomnio. Pensaba yo que era obvio porque tanto tiempo afuera, tanto despelote andante, tanta incertidumbre a cuestas, los pcr, las cuatro viejas infectadas, tanta señal de que sí, ya lo sabemos, la vida es un contratiempo, un drama en el que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Creía que el insomnio era eso, serías inhumana si no te modifica todo este despelote, me decía en la cama de madrugada pero no, no era eso. O sí. Era. No había amanecido y ya me había despertado. Segundo día de semi cuarentena, semi porque tuve que salir a comprar víveres, remedios para la Vieja, etc. Mi amiga milagrosa, HARTA, apenas llegué se dio a la fuga así que salí, sí, con el mierda barbijo y todo eso, pero tuve que salir. ¿O quiere usted que me muera de inanición después de haber sobrevivido a todo lo otro? Todavía no había amanecido. Estaba nerviosa y no sabía porqué. Al rato sonó el teléfono de línea, la melodía de la residencia. Tengo una diferente para saber cuando llaman de ahí y cuando no. Miré la hora, ocho y algo de la mañana. Dios mío. ¿Qué carajo pasó ahora?, me dije, y atendí. (Sigue)
Continuará...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario