viernes, 24 de abril de 2015

Capítulo 46 "Campanella y los guardianes de la puerta"

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Fui citada a la enorme productora por la mañana. Una casa estilo viejo, de esas en las que Palermo abundan. Una puerta de madera, ventanas con postigos a un lado y al otro. Plantas. Una calle poco transitada pero ni medio lugar para estacionar por lo que hube de ponerme nerviosa ya de antemano, y teniendo en cuenta que ya venía más que panicosa...La idea era leer los 4 capítulos que precedían al que me tocaba escribir como prueba, después de conocer a fondo la historia y el estilo, escribir el mío propio (sería el quinto) siguiendo coordenadas que me iban a dar los directores del equipo. 

Estacioné a donde pude, como a dos cuadras, y caminé hasta el lugar no sin tropezarme con alguna raíz de plátano que se cruzó en mi camino. Dudé. ¿Tengo que ir? ¿O tanto tropiezo y dificultad me está queriendo decir que siga por donde venía? Escribiendo mis crónicas Quintero, con mis planes del viaje a Sevilla; hacer caso omiso de toda esta intentona del Universo para que yo desista. 

Toqué el timbre que no poco me costó encontrar. Una rato largo esperé. Toqué de nuevo. ¿Sería ahí? Entonces se abrió la puerta y una chica no muy alta me pidió que la siguiera, muy sonriente. Me guió hasta ahí nomás de la entrada, una especie de living con sillones, muebles de living en los cuales había fotos de la mamá del director mentado, libros, objetos. Una productora de cine se parece poco a lo que había imaginado era una productora de cine. Esperé otro rato largo hasta que se apersonó un muchacho algo excedido de peso, joven, daba la impresión de que sus pelos habían sido olvidados por el peine hacía décadas. Traía en sus manos una pila de guiones que dejó en la mesa ratona.

Con lujo de poco detalle me explicó que debía leerme todo eso para después, lo ya dicho, escribir un capítulo entero a ver si mi trazo coincidía con el del equipo. Fantástico, pensé apenas comenzar la lectura. Dios santo llévame pronto, pensé tras haberme tragado 3 capítulos de casi 60 hojas cada uno. No daba más. Habían pasado ya como cuatro horas y no me había dado cuenta. A Campanella nunca lo vi. Si vi un enorme pool. Cuando me levanté para estirar un poco las piernas caminé en dirección al fondo del lugar y en un espacio al que se llegaba por unas cortas escaleritas estaba la mesa flamante. JA. Una productora de cine se parece poco a lo que imaginaba era una productora de cine. Caminé otro poco y escuché voces, venían desde una sala cuyas ventanas estaban tapadas por cortinas de oficina, de esas que se cierran con un girar de varilla finita. Una cocina con todo sus utensilios, café, té, restos de comida en una heladera todavía comibles. 

Volviendo a mi tarea me interceptó la misma chica del comienzo, la que me había mandado el mail. Que ya había estado bien por el día y que estaban viendo de hacerle marca de agua al material para poder mandármelo y así lo leía en mi casa PARA EL MIÉRCOLES... Así el viernes podía tener mi capítulo terminado para evaluación... (Era lunes por la tarde). 

Llegué a mi casa alrededor de las cinco y media. Quise leer pero no me daba más el seso. ¿Cómo hacían?, me pregunté. ¿Cómo hacían los demás para no agotarse el cerebro? ¿Era la falta de costumbre? Posiblemente. Me dediqué a mi trabajo, el verdadero, durante un rato inespecífico, comí y me fui a dormir, culposa, claro, porque aunque intenté no pude leer más capítulos. Ariana, su historia bastante similar a una novela de los noventas, Natalia Oreiro y Joaquin Furriel me tenían seca, literal y literariamente. Tuve la tentación de pedir socorro a mi maestro, confesarle lo que me estaba pasando y pedirle consejo pero me detuve a tiempo. Si recién empezada daba problemas... ¿Quién iba a quererme en el equipo? 

Me dormí pensando en los Guardianes de la puerta de mi amigo Miguel. En qué hacía si quedaba en el equipo. Nunca pregunté cuántos meses iba a tener que escribir pero seguramente más de un mes. Y yo tenía pasaje para junio. Faltaba nada, ¿y ahora? O nada o todo junto, así es la vida.

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