lunes, 1 de junio de 2015

Capítulo 59 "Gran estreno gran en TELEFE"

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Y es como dice el dicho, y como dice Epicuro, están los deseos naturales y los innaturales, y dentro de estos últimos entran la fama, el poder político, el prestigio, el dinero en exceso, tener el teléfono de Juan Campanella agendado en el móvil de uno... Deseos que por cierto duran poco y deben evitarse a toda costa, porque el placer que proporcionan es efímero, y porque es peor perderlos después de haberlos tenido que después de nunca haberlos conocido. 

El teléfono del maestro agendado me dio un poco de eso, de sensación de pertenencia a la primera del Titanic pero, como el filósofo del jardín advertía, me duró poco. El lunes siguiente, día del estreno gran en la televisión llegué a la productora temprano, ¡con lo descerebrada que estoy por la mañana! Una hora para encontrar a donde estacionar el auto, y esto era nuevo, me enteré después por una de las chicas del equipo. Hasta la semana anterior el trabajo se hacía desde casa. Cada guionista en la suya, cómodo y despatarrado a sus anchas, se comunicaba por mail con los demás para que existiera continuidad entre los capítulos, pero como a Yankelevich le había agarrado la exasperación con la historia de amor de la novela y tenían que reescribir y el tiempo apremiaba había cambiado la forma de trabajo y ahora todos teníamos que ir. Un calvario para mi, que gusto de dormir hasta que se sacie el sueño.

Mientras la chica me explicaba esas internas noté que uno de sus ojos temblaba, no se le abría del todo. Ella al notar que yo noté me enteró de que le pasaba hacía algunos días, bueno, semanas, dijo, desde que empezó a trabajar en la productora. Agregó muy contenta que por primera vez se había ido a vivir sola, lo decidió cuando quedó en el equipo de guión, y que el trabajo mismo le impedía ir a un oculista para que se lo viera. Llegaba a casa muy cansada, dormía un rato y seguía escribiendo. En ese momento no até cabos. Pensé que hacía eso porque le sentaba bien escribir de noche, nunca me imaginé lo otro. Pobre, pensé, y en ese mismo momento vi que su muñeca tenía como un sobrehueso raro, una punta que sobresalía de su bracito delgado. ¿Y eso otro?, le pregunté, ya casi compasiva. También le había salido hacía poco y tampoco tenía tiempo de ir a hacérselo ver, redundó con su ojo danzarín, remarcando que se sentía bien. Acto seguido volvió a su computadora, a reescribir el capítulo que le había tocado en suerte, el anterior al mío. 

Siendo el día que era, el del estreno, esperaba encontrar a todo el mundo, pero no, en la sala de la mesa ovalada no había una multitud, sólo éramos cuatro. Campanella no estaba, Tenembaum tampoco, y el de los problemas con la madre menos. El director de guión, el más jovencito, entraba y salía a cada rato. Cuando entraba los otros guionistas paraban la oreja, escuchaban sus sugerencias, a mi entender nada sugestivas, hasta que se iba de nuevo. Y la verdad era que, mientras fingía estar muy concentrada escribiendo, sentía una angustia espantosa, desamparo, porque no sabía bien qué carajo tenía que cambiar del capítulo y no porque fuera estúpida, no era claro qué era lo que no funcionaba, lo que había que modificar. ¿Esperaban que se le ocurriera todo a uno? Había un problema con el collar de Ariana, que era Oreiro, y cada vez que entraba el jovencito traía una idea nueva sobre lo que pasaba con el collar de Ariana, pero no se resolvía nada y el tiempo pasaba y

Poco a poco empecé yo a desesperar, porque sentía que no tenía puta idea, ni ellos ni yo. ¿A dónde estaría Campanella? Sentí que nos faltaba el capitán, el guía, sentí que el agua helada estaba llegando a la primera del Titanic y yo no tendría la suerte de Kate Winslet. Es una experiencia más en tu vida, me dije, intentando calmarme, respira, querida, respira y pensá en gaviotas, pero cuando estaba empezando a tranquilizarme el jovencito, que poco tenía de director y mucho de salame, deslizó una frase "en broma" que no hizo reír a nadie. Refiriéndose a nosotros, los tres guionistas, usó la palabra descartables. Ustedes son descartables, dijo, literalmente. Me quedé sin aire un segundo o dos. Miré a mi compañero de la derecha, no se reía, miré a mi compañera la tuerta manca, tampoco. Ella ni siquiera había levantado la mirada de su pantalla, parecía una zombie, una loca. ¿No lo había escuchado? ¿O estaba ya acostumbrada a esos "chistes" del director jovencito? Sentí miedo. ¿En qué me había metido?

Continuará...

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