martes, 2 de junio de 2015

Capítulo 60 "¿Y si no?"

CAPITULO SIGUIENTE

Por la tarde aparecieron todos. Era el día del estreno en la tele así que no podía ser de otra manera. ¡No debía! Estaban muy preocupados porque competíamos con Tinelli que estrenaba como nosotros. (La teníamos más que jodida). Entonces los pude ver nerviosos a todos, al fin, nerviosos en serio, cada uno a su manera. El jovencito cínico contó entre risas que hacía días que hacía caca blanda. Me causó gracia. Sentí casi ternura y dejé de tenerle odio por un rato. Campanella estaba verborrágico, más que de costumbre, agarró uno de los micrófonos apagados y se hacía el payaso, contaba anécdotas e imitaba a cada uno de los personajes de las mismas, y Tenembaum escuchaba, atentamente, mientras chequeaba a cada rato su teléfono. Los otros dos guionistas acompañaban la conversación con la mirada preocupada, exhausta, por momentos reían lánguidamente. El ojo seguía titilando. El jefe de guión, el de la madre con problemas era el único que parecía consciente del momento en el que nos encontrábamos. Veinte capítulos para atrás, rumbo incierto, ¡había que meterle pata! Pero todos conversaban de otra cosa, pavadas. ¿Sería eso también los nervios? ¿O se estaban boicoteando como yo con el alcohol pocos días atrás?

¿Y cómo seguimos entonces? Interrumpió con su vozarrón grave y rasposo el barbudo de la madre jorobada. Los conversantes apuntaron su atención a él, que ya se había levantado de las silla y caminando se acercó al pizarrón. Puso a los recién llegados a tono, en tema, los trajo a la realidad. Juan y Ernesto al fin se callaron y apuntaron para donde había que apuntar: el despelote en el que sentía yo estábamos metidos, la incertidumbre de hacia donde llevar la historia de amor. Se tiraron algunas puntas pero no había quórum para concentrarse ese día, era claro. Se habló un ratito sobre los personajes, sobre lo que no le había gustado al jefe Yankelevich, sobre lo que quizá podía modificarse y como ya eran casi las cinco y media de la tarde poco a poco fueron ausentándose uno a uno, dos a dos, tres a cuatro, hasta que quedamos de nuevo los tres guionistas y el jovencito siniestro, el de la caca blanda.

¿Entonces?, pregunté en voz baja a mi compañera tuerta manca con la que ya tenía más confianza. Ella estaba ahí hacía unos meses, tendría idea de lo que convenía hacer, al menos más idea que yo. Me miró sin mirarme. Levantó sus hombros, resignada, zombie, risueña y con su ojo torcido. Hacé lo que puedas, respondió, ya metiendo en la funda la notebook. ¿Lo que pueda? ¿Y qué carajo era "lo que pueda"? Miré al guionista de la derecha. Estaba sumido en el trabajo, ceño fruncido debajo de los anteojos de aumento. Sus dedos tipeaban y tipeaban, quería decir que él sí había encontrado el norte, sabía para dónde disparar, o qué escribir, ¡algo se le había ocurrido! Sentí la tentación de preguntarle porque era el capítulo que seguía al mío, pero no supe bien qué. Miré el pizarrón. Lo poco que se había propuesto durante todo el día estaba ahí. Le saqué una foto con mi teléfono y que fuera lo que dios quisiera. Era el día del estreno. Mejor me iba para casa y que el inconsciente hiciera su trabajo durante la noche, almohada mediante. Había aprendido esta táctica de, justamente, el payaso del micrófono. Según él al día siguiente las ideas estarían mejor organizadas, cocinadas, o algo. Eso esperaba. Suplicaba. ¿Y si no?

Continuará...

CAPÍTULO SIGUIENTE



No hay comentarios.:

Publicar un comentario