domingo, 14 de junio de 2015

Capítulo 62 "Cerca del iceberg"

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Entregué el capítulo y me dejaron ir. Airosa, me dije, porque realmente sentí que estaba bien, que era potente, después de dejarlo descansar un rato y releerlo y releerlo. Me conducía la acción, me atrapaba el conflicto, me emocionaban ciertas escenas, sobre todo de Mario Alarcón, un actor con el que siempre había querido trabajar pero por razones de clases jerárquicas, yo una directora del under, él un actor de la hostia, no había tenido oportunidad de proponérselo. Todavía. Me dejaron ir y no llamaron más en todo el día, ni en toda la noche. Me dormí pensando, algo preocupada, en el tiempo que estaba perdiendo. YA tendría que estar escribiendo el siguiente. Seguíamos estando veinte capítulos para atrás que había que reescribir, el rating iba como el culo y de ciento veinte capítulos que iban a ser nos habían reducido a sesenta. Recién largábamos pero la tele necesita resultados express porque lo que se gasta es casi ilícito, vergonzoso, inexplicable en un mundo en el que, como dice don Quintero, la mitad se muere de hambre y la otra de colesterol. 

La cuestión es que al día siguiente llegué a las once y media, como solía, a las once ni al velorio de mi abuela. ¿Para qué? Si el jefe de guión de la caca blanda llegaba siempre tarde y el de la madre jodida peor que peor. Siempre estábamos los tres guionistas parias en la salita esperando, simulando que escribimos algo que va a ser productivo, con un tecito al lado, con los nervios de punta. 

Doce y media llegó el gordito y a la media hora el otro. De Juan ni noticias. Posiblemente se hubiera ido ya para el país del norte a dirigir esa serie en dólares que tanto lo entusiasmaba. Yo me había metido a retocar el capítulo siguiente y le había encontrado un norte que me gustaba. Sin consultar a nadie porque cada vez que consultaba lo que menos encontraba eran buenos consejos. Estaba sentada a la mesa del comedor inmenso, al lado del pool de Campanella, con mis tampones en los oídos y la vista en mi computadora. Tranquila. Concentrada. Escribiente. Me mandaron a llamar los dos jefes de guión. Fui. Me hicieron sentar. Rápidamente me di cuenta de sus miradas piadosas, casi indulgentes. ¿Me iban a echar? Y la verdad es que frente a esa idea lo que menos sentí fue miedo en ese momento, es más, sentía una esperanza aliviadora ante la puta idea. Realmente me sentía sapo de otro pozo. Pero no. No me iban a echar. Peor. Me iban a mandar a REESCRIBIR TODO EL CAPÍTULO. Trabajo que me había demandado tres días enteros, idas y vueltas, reescrituras varias hasta que le había encontrado el flujo energético, el entusiasmo, la vida, escribiendo hasta altas horas de la noche.

Los miré a uno y a otro. Que el final tenía que estar relacionado con el teaser, me explicaron, que es ese pedacito corto que presenta al capítulo antes de los títulos. Seria como el desayuno de lo que va a pasar el teaser. Pensé un momento. ¿Y acaso no está relacionado? ¡Si yo me había cuidado de que sí lo estuviera! Me dio la trágica sensación de que no sabían lo que me estaban pidiendo. De que no sabían nada de nada, menos incluso que yo. Que me hacían escribir sufrir, y era la primera vez en mi vida que sufría escribiendo, me hacían escribir para ver qué ideas tiraba, qué se me ocurría, qué sumaba yo, ya que a ellos a parecer no se les caía ni media, ni un cuarto de idea se les caía. 

Acepté todo de buenos modos pero no me quedé en la productora ni un segundo más. Agarré parsimoniosamente mi campera, mi computadora y sin saludar a nadie me fui a mi casa. Los otros guionistas, zombies, ni se dieron cuenta, tenían ya el cerebro amasijado, las pupilas destrozadas, fundidas a las pantallas de sus notebooks. Comí algo en casa con la sensación de una deuda inconmensurable en mis espaldas, como si no fuera a poder descansar nunca más sino hasta que esta historia terminara; no podía. Intenté empezar la reescritura pero no, no pude, porque el capítulo estaba bien y nada más imposible que reescribir algo que está bien escrito. En cambio, harta, escribí un mail espantoso dedicado a Campanella y a su equipo, espantoso, gritando toda la impotencia que sentía, criticando sus formas de trabajo, su despotismo, la explotación que sentía yo sobre mi cuerpo y mi alma. Pero no lo mandé. Sabiamente recordé el consejo de no recuerdo quien, que en caliente nunca hay que mandar un correo, ni hacer un llamado. Se deja descansando y al otro día con el seso fresquito se lo lee de nuevo. Si ahí sigue convenciendo entonces si: SEND.

Continuará...

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1 comentario:

  1. Si no fuera por vos seguiría queriendo trabajr en la tele. soy actor, pero creo que voy a seuigr de largo jajaja

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