Por la mañana me llamó. Mi amigo. A sabiendas de que tenía que entregar ese mismo día el capítulo en la productora. Como era de esperar, me destrozó. Que todos los personaje parecían hablar igual. Que era gente de la política, no filósofos. Que al espectador qué carajo le importaba el pensamiento de Chomsky y que un tipo de la villa no hacía ese tipo de comentarios (los que hacía mi personaje). Unos diez minutos habrá durado su asesinato cruento femicida. Cuando colgué no sabía qué hacer. El pánico no me había abandonado tras el paréntesis de sueño malo. Quería llorar. La angustia me paralizó. Decidí salir a caminar con el perro y que la cosa fluyera. Si cuando volvía me seguía sintiendo igual de desesperada era que no, que lo mío era lo otro, el blog sin tanto sobresalto, alguna obra de teatro off, porque sufrir un poco es necesario, claro, que ningún mar tranquilo hizo experto a un marinero pero tampoco tanto... Estaba siendo esto una verdadera tortura ¿y para qué? ¿Para ser reconocida? ¿Para qué? ¿Para que me miren por la calle? ¿Para que me den privilegios acá y acullá? ¿Y para qué? ¡Si no podía vivir tranquila!
Volví igual de angustiada pero no pude con mi genio. La caminata me trajo una nueva idea: mi profesor de dramaturgia hacía supervisiones de escritura y esto era bien urgente pero a perdido por perdido... Le mandé un mail y me contestó al rato. Que andaba con mucho trabajo pero que se lo mandara, para la noche posiblemente lo tuviera y me cobraba tanto. Eureka. Me iba a dar una devolución como la gente, constructiva, con la cual al menos, si no llegaba a entregar a tiempo, iba a aprender algo, no como el otro, despiadado criminal.
Mandé el word defenestrado y me desentendí por un rato. Intenté convencerme (al ñudo) que la situación no era de vida o muerte, no era para tanto, che, quedarse sin aire, con las piernas duras, ¡no me estaban amenazando con un escalpelo en el cuello! Pero... Era lo que siempre había querido, trabajar con mi maestro, era , creí en ese entonces, la oportunidad de mi vida...
Volví al trabajo y a mis queridos clientes. ¡Como los extrañaba! Volví a la vida de simple mortal, de mirar un rato las noticias, tomar la leche, regar las plantas, hacerme problema por la baldosa floja. Volví a darle bola a mi madre demandante que si bien todavía se manejaba sola, una señora la ayudaba tres veces por semana, demandaba. Escuché sus quejas durante largo rato. Dormí por la tarde, cosa que jamás de los jamases, pero no daba más. En medio de la trágica espera llegó un mensaje de Facebook, de un señor del sur que en ese momento me pretendía (inoportuno momento) y mandaba poesías a toda hora esperando mi halago, mis gracias que divina tu prosa, que buen poeta eres Octavio... (Pobre muchacho). Nunca le respondí. Y llegó otro mail. Perteneciente este al mundo que importaba de verdad, al mundo del blog, realidad/ficción que iba siendo creada al andar, como recetaba el buen Machado. Era el dueño de la radio argenta. Hablaba sobre Jesús pero no podía darle bolilla por obvias razones. La angustia entonces fue mayor porque era claro que me estaba dispersando. Los Guardianes famosos de mi amigo Miguel estaban ganando la batalla. Estaban logrando que virara yo mi rumbo, que olvidara el objetivo, el vivir/escribir, el generar realidad para escribirla luego, ¡y no quería ser vencida por esos trucos del aburrido Universo! (Pausa jodida)... Hasta que llegó el mail con la revisión del guión de mi otro maestro, el Santo Ariel. Siendo ya la hora de la cena, la hora de entregar el capítulo a la productora de Campanella. Abrí la computadora, el mail del guión corregido y lo empecé a leer. (Que dios existiera y me ayudara...). CAPITULO SIGUIENTEContinuará...
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